Lc 3,1-6
Un abrazo.
Jerusalén, año 587 a. C. El rey Nabucodonosor de Babilonia tiene rodeada la ciudad con sus tropas. Al interior del país, entre el hambre que comienza a diezmar a la población, las voces de los profetas han denunciado la pronta caída de la ciudad en que Dios habita porque el Pueblo le ha sido infiel y ha preferido las alianzas políticas en vez de confiar plenamente en el Señor. Jerusalén, la antigua esplendorosa capital del reino de David y Salomón, es finalmente humillada y arrasada; el Templo, completamente destruido; los judíos, derrotados y vejados, han sido deportados a Babilonia. Por las calles se respira llanto, dolor, luto y desolación.
En Babilonia, el pueblo desterrado sigue siendo humillado; los opresores les piden que los diviertan y canten para ellos los cantos de Jerusalén. A las orillas de los ríos de Babilonia, los judíos llorarán su suerte. Piden al Señor: "Haznos volver a ti, y volveremos a la tierra que tú mismo nos habías dado".
Babilonia, 50 años más tarde. Una voz, Isaías, grita para los judíos entre las calles: "¡Consuelen, consuelen a mi pueblo, dice el Señor, hablen al corazón de Jerusalén y díganle que está perdonada! ¡Preparen en el desierto el camino del Señor, que se eleven los valles y se abajen las montañas!" Emparejando el suelo, Dios retiraba los obstáculos, el pueblo podría preparar los caminos para volver a Jerusalén, reconstruir su Templo, y reiniciar una nueva etapa en su historia de alianza con el Señor. En el año 539, liberado por Ciro, rey de Persia, el pueblo judío volvió a su tierra. Dios había cumplido su promesa de liberación.
El tiempo siguió pasando. La escena del evangelio de Lucas nos ubica en los comienzos de la vida pública o ministerial de Juan el Bautista, que es el preámbulo de la presentación e inicio de la vida pública de Jesús. El evangelista nos ofrece en primer lugar, a la manera de los profetas del Antiguo Testamento, la ubicación histórica de la narración mediante el nombre de los gobernantes en turno, el primero de ellos el emperador romano, y después la estructura del gobierno romano dominante en la región de Judea. La acción de Dios tiene lugar dentro de la historia.
Lucas presenta a continuación al Bautista con las mismas palabras con que Isaías anunció al pueblo desterrado su vuelta a Jerusalén. El mensaje es claro: Dios actúa dentro de nuestra historia, la historia construida por hombres y mujeres concretos. Nuevamente, en este tiempo en que se respira violencia, humillación, pobreza, muerte, Dios sigue haciendo oír su voz, que invita a la esperanza: en medio del llanto, en medio de nuestro pueblo empobrecido; en medio de nuestras calles secuestradas por la violencia organizada, Dios quiere consolar a su pueblo y le promete retirar los obstáculos para que el pueblo mismo se construya de nuevo los caminos que lo lleven a la vida digna para todos.
Al pueblo del destierro, Dios le anunció consuelo y esperanza, y cumplió su promesa; en Jesús, Dios ha cumplido su promesa de caminar con su pueblo, solidariamente. Dios ha sido fiel a sus promesas. En este difícil tiempo que vivimos, a pesar de que la realidad parezca decir lo contrario, Dios no nos ha abandonado, camina con nosotros y nos anuncia hoy que llegará a nuestra historia el día de la salvación. Lo ha prometido, lo cumplirá. Hay que confiar y esperar, esperar, diría Rosario Castellanos, hasta que la justicia se siente entre nosotros.
Un abrazo.
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