Lucas 3,15-16.22-22
Creo todos hemos escuchado alguna vez el sonoro grito con que empieza el musical del Rey León: “¡Nants ingonyama bagithi Baba!” Para más de uno suena a algo así como “¡la cigüeña…!” Y tiene lógica la asociación, más allá de los sonidos. Es Rafiki, el mono chamán, quien abre el musical en el momento del alba, cuando el sol, enorme, redondo, intenso despunta tiñendo el cielo de naranja, mientras la neblina se disipa y los animales de la sabana, los antílopes, las jirafas, el elefante y los rinocerontes salen de todas partes de entre el público y se congregan frente al peñasco que, girando lentamente, se va poniendo al centro del escenario, adonde Mufasa, el Rey León, sube, llevando entre sus brazos, con orgullo a su cachorro primogénito, que será presentado a todos los convocados. Será Rafiki la encargada de los rituales de bienvenida y de levantarlo muy en alto frente a todos, para que todos lo reciban como al hijo del Rey. Es emotiva y muy emocionante, desde el inicio El Rey León. También el Evangelio.
El bautismo de Jesús en el Jordán de parte de Juan, es el inicio de la vida pública de Jesús. Para algunos estudiosos, la escena marca el verdadero nacimiento de Jesús. En opinión de otros, marca una especie de “legitimación”. Hace treinta años, cuestionado por la presunción de haber llegado a la presidencia de México mediante fraude electoral, Carlos Salinas de Gortari habría ordenado la detención de Joaquín Hernández Galicia, alias “La Quina”, para dar legitimidad a su gobierno. En su momento, el mismo propósito de legitimidad, tras los mismos cuestionamientos de fraude, habría impulsado a Felipe Calderón a declarar, vestido de militar, la guerra que después dijo que no declaró, contra el crimen organizado. Acciones de fuerte impacto político que tendrían la intención de conceder al gobernante cierta simpatía popular y la oportunidad del beneficio de la duda.
Desde esta perspectiva, es bastante rico el sentido que adquiere la escena del bautismo de Jesús, hasta cierto punto incómoda para el cristianismo de los orígenes. De hecho, es con el bautismo que inicia el Evangelio de Marcos, el más antiguo de los cuatro, que nos lo transmite como una intensa experiencia interna de Jesús; en los posteriores evangelios de Mateo y Lucas, la experiencia del bautismo se comunicó de manera más sensible: lo que en el evangelio de Marcos sólo Jesús vio y oyó, es ahora visto y oído por todos: la presencia del Espíritu Santo descendiendo de forma corporal a la manera de una paloma, y la voz del Padre declarando su amor por Jesús, su Hijo. Legitimación dicen unos, confianza básica, dicen los psicólogos. Lo cierto es que esa partir de su bautismo, de la afirmación de su identidad como hijo amado del Padre, que Jesús puede enfrentar las tentaciones en el desierto y desplegar después su ministerio de amor y misericordia como expresiones del Reino de Dios.
Por supuesto que para nosotros, hablar de cuestionamientos a Jesús suena escandaloso, pero para sus primeros discípulos era una realidad cotidiana, de parte de sus oyentes: ¿por qué habría que escuchar a Jesús? ¿Por qué habría que dar sentido a las curaciones de Jesús, por qué habría que aceptar su escandalosa práctica de entrar en todos lados y comer con toda clase de gente? ¿Por qué tendría que revestir importancia su muerte en la cruz? ¿Por qué creer que había sido levantado de entre los muertos? Porque es el Hijo de Dios; es el Padre quien lo ha declarado. Pero en la lógica de Dios, la legitimación no es un asunto de poder, sino de amor. Jesús desarrollará su ministerio del Reino de Dios no desplegando poder, sino desplegando el misericordioso, tierno, infinito y fiel amor de Dios.
No es que Jesús cure porque a la suegra de Pedro, al leproso y al paralítico porque tiene poder como tiene quien tiene la capacidad de hacer magia porque es Hijo de Dios; es que como es Hijo de Dios y ama con el amor de Dios, se acerca a los enfermos con el amor de Dios manifestando la voluntad del Padre: que todos sus hijos tengan vida y la tengan en abundancia; si entra a la casa de Leví y de Zaqueo, si perdona a los pecadores y come con ellos, no es porque tenga por decreto la potestad jurídica de perdonar; es que ama con el amor de Dios y, por lo tanto, tiene la suficiente compasión y misericordia para comprenderlo todo, para perdonarlo todo y para dar siempre una segunda oportunidad.
De hecho, es precisamente el perdón de los pecados lo que incomodaba a los primeros cristianos respecto al hecho histórico, cierto, del bautismo de Jesús. Juan bautizaba como un signo de arrepentimiento por los pecados cometidos. Así que algunos preguntaban: ¿cuáles fueron los pecados de Jesús? Pero estas fueron preguntas relativamente tardías y partían de una muy limitada visión del pecado, como si éste fuera simplemente la transgresión de una ley. En la lógica de Dios, el pecado, que es todo lo que Dios perdona, es de parte nuestra todo lo que nos destruye, nos deshumaniza y, al final, nos mata. La masa de hombres y mujeres que buscan a Juan no es un colectivo de desobedientes arrepentidos; es un pueblo necesitado de vida que ha descubierto que al quebrantar los preceptos de la fraternidad se ha perdido a sí mismo y se encamina irremediablemente a la muerte. La presencia de Jesús entre ellos no es porque Jesús haya pecado; la razón de que Jesús esté ahí, entre ellos, es la respuesta de Dios ante la pregunta del ser humano por Él. Una pregunta que nos hemos hecho muchas veces, en momentos de dolor, de angustia, de peligro, de incertidumbre, de sufrimiento: ¿dónde está Dios? ¿Por qué no hace oír su palabra?
Sobreviviente de Auschwitz, cuya experiencia está narrada en la trilogía: La noche. El alba. El día, el escritor rumano, judío, y Premio Nobel de la Paz, Elie Wiesel inicia su novela El olvidadocon una oración: “Tú que compartes nuestro sufrimiento. Tú que participas en nuestra espera, no me alejes de los que te han albergado en su corazón y en su morada.” Eso es Jesús en su bautismo: el Dios que comparte nuestro sufrimiento, el Dios que participa de nuestra espera, el Dios que no se aleja de quienes lo han albergado en su corazón y en su morada. Los que son invitados a caminar desde la certeza de que, como Jesús, son hijos intensamente amados por Dios, engendrados por Él en el bautismo.
Cuando me visita Kisko o yo lo visito a él, escuchamos muchas veces el disco del Rey León; es de cajón la música que ponemos en el carro, aunque su papá nos diga que si no nos cansamos oír lo mismo. Pero los niños no se cansan de lo que les gusta. Y siempre vamos platicando de lo que pasa en la obra en cada canción. Y con la obertura de “El ciclo vital”, le he contado ya que así como Rafiki levantó a Simba, el cachorro frente a todos los habitantes de la sabana, yo también lo levanté a él así cuando lo bauticé en San José de los Poetas, allá en Guadalajara hace casi siete años. Es un rito que hago cada vez que bautizo, desde entonces. Es emocionante, engendrar hijos para Dios, para la eternidad, por su misericordia, destruir la muerte y el pecado, levantar al niño que Dios nos ha regalado y saber que en ese momento en el cielo el Padre exclama con júbilo: “¡Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy!” Y saber que desde ese momento estamos legitimados por Dios para caminar por la historia, sabiéndonos intensa e incondicionalmente amados por él, para desplegar ese mismo amor. Como Simba en los brazos de Rafiki, frente a la mirada complacida de Mufasa, así nosotros bajo la mirada amorosa de Dios, en los brazos de la Iglesia.
El bautismo de Jesús en el Jordán de parte de Juan, es el inicio de la vida pública de Jesús. Para algunos estudiosos, la escena marca el verdadero nacimiento de Jesús. En opinión de otros, marca una especie de “legitimación”. Hace treinta años, cuestionado por la presunción de haber llegado a la presidencia de México mediante fraude electoral, Carlos Salinas de Gortari habría ordenado la detención de Joaquín Hernández Galicia, alias “La Quina”, para dar legitimidad a su gobierno link útil
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