Juan 8,1-11
Una bellísima escena. Una mujer sorprendida en adulterio, arrojada a los pies de Jesús, que enseñaba a la gente en el Templo de Jerusalén. Es una prueba que le ponen a Jesús sus adversarios. La Ley de Moisés sanciona con la lapidación a la mujer adúltera, ¿y al varón adúltero? Parece que la Ley de Moisés discrimina en la aplicación de sus penas.
Jesús se agacha, se abaja, se pone a la altura de la mujer, y escribe en la tierra. Los adversarios, expertos en la Ley de Moisés, se desesperan; Jesús los desafía, la frase es famosa: "El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra." Después la gente se retira y Jesús vuelve al suelo, y sólo quedan él y la adúltera, que ya para entonces está de pie. Su diálogo con Jesús se da de pie.
El movimiento descendente de Jesús me lleva a pensar en la encarnación como un proceso de abajamiento de Dios al dolor del ser humano, en este caso una mujer que ha equivocado su vida, pero que ha sido discriminada, ninguneada y excesivamente condenada. Ante ella, Jesús se comporta con misericordia, esto es, ha puesto su corazón en la miseria vivida por esta mujer humillada y utilizada, no se pierda de vista que la intención de quienes la llevan ante Jesús no es hacer justicia, sino poner a prueba al Maestro.
La escritura de Jesús en el polvo me recuerda la creación del ser humano por Dios, que tomó polvo de la tierra y le sopló su aliento. Dios creó al ser humano a través de un gesto de amor; y en Jesús, Dios recrea al mismo ser humano a través de un gesto de misericordia. En la nueva creación por misericordia, el hombre y la mujer, cualquier ser humano, está a la par de otro, con la misma dignidad, para verse y dialogar de frente.
La posición de Jesús como Maestro en el centro del Templo nos enseña cuál es la voluntad de Dios: la misericordia como acto recreador. A punto de volver de Chicago a Guadalajara, les comparto que este domingo habrá en Washington una mega marcha de hispanos. Yo espero que esta marcha sea el inicio de un gesto recreador para nuestros paisanos; que quien tenga que poner su corazón en el dolor del barro que marchará mañana en la capital estadounidense, lo haga; y que desde la misericordia el Señor ponga de pie a los latinos en este país, que mucho se beneficia y depende de la fuerza, del sudor, de la vida de los hispanos. En estos días he visto en sus miradas lo profundo de su corazón. Esta tarde en la Eucaristía les pedí que me saludaran a san José, pues mañana marchará con ellos, que son el Cuerpo de Cristo postrado que quiere ponerse de pie.
Nuestros pueblos en México también necesitan recreación desde la misericordia; hay mucho dolor e injusticia; y también esperan y reclaman la aparación de humanos y sociedades nuevos.
Abrazos desde la noche fría y nevada de Joliet.
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