Lucas 23,33-43
Este domingo la Iglesia celebra la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. Para iluminar este fiesta, contamos este año con el evangelio de san Lucas. Se trata de una escena de la crucifixión, hasta el diálogo con el criminal conocido como "el buen ladrón".
A mí en lo personal hay varias cosas de esta fiesta que no me acaban de cuadrar, porque Jesús nunca se llamó rey, y siempre dejó mal parados a los reyes de la tierra. Jesús tuvo una gran pasión en su vida, a la que se entregó con todo su corazón, con todas sus fuerzas, con toda su vida: la acción salvadora de Dios en la historia. A esta acción Jesús la llamó imperio o reinado de Dios. Y por las palabras y las acciones de Jesús a lo largo del evangelio queda claro que este reinado se traduce en vida y vida digna para todos, comenzando por los más necesitados de ella: los pobres, los marginados, los excluidos, los enfermos, los despreciados, los débiles, los pequeños.
Del evangelio queda claro también que en este reinado el rey es Dios, y a este Dios Jesús lo llama Papá, porque ha comprendido no sólo que él, Jesús, es su hijo, sino que Dios es papá de todos, y porque todos somos sus hijos, para todos quiere lo mejor, por eso su reinado debe comenzar por los últimos. Pero si en este reinado el rey es el Padre, ¿cómo es que Jesús es rey?
En las páginas anteriores del evangelio, a Jesús se le acusa ante el poder de Roma de pretender ser rey de los judíos, Pilato se lo pregunta directamente, y Jesús sólo responde: "Tú lo dices", pero no es claramente un "sí". Tan no lo es, que en la narración evangélica Pilato no queda convencido. Sin embargo, ordena la crucifixión de Jesús. La crucifixión era un castigo romano para extranjeros subversivos, el imperio romano vio un peligro en Jesús y por eso le dio la muerte.
La escena de la crucifixión de Jesús, en medio de dos criminales, es por demás elocuente, en ella todo nos habla de lo opuesto a toda dignidad real. Roma no crucificaba a sus ciudadanos, Jesús muere con su dignidad de persona menospreciada; ya Herodes lo había ridiculizado vistiéndolo con una túnica de color llamativo, y ahora los soldados sortean su ropa y se la reparten. La primera ironía clara sobre su reinado es la del letrero en la cruz: "Éste es el rey de los judíos". A la burla oficial del letrero se suma la burla de la gente, que se mofa de Jesús: "Si salvó a otros, ¡que se salve a sí mismo!"; y también la burla de los soldados: "si eres rey, ¡sálvate!" Se burla de Jesús hasta uno de los criminales crucificado a su costado.
El malhechor del otro costado reconoce la injusticia de la cruz de Jesús, y acepta la justicia de la propia. En él también hay la confesión de Jesús como rey: "Cuando vengas como rey, acuérdate de mí". Jesús le responde: "Hoy estarás conmigo en el Paraíso". De este diálogo se han dicho muchas cosas, que si el "buen ladrón", que tan bueno que se robó el cielo, y algunas cursilerías más. Lo primero es que el evangelio no dice que fuera "ladrón", sino criminal, y sabemos que Roma no crucificaba por robo, sino por sedición, era un terrorista, pues. Pero este criminal vio a Jesús colgado como él, burlado y sin embargo, ¡muere pidiendo al Padre que perdone a sus verdugos!
En todo esto algo sí me queda claro: Más que rey, Jesús es la personificación del reinado de Dios. En él no hay más acción que la acción salvadora de Dios, por eso más que matar a Jesús, Jesús muere, y muere como ha vivido: dando perdón, acogida, comprensión, dando salud, dando vida, dando su vida. Y lo hace siempre, en cada momento, hasta el último. Por eso, cada momento de la vida de Jesús es el "hoy" de la salvación; en Jesús la salvación es siempre un regalo, y es un regalo para "hoy", no para mañana o para después de la muerte. Y nadie le robó el cielo a Jesús, Él se lo regaló al criminal crucificado lo mismo que a Zaqueo y a los leprosos y cuantos necesitados de él encontró por los muchos caminos que recorrió.
Porque así vivió Jesús, porque tan bien se identificó con la acción salvadora de Dios, hasta encarnarla totalmente, es que el Padre resucitó a Jesús, y desde entonces su vida es la vida plena del reino, a la que a todos aspiramos, de la que Jesús habló como un gran banquete, y del que dijo que un día comeríamos y beberíamos todos, compartiendo con él la dignidad de reyes.
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