Mateo 24,37-44
¡Llega el adviento! Como cuando Mafalda dijo a Guille, su hermanito: “¡Llega la primavera, Guille!” Y él se sorprendió: “¡Cómo…! ¿No llegó el año pazado?” Llegó el adviento… como cada año. Tertulia celeste era un programa de televisión en los años 90, en Chicago, conducido por el reverendo Powell, y su ayudante Ralph que prometía a los telespectadores contactar directamente con Dios. Sólo les pedía un poco de fe y de paciencia. Pasaban los días y las semanas, y al cabo de tres meses, se terminó la paciencia, sobre todo de los empresarios de la televisión, quienes decidieron suspender la transmisión del programa habida cuenta de que, después de todo, Dios sólo necesitaba de seis días y uno de descanso para hacer su trabajo. La historia es de Andrés Neuman, en su cuento “S.O.S. Dios”.
Cada año, el adviento nos recuerda que el Señor Jesús volverá. Ayer en la tarde platicaba con don Alfredo, un feligrés y amigo de la parroquia, me preguntaba qué pensaba yo de los signos que se ven en la historia y aún en la naturaleza, ¿son los signos de que hablaba Jesús, del fin del mundo y de su regreso? A mediados del siglo XIX, los científicos sospechaban que la humanidad era mucho más antigua de lo que calculaban los teólogos, quienes, tomando al pie de la letra los relatos bíblicos, afirmaban que Adán y Eva habían sido creados hacia el año cuatro mil antes de Cristo, y que, por lo tanto, no había humanidad anterior. Los hallazgos arqueológicos ampliaron un poco la edad del ser humano; al menos, el fósil más antiguo que se conoce, el del joven de Turkana, en Kenia, caminó por nuestra tierra hace un millón y medio de años. Los científicos calculan para el universo una edad de casi quince mil millones de años, y está en expansión. Cuando llegue a su máximo, afirman, el universo se contraerá. Eso nos da un margen de cuando menos otros quince mil millones de años antes de que el Señor Jesús vuelva en gloria y majestad, y Dios sea todo en todo.
Pero es bueno que algo nos recuerde que el Señor Jesús vendrá. Es bueno que algo o alguien nos recuerde que nuestra existencia no depende de nosotros, que no vivimos por nosotros mismos ni para nosotros mismos. Que estamos hechos para el encuentro, y que no estaremos plenamente realizados hasta que no nos hayamos encontrado definitivamente con Aquél que nos creó. Que este mundo y esta vida, por bellas que sean, no son definitivos, aunque no por ello dejamos de esforzarnos porque se parezcan a lo que sí es definitivo.
Por lo menos que no se nos olvide no sólo que Jesús vino y que volverá, sino que también está viniendo. El Señor Jesús sigue viniendo a nosotros. “¡Yo no zabía que ze había ido!” Fue la explicación de Guille a Mafalda. “Pero con los fríos que hicieron, los días nublados, y los arbolitos pelados…, ¿no te diste cuenta de que la primavera se había ido?” “No, no. Yo creí que ze había quedado y le iban mal las cozaz.” Vemos el mundo y nuestra historia, pero no nos parece que Dios esté entre nosotros, cada día nos resulta más difícil imaginar que Jesús pueda venir a nosotros. A Ralph, el ayudante del reverendo Powell, le costaba creer que los empresarios fueran más poderosos que Dios, no podía aceptar que Dios fuera tan débil. Nos sigue costando creer que Dios esté entre nosotros como uno de nosotros, débil y frágil, como Jesús, ajusticiado en la cruz.
Pero en lo débil sigue viniendo Dios a nosotros. Escribió Pedro Casaldáliga:
Ha llegado el Adviento.
Luego llegará la Navidad.
Dios está llegando siempre.
Como pasó en los días de Noé, Dios sigue viniendo a nosotros cuando comemos y bebemos y nos casamos. El Señor sigue viniendo a nosotros en el Pan y en el Vino de la Eucaristía, y cuando comemos y festejamos juntos, cuando nos reconocemos familia y compartimos la vida; cuando nos enamoramos y el corazón nos hace entender que en verdad, no vivimos para nosotros, sino para el encuentro, y que los encuentros entre nosotros anticipan y prefiguran el encuentro definitivo con el Amor en plenitud.
La semana pasada, el Papa Francisco estuvo en Japón, la nación donde cayeron por primera vez bombas atómicas. En Tokio, el Papa expresó: “Nadie se reconstruye solo, nadie puede volver a empezar solo. Es imprescindible encontrar una mano amiga, una mano hermana, capaz de ayudar a levantar no sólo la ciudad, sino la mirada y la esperanza.” Ojalá al menos para eso sirva el adviento; ojalá al menos para eso exista la Iglesia, ojalá al menos para eso nos sirvan estas cuatro semanas de adviento, para ser una mano amiga, una mano hermana, que levanten ciudades, miradas y esperanzas.
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