Lc 3, 7-20
Para este tercer domingo de Adviento, la liturgia nos propone leer los versículos 10 a 18 del capítulo tres de san Lucas. La semana pasada nos quedamos en el versículo 6; les pido que leamos la continuación completa de esta escena, y no una parte, para comprender mejor su sentido, según el hilo de la narración.
Tras el anuncio de la salvación, el relato nos muestra la predicación de Juan a la gente que venía a ser bautizada por él. Y Juan les decía: "¡Raza de víboras, den frutos de conversión, ya está el hacha puesta a la raiz de los árboles, y los que no den buen fruto, serán cortados y echados al fuego!; yo los bautizo con agua, el que viene los bautizará con Espíritu Santo y fuego." Y así anunciando la buena noticia (menos mal que era buena), los que buscaban a Juan entraban en miedo y preguntaban lo que cualquiera preguntaría: ¿qué tenemos que hacer, para no ir a la chamusquina? Y Juan pedía la solidaridad con el necesitado, y conducir la propia vida con justicia y honestidad. Y por esto pedir, el rey Herdoes, que entre otros crímenes contaba el haberse carranceado a su cuñada, la mujer de su hermano, arrestó a Juan.
Bien. En la narración de Lucas, Juan y Jesús viene uno detrás del otro, casi de forma paralela, tanto que las diferencias entre ambos terminan por ser fuertemente significativas. Primero se anuncia el nacimiento de Juan, luego el de Jesús; se anuncia que Juan será llamado "profeta del Altísimo", Jesús "Hijo del Altísimo; se narra el nacimiento de Juan, luego el de Jesús; Juan crece y se retira al desierto; Jesús crece y luego también va al desierto; Juan es perseguido y arrestado por el poder político de Roma, y uno intuye ya el destino de Jesús. Pero en torno a Jesús hay un sentimiento que no está en los relatos de Juan: la alegría. A María le pide el ángel que se alegre, pues el Señor está con ella; a los pastores les dice el ángel que se alegren, pues ha nacido el Salvador; María canta ante su prima Isabel, la mamá de Juan, que su espíritu se alegra, pues Dios ha mirado su pequeñez; mucha, mucha alegría encontraremos en Lucas alrededor de Jesús: en la mujer que encuentra la moneda perdida, en el padre que recupera al hijo que se había largado sinvergüenzamente, en Zaqueo, el cobrador de impuestos que recibe a Jesús en su casa porque Jesús ahí quiso hospedarse...
En esta escena, Juan impacta y causa miedo; y la gente ante el miedo no sabe qué hacer, y los publicanos le preguntan "qué tenemos que hacer". Cuando el publicano Zaqueo se encontró con Jesús, en cambio, inmediatamente supo lo que iba a hacer: dar la mitad de su dinero a los pobres, y devolver cuatro veces más a los que había defraudado: la salvación detona la solidaridad y la justicia que Juan reclamaba con miedo. Jesús no causa miedo, causa alegría. En Juan, Dios viene como un hacha puesta a los pies de un árbol que no da frutos, árbol seco, viejo; en Jesús, el reinado de Dios es como una semilla de mostaza, la más pequeña, pero crecerá y echará ramas y las aves pondrán sus nidos en este árbol. Juan ve muerte y fin; Jesús ve inicio y vida. Ante Juan, uno puede sentir el remordimiento de haber desperdiciado la vida, las oportunidades, las capacidades. En Jesús, uno siempre tiene la oportunidad de empezar de nuevo. El fuego de Juan es destructor; el fuego de Jesús es el Espíritu Santo, y el Espíritu siempre da vida, por eso purifica todo aquello que la destruye.
Recuerden, no seguimos a Juan, sino a Jesús, que sigue viniendo a nosotros reclamando y posibilitando solidaridad y justicia. Feliz semana.
Ojalá sean cada vez más las personas que lean tus palabras de aliento, de esperanza; de renovación.
ResponderEliminarFelicidades una vez más viejo. Y Gracias nuevamente por compartir tus sentimientos, pensamientos y deseos.