Lucas 16,9-31
La escena de la comida de Jesús en casa de un fariseo importante, a la que también acudieron otros fariseos, y las largas enseñanzas suyas en torno al dinero y su oposición con Dios, concluye con esta historia que cuenta Jesús. El Maestro es un excelente narrador de historias, y construye ésta comenzando por la caracterización de sus dos protagonistas. Jesús los pone situación diametralmente opuesta. De uno se dice que es rico, del otro, que es pobre; de uno se dice que viste de lino y púrpura, la tela más fina de entonces, del otro, que está cubierto de llagas, lo cubren heridas y dolor; de uno, que diariamente celebra espléndidos banquetes, del otro, que espera comer de lo que caía de la mesa del rico; de uno, si organiza fiestas, suponemos que vive en una casa rica, quizá como la del fariseo en donde Jesús está contando su historia; del otro, sabemos que está echado junto al portal del rico; del rico no sabemos su nombre, y por tanto su nombre puede ser cualquiera; en cambio, del otro, sabemos que se llama "Lázaro", que significa "Mi Dios es ayuda".
Sigue Jesús su historia, y en ella sus dos personajes mueren; ambos confluyen en la muerte, pero, contra lo que pudiera pensarse, no es la misma muerte para los dos; mientras que Lázaro es conducido al seno de Abraham, la idea judía del cielo, el rico es sepultado, para habitar el lugar de los muertos. Ahora los separa un gran abismo, a diferencia de la situación inicial,en que sólo los separaba la puerta. Ahora el rico levanta la mirada y contempla a Abraham y a Lázaro, a diferencia del inicio, en que él mismo no quiso mirar hacia abajo, para ver a Lázaro; ahora el rico pide a Abraham compasión y la ayuda de Lázaro, cuando él no fue compasivo y solidario con el pobre mientras ambos vivían.
En este punto la historia ha llevado el conflicto al extremo y ha revelado su gran tema de fondo: la compasión ante el pobre. Jesús ni está canonizando la pobreza, ni tampoco ha condenado la riqueza. Lo que esta parábola descubre es la falta de compasión del rico ante el pobre. Cuando aquél se compadece de éste, no hay quien pueda sentarse todos los días a una mesa espléndida viendo cómo otros, se acercan lo mismo que los perros a esperar las migajas que caen de ella. Y obviamente, el oyente de Jesús y el lector del evangelio recuerdan las palabras que hacía poco había dicho el Maestro a los fariseos, a los que ya el evangelista había descrito como "amigos del dinero": gánense amigos con su dinero, para que cuando les falte ellos los reciban en la mansión eterna, ¡cuando él no abrió su puerta para Lázaro! El conflicto del rico, en efecto, no se resuelve.
Jesús no quiere definir cómo es el más allá, aunque refleje las creencias de su tiempo, eso no puede hacerlo nadie, porque no hay comunicación entre los que habitan el más allá y nosotros, en eso Jesús está en lo cierto; pero sí avisa sobre las condiciones en que puede accederse a él.
En su historia, el rico pide a Abraham que sus hermanos sean alertados, para que no compartan su mismo destino; continúa el conflicto para el rico. Nuevamente, en la historia contada por Jesús, no hay solución para este problema. Abraham responde: tienen a Moisés y a los profetas, que los escuchen. Las alusiones no son casuales, Jesús pide a sus oyentes voltear a la historia de su pueblo, al pasado en el que nacieron, a la experiencia de libertad que Dios regaló a sus antepasados, cuando eran esclavos del faraón en Egipto, y Él, el Señor, tuvo compasión de su pueblo y los hizo libres, los hizo iguales, los hizo su pueblo, y les pidió que entre ellos no hubiera pobreza. Pero el pueblo se olvidó de este pasado y de este compromiso, y hubo necesidad de recordárselos una y otra vez, y los encargados de hacerlos fueron los profetas, hombres que gritaron al pueblo, de parte de Dios, que volvieran su mirada hacia abajo, a los pobres, al extranjero, al huérfano y a la viuda, y mostraran su compasión con ellos.
Y esto mismo nos recuerda Jesús a nosotros: la compasión ante el pobre y ante el que sufre, cuando por naturaleza preferimos voltear hacia otro lado para evitarlo; usar el dinero, injusto, para hacernos de amigos que nos abran las puertas de vida que nosotros les cerramos; escuchar a Moisés y a los profetas, cuya tradición de justicia y libertad asumió Jesús, y no esperar a que los muertos resuciten para creer que los compasivos encuentran compasión. Siempre. Amén.
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