Mateo 2,1-11
La mañana del seis de enero, Mafalda entró como torbellino al cuarto de sus papás, gritando como loca desquiciada: “¡Los Reyes! ¡Llegaron los Reyes!” En cuanto pudo reaccionar, el papá exclamó: “¡La Revolución Francesa es un poroto comparado con lo que en este momento pienso de la monarquía!” La verdad es que en torno a los personajes de los Reyes Magos hay mucho de leyenda; es como el teléfono descompuesto. De ellos hicimos reyes, de su ciencia astronómica hicimos magia; les dimos tres nombres y les adjudicamos tres procedencias diversas y, en consecuencia, diferentes colores de piel.
La mañana del seis de enero, Mafalda entró como torbellino al cuarto de sus papás, gritando como loca desquiciada: “¡Los Reyes! ¡Llegaron los Reyes!” En cuanto pudo reaccionar, el papá exclamó: “¡La Revolución Francesa es un poroto comparado con lo que en este momento pienso de la monarquía!” La verdad es que en torno a los personajes de los Reyes Magos hay mucho de leyenda; es como el teléfono descompuesto. De ellos hicimos reyes, de su ciencia astronómica hicimos magia; les dimos tres nombres y les adjudicamos tres procedencias diversas y, en consecuencia, diferentes colores de piel.
Lewis Wallace comienza su célebre novela Ben Hur con el encuentro de los tres sabios: Gaspar, de Grecia; Melchor, de la India; y Baltasar, de Egipto. Los tresse presentaron contando sus historias; cómo fue que ni la sabiduría ni el determinismo de sus diferentes pueblos saciaban la sed de su corazón, así que, movidos por el Espíritu de Dios, se pusieron en camino en busca del Salvador nacido Rey de los Judíos. Tenían entre 45 y 50; el día que se encontraron era el día del nacimiento de Jesús. Wallace nos cuenta el viaje a Jerusalén, y el azaroso nacimiento del Hijo de María en Belén. María tendría 15 años y José 50, en el mundo de la novela. Y en esto de imaginar, la novela Noche sin paz hace de Baltazar, el fantasma de Antioquía, y de sus compinches Melchor y Gaspar, tres criminales que en su huida de la justicia se topan con José y María en Belén.
Existe también la leyenda de un cuarto Rey Mago, Artabán, quien en Ushita habría recibido el mensaje de sus amigos Melchor, Gaspar y Baltazar, para ir en busca del Mesías, cuyo nacimiento les había sido dado a conocer por medio de las estrellas. Artabán salió a la cita con tres piedras preciosas para ofrecer al nuevo rey: un diamante, un rubí y un jaspe. Durante, el camino, cual parábola del buen samaritano, Artabán se encontró con un hombre malherido, que había sido asaltado; se apiadó de él y, para ayudarlo, le dio sin pensarlo el diamante que llevaba. Con este retraso, no pudo llegar a tiempo para la cita con sus amigos, quienes le dejaron recado de dejarse guiar por la estrella hasta Belén. Artabán espoleó a su caballo, pero éste no resistió y murió de un infarto, por lo que tuvo que continuar su camino a pie. Llegó a Belén justo cuando los soldados de Herodes asesinaban a los niños. Conmovido, se atrevió a sobornar con su rubí a un soldado antes de que matara a un pequeño. Pero el jefe del soldado lo vio y encarceló a Artabán por 30 años. Cumplida la sentencia, ya anciano y casi ciego, fue liberado. Caminaba por las calles de Jerusalén todavía tratando de encontrar al Salvador, cuando vio a una jovencita que estaba siendo vendida como esclava. Artabán recordó que aún traía consigo una joya, el jaspe, con el cual compró a la joven para darle su libertad. En ese momento, un temblor de tierra se tragó el cuerpo de Artabán, quien alcanzó a escuchar la voz del Señor, que le agradecía todo lo que había hecho por él. Artabán no sabía de qué hablaba, pero la voz del Señor le respondió: “lo que hiciste por mis hermanos, conmigo lo hiciste.”
Existe otro cuarto Rey Mago. Su historia la cuenta Felipe Garrido, en el relato que justamente lleva este nombre, “El cuarto rey Mago”. En la comida, Fermín presume en su brazo el regalo que le han traído los reyes magos, “¿en mayo?”, preguntó escandalizada la tía Celia. La tía Martucha, que no se dejó seducir por las tostadas de cazón, contó la historia del cuarto rey mago, un astrólogo poco competente que no hizo bien los cálculos y no logró llegar con el niño Jesús al mismo tiempo que los otros reyes; que todas las noches hacía nuevos cálculos, cruzó mares y desiertos, incansable y torpe, hasta finalmente dio con el Salvador, pero ya no era ningún niño, ni en Belén, sino que lo encontró en Jerusalén, aún con vida, pero ya en la cruz. Afanoso buscó su regalo para Jesús, para descubrir ¡que lo había olvidado! Lloró tres lágrimas. Compadecido de su tribulación, Jesús las convirtió en perlas, para que, con todo, el cuarto rey mago tuviera algo que ofrecerle. Así fue como se convirtió en el mago que recibe cartas y da regalos a destiempo. Fermín se quejó que, además, él había pedido otra cosa. La Beba le recordó que se trataba de un rey mago distraído.
Con leyenda o sin leyenda, algo nos dejan estas narración. Primero, Dios no sólo nos ha regalado la vida y la historia. Con ellas nos regala también la posibilidad de encontrarnos con Él y reconocerlo como tal en Jesús; no es poco. Los sacerdotes de Jerusalén, y Herodes mismo, tuvieron esta oportunidad, pero no hicieron nada por acercarse a Jesús ni, mucho menos, por vivir según el Reino de Dios. Esta semana el Papa Francisco afirmó que hay cristianos que van al templo, pero cuando salen viven odiando; de ellos, por su incongruencia, dijo que era mejor que fueran ateos. En su autobiografía, Lewis Wallace, militar que vivió la Guerra de Secesión en Estados Unidos, y la invasión de éstos a México, afirma que él era conocido como “el más grande ateo” de los Estados Unidos. Debatiendo sobre el cristianismo, se dispuso a investigar sus raíces históricas. Así surgió Ben Hur. Reconoce que aún no terminaba la novela y ya creía en Jesús. Le parecía imposible asistir al encuentro de los magos, al nacimiento del Señor en Belén, estar frente a él clavado en la Cruz, y al mismo tiempo no creer en Él.
Segundo, Dios nos regala siempre, a lo largo del camino de nuestra vida, alguien con quien compartir lo mucho que Él nos ha regalado, partiendo del hecho de que su amor por nosotros es universal y sin condiciones. Eso incluye, desde luego, a los que son distintos que nosotros, piensan distinto y tienen distintos gustos. En todo. En sus memorias, Michelle Obama cuenta que cuando era Primera Dama de los Estados Unidos, muchos la aupaban como “la mujer más poderosa del mundo”, mientras que para otros, detractores suyos y de su esposo, era una “mujer negra malhumorada”. Y confiesa que se preguntaba qué parte de esa frase les molestaba más: “mujer”, “negra” o “malhumorada”. Hay hombres que se siguen sintiendo superiores a las mujeres, blancos que se sientes superiores a los negros y gente que se cree más simpática que los demás, por decir lo menos. En todo caso, nadie tiene derecho de excluir a nadie de la infinita misericordia de Dios. Los regalos de los sabios de Oriente para Jesús fueron oro, en reconocimiento de su condición real; incienso, por su condición divina; y mirra, por su condición humana, frágil, débil y mortal. Pero cada ser humano comparte la dignidad y la grandeza de ser imagen y semejanza de Dios, en su humanidad tan necesitada como la nuestra.
Y tercero, la oportunidad de regalar al Señor nuestra fidelidad hasta la cruz. El sobresalto de Jerusalén, y el reconocimiento de Jesús como Rey de los judíos, título que llevó el letrero que fue colgado de su cruz, anticipan en este relato el relato de la Pasión. En Ben Hur, Baltasar contempla a Jesús en la cruz, lo mismo que los legendarios cuartos reyes magos. Sería triste estar con el Señor cuando nos da sus dones, como los niños que reciben sus regalos de los Reyes, y darle la espalda en el momento de la cruz. Fe, Caridad y Esperanza son, pues, otros tantos regalos que Dios nos da para con ellos corresponderle en los hermanos más necesitados, comenzando por los últimos y los marginados.
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