Lc 4,1-14
Primer domingo de cuaresma. La Iglesia invita a reflexionar y orar el relato de san Lucas sobre las tentaciones de Jesús en el desierto. La escena tiene lugar en los inicios del evangelio, luego del bautismo de Jesús por Juan, y antes del inicio de su actividad pública, que en este evangelio lucano ocurre en la sinagoga de Nazaret, con la lectura que Jesús hizo del profeta Isaías, escena que contemplamos hace cuatro semanas.
Tras su bautismo, Jesús fue conducido por el Espíritu de Dios al desierto, donde pasó cuarenta días sin comer ni beber nada. Al final, Jesús sintió hambre. Fue entonces que comenzaron las pruebas o tentaciones, que, no hay que perder de vista, ¡no vienen de Dios! Las tentaciones nacen de nuestras propias necesidades y carencias; nacen de no ocupar nuestro propio ser, de no asumir nuestra propia identidad; puede incluso que nazcan de una falsa concepción de Dios (en este pasaje, el diablo cita o, mejor dicho, manipula la Escritura).
La narración de la escena muestra la acción de Dios a través de su Espíritu conduciendo a Jesús: llevándolo al desierto; y al final, llevando a Jesús del desierto hacia Galilea, hacia el inicio de su misión. El desierto es el ámbito de la libertad, de la liberación. Por el desierto condujo Dios al pueblo liberado de la esclavitud que sufrió en Egipto hacia la tierra prometida. El desierto, según el lenguaje de los profetas, es el lugar en que Dios seduce a su pueblo y le habla al corazón. El desierto, entonces, más que el espacio de las tentaciones, o de las renuncias, es el espacio del encuentro con Dios, que es liberador, y el espacio en que se afirma la propia libertad, el señorío de uno mismo.
Sólo después de afirmarse como señor de sí mismo, Jesús podrá llevar a cabo su misión; quien actúa por necesidad, termina por vender su libertad y con ella su dignidad, y acaba por no servir al proyecto de Dios, de vida plena para todos. No importa qué necesidad; de hecho, el relato muestra un avance en las necesidades: de las básicas se pasa a las onerosoas, a las de dinero, de poder, de gloria y aun a la de pretender ser Dios. Jesús sintió hambre. Tras la multiplicaciones de los panes, la gente quiso proclamarlo rey, ¿tuvo Jesús la tentación de ser rey?, en todo caso, prefirió escapar al monte y orar; más tarde, en el huerto de los olivos, pidió a sus discípulos "orar para no caer en la tentación" (Lc 22,39.46). ¿Tuvo Jesús la tentación de ser Dios?, ¿quiso gloria para sí? en el evangelio leemos que prefirió llamarse "hijo de hombre", y reservó toda gloria para su Padre, el Dios de quien se supo Hijo y no rival.
Lo cierto de todo esto es que Jesús no se vendió nunca a nadie por hambre o por ansias de riqueza, poder o gloria. Asumió su identidad; afirmó sus inalienables libertad y dignidad; las vivió plenamente aceptando su condición de hijo y de humano, y con ello dejó en claro el verdadero camino hacia la vida en plenitud.
Un abrazo y feliz primer semana de cuaresma humanizadora.
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