Lc 6,17-26
"¡Discúlpeme, señor Presidente, yo no le puedo decir bienvenido, porque para mí no lo es ...! ¡Yo no puedo darle la mano!" Todos escuchamos estas palabras a mitad de semana. Las dijo una madre cuyos dos hijos fueron asesinados hace unos días en Ciudad Juárez. Desde su impotencia, por ser débil y vulnerable; desde el dolor de su corazón mutilado por los hijos que le arrancaron, habló con la fuerza de quien no tiene más que sus lágrimas y sus palabras. Pero habló ante el Presidente con toda claridad: "Le apuesto a que si a usted le hubieran matado a un hijo, usted debajo de las piedras buscaba al asesino; como yo no tengo los recursos, yo no los puedo buscar... ¡Quiero que se ponga en mi lugar!"
De esto, justamente de esto, nos hablan las bienaventuranzas que este domingo escuchamos en el evangelio de san Lucas. Cuatro bienaventuranzas: "Felices los pobres, porque de ustedes es el reino de Dios; felices ustedes los que tienen hambre, porque serán saciados; felices ustedes los que lloran, porque serán consolados; felices ustedes, perseguidos por causa del Hijo del hombre, porque su recompensa será grande en el cielo." Luego vienen cuatro fuertes severas advertencias: "Ay de ustedes los ricos, ya tienen su consuelo; ay de ustedes los que están hartos, tendrán hambre; ay de los que ríen, que llorarán; ay cuando todos hablen bien de ustedes, porque así trataban sus padres a los falsos profetas."
Palabras fuertes del Señor, que así inicia su discurso a una multidud doliente que se le acercó. Jesús no declaró a la pobreza ni al sufrimiento como estados de felicidad; ni es enemigo del dinero y la alegría. El sentido de este texto es el siguiente: "Felices ustedes, los que han sido empobrecidos, porque les han quitado todo, pero nunca les podrán quitar a DIos; felices ustedes, los que por haber sido empobrecidos tienen hambre, porque Dios está solidario con ustedes, hasta saciar sus necesidades; felices los que lloran la condición de pobreza a que han sido marginados; porque Dios viene a mantener viva su esperanza y sus ganas de vivir, y estará con ustedes siempre, hasta ver logradas sus más justas aspiraciones. ¡Y ay de aquellos que se han apropiado de los bienes y del bienestar de sus hermanos, porque lamentarán haber ostentado su abundancia ante el dolor y la abundancia de sus hermanos!; porque no eran extraños, ¡eran sus hermanos!"
Inmediatamente despúes de estas bienaventuranzas y lamentaciones, Jesús dirá: "A ustedes que me escuchan, les digo: ¡Amen a sus enemigos, bendigan a los que los maldigan!" Jesús no es ingenuo, sabe que la pobreza es resultado no de un castigo de Dios, sino de relaciones injustas. Sin embargo, no viene a desatar una guerra de clases, sino a romper todo lógica de violencia e injusticia a partir la instauración de un nuevo orden cimentado en la práctica del amor solidario y compasivo.
Pero mientras este nuevo orden se logra, Jesús no vacila en manifestar la opción de Dios: la de estar del lado de los empobrecidos, de los que por ello lloran su hambre, su humillación, su vejación, su impotencia; de aquellos que se ven las manos y saben que no cuentan con nada ni con nadie... excepto con Dios, con el Dios débil y silencioso, pero siempre presente y misericordioso. A ellos, a las mamás de Juárez, a los muchos hombres y mujeres anónimos que no tienen poder ni dinero, hoy Jesús les dice: Puede que les hayan quitado todo, ¡pero nunca les quitarán a Dios! ¡El reino es de ustedes! ¡Que nadie les robe la esperanza! ¡Un día, no sabemos cuándo ni cómo ni dónde, un día, la justicia llegará a ustedes! Es Palabra de Dios.
Un abrazo esperanzado y solidario con nuestro pueblo que sufre.
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