Cuarto domingo de cuaresma. La liturgia nos presenta la muy famosa y mal llamada parábola del hijo pródigo. Lo "peorcito" de la sociedad de Jesús se presenta ante él para escucharlo. Jesús les cuenta tres parábolas, ante la murmuración de la "gente buena", los fariseos y los maestros de la Ley, que también estaban presentes.
Tres personajes son los que intervienen en la parábola. El primero y más importante, y gran protagonista, es el padre de dos muchachos; los otros personajes que intervienen son éstos, precisamente. El primero que aparece en escena es el menor, que pide por adelantado su parte de la herencia, misma que despilfarra pródigamente en el extranjero. Cuando se le termina el dinero, tiene que trabajar, y lo hace dando de comer a unos cerdos; para un judío, los cerdos son animales impuros. Entonces decide volver con su padre. Hasta este momento, nada hace suponer que se haya arrepentido, y hasta cabe pensar que vuelve por interés.
Imaginémonos dentro de la escena. Habrá que ver las garras con las que regresa el hijo (tanto las de vestir, como las que le crecieron en las manos, todas llenas de "mugrita"), habrá que imaginar el olor a puerco, literalmente. Con esa pinta y en esa situación, el padre sale a recibirlo, abrazarlo y cubrirlo de besos, !por el puro gusto de verlo y tenerlo nuevamente con él! Lo vistió con las mejores ropitas que tenía en casa, le puso un anillo muy fino, que evalía a una chequera, y hasta mandó matar el becerro gordo para hacer fiesta, !y no lo regañó ni le preguntó si estaba arrepentido! Y es que, en el Evangelio, el arrepentimiento no es requisito para el perdón; al contrario, la experiencia del perdón gratuito e incondicional es lo que desencadena la auténtica conversión.
Muy por el contrario, del otro lado de la historia está el otro hijo, el mayor, que al volver del trabajo y darse cuenta de lo que está sucediendo, hace berrinche y no quiere entrar a la fiesta. Y es el padre quien viene a pedirle que entre, en medio de los reclamos de que a él nunca le ha dado ni un cabrito, y eso que siempre se ha portado muy bien, y siempre ha estado en casa, y ha cumplido todos los mandamientos, y hasta guarda las estrellitas que todos los días le ponían en la frente, desde que iba en el kínder.
"!Qué Dios te perdone!", "!pídele a Dios que te perdone ora que todavía puedes!", frases que oímos todos los días, y Dios nos oye y se pregunta "?De quién hablarán? El padre de la paráabola hizo fiesta por el hijo que volvió quizá interesadamente; luego salió de la fiesta para rogaral hijo mayor que entrara con él. Tanto tiempo viviendo con su padre, y no lo conocía, vivió "portándose bien" por obligación. Como tanta gente que los domingos llega tarde a la Eucaristía y a dormir, pero ya cumplieron; comieron hostias consagradas, pero no entraron en comunión con el Señor Jesús; dieron la mano a los vecinos, pero ni les dieron la paz, ni estuvieron en comunión con ellos... porque fueron a cumplir y no a gozar de la fiesta de vida que es la Eucaristía.
Aquí no hay más que un protagonista, y ése es Dios, a quien Jesús aprendió a llamar "papá" por la muy grata experiencia de su vida con san José. Y este Papá está esperándonos para cubrirnos de besos, aunque apestemos a puercos; para él siempre oleremos a hijos, él se encargará de ponernos guapos; y siempre está rogándonos que entremos a la fiesta que tiene preparada para sus hijos. Y el que no acepta entrar es porque no quiere, no porque Dios no le ruegue. Cada domingo decimos muy tontamente "te rogamos, Señor", !no nos acaba de "caer el veinte" de que es él quien nos está rogando que entremos a su fiesta!
!Uff! Abrazos, y déjense querer por el Padre revelado en Jesús. Se acerca la fiesta de san José, algo les compartiré al respecto, desde Joliet, Il., donde estoy celebrando sus festejos, y desde donde les envío cálidos abrazos bajo una fría y lluviosa tarde.
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