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¿Arrepentirse o cambiar?

Lc 13,1-9
Jesús se encuentra rodeado de gente, y está hablándole de la necesidad de reconciliarse con los hermanos, cuando llegan a contarle lo de "aquellos galileos" asesinados por orden de Pilato mientras ofecían sus sacrificios, seguramente en Jerusalén. No hay que perder de vista que Jesús era galileo (Nazaret se encuentra en esa región). ¿Qué esperaban los que fueron a llevar la noticia a Jesús: que condenara el asesinato que Pilato ordenó sobre sus paisanos; que al condenar el asesinato, Jesús llamara a la venganza? ¿O esperaban acaso que Jesús justificara el crimen? En todo caso, tomando partido por uno u otro, Jesús se pondría y pondría a los suyos en favor de unos y en contra de otros. Una postura así, solaparía y favorecería la creación de una interminable espiral de violencia y muerte atizadas por los deseos de venganza.
La respuesta de Jesús, sin embargo, no es una astucia que le permita salir al paso de la noticia que acaban de llevarle. La respuesta de Jesús apunta hacia el origen del problema: "¿Piensan que ellos eran más pecadores que los demás? " Cabe aquí señalar que toda enfermedad, tragedia y mala suerte en general era considerada un castigo de Dios a los pecadores. Los que no lo eran, o no lo eran tanto, eran tratados por Dios con más benignidad. Con su respuesta, Jesús echa abajo esta falsa imagen de Dios. No viene de Dios lo que les ha pasado, porque Dios no es castigador ni vengativo.
Desafortunadamente, a veces nuestras Biblias traducen mal la respuesta de Jesús, y ponen "arrepentirse" ("y si ustedes no se arrepienten...) lo que es "cambiar la manera de pensar" (conversión). Cuando la traducción es mala, el mensaje también se distorsiona, y entonces a uno le queda sensación de que si al otro le fue mal, a mí me puede ir peor si no me arrepiento. Por el contrario, lo que Jesús pide es cambiar nuestra manera de ver las cosas: primero, ninguna desgracia es voluntad, mucho menos castigo de Dios. Segundo, si no cambiamos nuestra manera de ver las cosas y, en consecuencia, de comportarnos, nos encontraremos en medio de una espiral de violencia y muerte. Pretextos que nos justifiquen no nos faltan: "ojo por ojo", "él empezó", "el que se lleva se aguanta", "el que la hace la paga"... Todo esto no nace de Dios, sino de nosotros mismos, ¡por eso hay que cambiar y hacernos responsables de nuestras decisiones y acciones! Por eso dice Jesús: "Si no cambian su manera de pensar y de actuar, morirán de la misma manera": diciendo que buscaban "justicia", cuando en realidad buscaban venganza, hasta acabar como en las películas de Los tres García, con todos muertos, empezando con la abuela.
Jesús apuntala su argumentación con otro ejemplo igualmente fuerte: dieciocho personas mueren al desplomarse sobre ellos la torre de Siloé. Jesús lanza la misma pregunta y la misma advertencia: "¿Piensan que ellos eran más culpables...? Pues si no cambian (su manera de pensar, de ser, de actuar), todos perecerán de la misma manera. La torre de Siloé no se cayó como castigo de Dios; se cayó seguramente porque estaba mal diseñada o mal construida, o simplemente porque no se tomaron en cuentan factores externos, como el clima o los terremotos. Y en eso Dios no tuvo nada que ver. Pero si ustedes no se convierten, si no asumen y emprenden con responsabilidad lo que a ustedes les toca hacer, todos morirán de la misma manera: víctimas quizá no inmediatas, pero víctimas de su irresponsabilidad, de su mediocridad, de su ambición desmedida que omite gastos de seguridad para ahorrarse costos.
Por supuesto, en todo esto Dios no está ausente; él siempre está en medio de su Pueblo, caminando con él. Pero Dios no es el gran titiritero del mundo. Nos han dicho que ni una hoja de un árbol se mueve sin la voluntad de Dios. Cuidado si creemos esto, estaremos echando a Dios la responsabilidad que es nuestra. Él dotó de leyes a la naturaleza y jamás las violará; nos hizo libres e inteligentes; no reconocerlo es creer que Dios es el gran culpable de las inundaciones en Tabasco, de los terremotos en Haití o Chile; de las muertes de los niños de Sonora, de los juvenicidios de Juárez. Sigamos sin asumir lo que tenemos de responsabilidad en la injusticias y en las desgracias... y todos moriremos de la misma manera. ¿Y Dios? Dios, desde el rostro de las víctimas y su corazón de Papá, sigue esperando que cambiemos, como espera paciente el viñador el día en que su viña madure y dé sus frutos.

Un abrazo.

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