"Eres polvo, y al polvo volverás". Muy conocida la frase, y casi todo el mundo la trae a su mente el miércoles de ceniza. La frase está tomada del libro del Génesis (3,19). Se la dijo el Señor a Adán como parte de los castigos por haber desobedecido la orden que había dado a él y a Eva de no comer el fruto del árbol del bien y del mal.
La famosa sentencia del miércoles de ceniza tiene un antecedente en una escena previa: la de la creación del ser humano. Dios, cuenta Génesis 2,7, modeló al hombre con arcilla del suelo, y sopló en su nariz aliento de vida, y el ser humano se convirtió en un ser vivo. Este aliento de vida no es otro sino el mismo Espíritu de Dios (Gn 1,2). Sin embargo, es un gran error creer, a partir de este relato, que el polvo, o el barro, o la arcilla, es signo del cuerpo; y el aliento o soplo, del alma. En la mentalidad hebrea no hay lugar para esta división. Cuerpo es todo el ser humano, en cuanto realidad biológica, espacial; alma es todo el ser humano, en cuanto realidad espiritual, pero todo el ser humano.
Volver al polvo, entonces, hace referencia no sólo a la muerte sin más, sino a la realidad del ser humano sin Dios. Polvo, arcilla, en hebreo se dice: "adamah", de ahí el nombre de Adán. Adán entonces es el símbolo de una realidad viva porque toda ella está habitada por el Espíritu de Dios. Adán es signo de la vida concreta en la -y con la- que Dios se encuentra. Somos arcilla viviente por el Soplo de Dios. Sin este Aliento, la arcilla que somos se desmorona. La arcilla es capaz de recibir y contener este Aliento, pero sin él sigue siendo polvo.
El míércoles de ceniza, más que un recordatorio de que un día nos vamos a morir y que más nos vale que estemos entonces confesados y arrepentidos, es una invitación a contemplar la arcilla que somos y el Soplo que la anima. Contemplar la realidad de muerte que somos cuando no dejamos espacio para Dios en nuestra arcilla. Invitación a reconocer:
1) como canta Silvio Rodríguez, que "sólo el amor convierte en milagro el barro", milagro por el que "debes amar la arcilla que está en tus manos";
2) que la muerte (y sus correlatos: el dolor, el sufrimiento, el mal, que tan abundamente reinan hoy en nuestro México) no proviene de Dios, que es Amor, sino de la arcilla, de lo "adán" que somos los humanos.
3) que en eso que llamamos "adán" está el origen del mal que cometemos; y que este adán no viene de Dios; al contrario: es lo que Dios toma para formar con su Aliento lo que es verdaderamente humano. Por eso san Pablo hablaba de morir al "viejo adán", al hombre viejo, al hombre de maldad y de muerte, para resucitar al "nuevo Adán", a Cristo, el hombre nuevo, el verdadero y pleno ser humano, imagen y semejanza del Dios que lo anima y le da vida.
Cuaresma, así, es un camino que debe conducirnos a una mayor humanización, a construir relaciones interpesonales cimentadas cada vez más en el Soplo de Dios, que es Amor, justicia y paz; y cada vez menos en lo "adámico" de nuestras vidas, que no debe confundirse con el cuerpo. Todo lo contrario: la ceniza que recibimos en la cabeza invita a contemplar y agradecer que éramos polvo, polvo que Dios tomó, modeló y le dio su Aliento, y que un día lo que llevamos de adán desaparecerá totalmente para ser pura y nítidamente vasijas de barro divino.
Felices cuarenta días de humanización.
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