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Lupita, mamá de Dios

"Lupita, mamá de Dios, somos tus hijos del alma; no nos dejes de tu mano, ni en tormentas ni en la calma" (verso popular).

Imposible no compartir en este día y para mañana un breve comentario sobre la Morenita del Tepeyac. Creo que ya conocemos la historia de las apariciones según la narración del Nican Mopohua. Quiero decir tres palabras a partir de la lectura de una traducción casi literal del náhuatl, hecha por un sacerdote de origen náhuatl, el P.Mariano Rojas. Una palabra sobre el contexto histórico del relato; una palabra sobre el mensaje de la guadalupana en el relato de las apariciones, y una palabra sobre la imagen misma.

1. Cuando en España se discutía si los indígenas eran o no seres humanos, el Nican Mopohua nos presenta a Lupita hablando con Juan Diego en náhuatl, y eso, en el contexto de tan infame discusión significaba que los mexicanos eran humanos, puesto que los animales no hablan; y no sólo eso: mientras el conquistador dudaba que fueran humanos, en Lupita Dios no dudó en llamarlos "hijos". Eran hijos amados de Dios, se comunicaban, tenían lenguaje, y les servía para comunicarse con Dios, para acercar el cielo a la tierra. Lupita habló náhuatl, el lenguaje de sus hijos para que ellos no dudaran que era mamá quien les hablaba, la madre del único Dios en quien también ellos ya creían, "el creador de todas las cosas", "el dueño del cielo y dueño de la tierra", "el que está aquí y en todas partes". En Lupita, Dios aceptó su lengua, sus cantos y sus versos. En Lupita, Dios se hizo poema en náhuatl y se pintó de piel morena.

2. ¿Para qué pidió la Guadalupana un templo en el Tepeyac? "Para mostrar en ella todo mi amor", según traducciones populares. Traducción literal: "Mucho quiero, mucho deseo, que aquí me levanten mi Casita de Dios, en donde lo mostraré, lo ensalzaré al ponerlo de manifiesto. Lo daré a las gentes en todo mi amor personal, en mi mirada compasiva, en mi auxilio, en mi salvación. Porque yo en verdad soy la madre compasiva de ustedes (...) porque allí les escucharé su llanto, su tristeza, para remediar, para curar todas sus diferentes penas, sus miserias, sus dolores." En efecto, Lupita no es presumida, ella no viene a ser honrada y venerada por sí misma; sino para mostrar a Dios en su amor de madre, y uno no puede dejar de pensar en el amor de mamá y saber que ese amor materno es una experiencia de amor divino, traslucido en la mirada y los cuidados de mamá. Mucho que agradecer lo que de Dios hemos conocido en la mirada y los cuidados de Lupita; mucho lo que tenemos que aprender de ella para comunicar a Dios en nuestros gestos y nuestras expresiones.

3. La lengua náhuatl une dos imágenes o conceptos para crear un tercero; así, para decir "mensaje", dice "aliento y palabra". Lleva "mi aliento, mi palabra", le pide Lupita a Juan Diego. Las dos palabras tienen fuerte resonancia bíblica: el aliento, que es el Espíritu de Dios, el mismo que aleteaba o danzaba sobre las aguas al inicio de la creación; el mismo Espíritu que fecundó a María y la hizo portadora y madre de Jesús, la Palabra por excelencia, Palabra que nos habla del amor de Dios. Aliento y Palabra. Observen bien la imagen de Lupita y recuerden a los indígenas que danzan en el atrio de la Basílica, ¿notan algún parecido? ¡Claro, Lupita está danzando! Toda ella está fecundada, impregnada de aliento divino, toda ella es una danza del Espíritu que está obrando la creación de un pueblo nuevo, un pueblo que quiere dar a luz en su historia la Palabra de Vida, la Palabra de Verdad, de Luz, de Libertad; Palabra que dice a Dios "Papá" y a nosotros nos dice "Hermanos".

¡Danza, Lupita, sigue danzando! Que el Espíritu que habita en ti cree en nosotros un pueblo capaz de dar a luz al hijo que en tu vientre tomó nuestra carne y nuestra historia. ¡Danza, Lupita, danza, y haznos danzar a nosotros! Que recuperemos el gusto y la fuerza para hacer de nuestra vida, sacudida por la violencia y la pobreza, una danza, una fiesta: la danza y la fiesta del pueblo de los hijos de Dios, de este pueblo, Lupita, que hiciste tuyo.

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