Lc 21,25-28.34-36
Este domingo comienza el nuevo año litúrgico, comienza con el llamado tiempo de adviento. "Adviento" significa venida, y es un tiempo dedicado en la Iglesia a preparar la celebración de la venida del Hijo de Dios, de Jesús a nuestro mundo y a nuestra historia. Pero también es un tiempo para pensar en la "parusía", en la venida plena y definitiva de Jesús como Señor de todo cuanto ha sido creado, como sentencia última de Dios sobre la historia. Por eso en la Iglesia la lectura del evangelio no comienza en el año litúrgico como Dios mandaría en otros casos, por el principio; en la liturgia las cosas comienzan como normalmente suelen terminar, o sea, por el desenlace.
En los domingos de este nuevo año litúrgico estaremos leyendo el evangelio según san Lucas. Muy bueno sería leerlo una vez entero y de corrido, sin hacer caso de títulos y notas a pie de página, como si estuviéramos viendo una película. Hasta donde comprendo, uno puede entender, disfrutar y hasta estudiar las distintas escenas sólo si se lleva y se conoce la secuencia de la cinta.
Para este domingo, escuchamos dos pasajes tomados del discurso escatológico de Jesús. El primer fragmento es parecido al que escuchamos hace dos semanas en la versión de Marcos. En la versión de Lucas, el discurso está dirigido para todos los discípulos, y no sólo para Pedro, Andrés, Santiago y Juan. Pero la ubicación del discurso es la misma.
Jesús dirige este discurso luego de la expulsión de los vendedores del Templo, las disputas con sus adversarios religiosos, y el halago hacia la viuda que dio su vida en las dos monedas que ofreció al Señor. En la primera parte del discurso, Jesús vaticina la destrucción de Jerusalén, que se dio a manos del imperio romano. Terminado el discurso, comienza el relato de la pasión, muerte y resurrección de Jesús.
Si tomamos como principio narrativo que el discurso ilumina la trama, podemos concluir lo siguiente. Más que el fin del mundo, el discurso de Jesús está preparando un doble final. Primero, el final del Templo de Jerusalén como manera de relacionarse con Dios; el Templo deja de ser el único espacio válido para encontrarse con Dios, para dar paso a una manera nueva y distinta, en la que a Dios se le encuentra y se le reconoce en la vida cotidiana, especialmente en los actos de entrega solidaria y generosa. Nada de nuestra vida es ajena a Dios, porque nada constriñe su presencia, y el texto nos invita a usar de toda nuestra inteligencia para saber descubrir esta presencia constante, incondicional y siempre amorosa de Dios. Por eso no hay que pasar por la vida como un borracho, con la cabeza agachada, la mente embotada, la mirada turbia y los pasos vacilantes.
El segundo final que se prepara es el del mismo Jesús en la cruz. La cruz puso fin a la vida histórica, humana, de Jesús. Pero la cruz no fue lo último. El Padre resucitó al Hijo, que desde entonces ha comenzado a estar con nosotros de una manera nueva y distinta, por el camino, en su Palabra y en su Pan partido y compartido, en los hermanos, como lo mostrará el relato subsiguiente de los discípulos de Emaús.
En su discurso, Jesús invita a levantar la cabeza con ánimo cuando veamos señales de fin, porque se acerca Él mismo, que es nuestra liberación. En todo momento de crisis, el ser humano tiene dos opciones: llorar y lamentarse; o llenarse el corazón de fe y de esperanza; dice Germán Dehesa: "no es fácil, es posible". En la crisis, este Jesús que nació hace más de dos mil años, que vendrá en plenitud a nosotros a través de la muerte, hoy, en este presente ¡está viniendo como guía y fuerza para empezar de nuevo y volver a caminar! Recordemos, en este adviento, en esta época de crisis en todas las dimensiones y que nuestro gobierno se empeña en dilatar (más pobres, más corrupción, más impuestos y más coraza para enfrentar la crítica), que Dios siempre hace nuevas todas las cosas. Después de todo, el discurso anuncia que si bien Roma destruyó Jerusalén, no es Roma, sino Dios quien tendrá el reino definitivo.
En el Señor que está viniendo, un abrazo y feliz semana.
Gracias una vez más por tus enseñanzas viejo.
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