Lc 1,39-45
Seguimos en el tiempo de adviento, pensando ya directamente en el misterio del nacimiento de Jesús, el hijo de María y José, el Hijo único de Dios. Esta escena nos muestra a la jovencita María, recién visitada por el ángel Gabriel, poniéndose en camino para estar con su prima Isabel, anciana y finalmente embarazada: por fin se quitaba de ella el escarnio que había velado su larga vida. Isabel era esposa de Zacarías, sacerdote, quien quedó mudo tras dudar frente al anuncio del ángel de que su esposa le daría un hijo en su vejez,y vivían en Judá, en el centro de la nación. María, por su parte, venía desde los márgenes, desde Nazaret de Galilea.
Ambas mujeres representan a su pueblo: el centro, viejo e infecundo; los márgenes, preñados de vida nueva. En ellas, Dios rechaza el obropio y reivindica a los que hasta entonces habían sido mirados con desprecio, al tiempo que ofrece la posibilidad de formar un pueblo nuevo por el hijo de Dios, que se hace hombre en el seno de María.
Isabel está casada con un sacerdote mudo, con el representante de un sacerdocio que no tiene más nada que decir sobre Dios; María, en cambio, canta las maravillas del Señor, y canta además que la llamarán feliz, dichosa, todas las generaciones. Y uno se siente invitado a que en esta navidad nazca una nueva imagen de Dios; que aquel viejo Dios que repartía premios y castigos; que ahorcaba pero no apretaba, calle para siempre; y que el Dios siempre joven y creyente de los jóvenes, siempre solidario, siempre cercano; el que Dios que sabe convertir la tristeza en alegría y el llanto en sonrisa y carcajada, a través de la mucha gente buena que conocemos, forme con nosotros un pueblo nuevo, que sea bendito y cause, como Juan en el seno de Isabel, saltos de júbilo.
Con abrazo especial para el charro; que en tu vientre salte el gozo de la vida y la salud. Felices posadas.
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