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Un poco como Freddy Mercury. La viuda pobre y sus dos moneditas

Marcos 12,38-44

Me recuerda un poco a Freddy Mercury, la viuda pobre del evangelio. Un poco. Está de moda Mercury, es cierto. Me gusta verla desde una doble perspectiva. Por un lado, en la secuencia de Bartimeo, el pordiosero ciego a la orilla del camino; del maestro de la Ley, y la viuda pobre. Como Bartimeo, hay que pedir siempre a Jesús poder ver, poder seguirlo, tener en el corazón la luz suficiente para seguirlo por el camino, aunque sea de noche y haga frío; aprender de Jesús que la voluntad de Dios se cumple en el amor, que hacer las cosas por algo distinto al amor no tiene mucho sentido; que quien camina detrás de Jesús y ama como él, es capaz, como la viuda, de dar su vida entera. Como Jesús en la cruz. 

Por otro lado, me gusta ver a la viuda pobre en perspectiva con los demás personajes femeninos del evangelio. La suegra de Simón, la hemorrosía, la hija de Jairo, la sirofenicia que suplicaba la curación de su hija. Todas ellas recibieron vida de parte de Dios a través de la ternura, de la cercanía y de las palabras de Jesús. Recibir vida de Jesús. Todas ellas, lo mismo que la viuda, ocupaban en la sociedad machista de su tiempo, un lugar último y marginal; la suegra de Simón vivía la humillación de pertenecer a su yerno, era extraña en una familia que no era propiamente la suya; la hija de Jairo y la sirofenicia eran extranjeras, eran impuras por ser extranjeras; la hemorroísa lo era por su enfermedad. Todas ellas recibieron de Jesús la reivindicación de su dignidad y un lugar en la comunidad. En la familia de Dios, en el Reino de Dios, no hay lugar para la descalificación de “impuro” y “extranjero”. 

La viuda, en cuanto viuda y pobre, indefensa y vulnerable, hace visible las consecuencias del sistema social machista y patriarcal. Ella no recibe nada de Jesús, no entra en contacto con él, Jesús no le da ninguna ayuda, pero la muestra como ejemplo para los suyos: en lo poco que ha depositado en la alcancía del templo, en sus dos moneditas confiadas para el culto y para socorrer a los pobres, ha dado su vida entera. Como Jesús. En la generosidad de sus dos moneditas, la viuda pobre se vuelve imagen que anticipa el gesto supremo de Jesús: dar por amor al Padre y a los hermanos, su vida en la cruz. Hay que, pues, abrirnos a la vida nueva de Jesús, y darla entera en el amor y en el servicio.

El lugar marginal de estas mujeres en el sistema social y religioso de su tiempo, exhibe lo que no logra el sistema: la generosidad de darlo, de poner la vida entera. Es algo que sólo se logra a partir de la confianza en Dios. Los ricos y los fariseos ponían mucho, pero sólo de lo que les sobraba. La viuda lo pone todo. Eso es lo que Dios quiere: no la hipocresía ni la superficialidad; no la presunción ni la ostentación, sino una entera confianza en Él, una sincera generosidad, y poner la vida entera en su servicio.

Los imperios que no son de Dios, los reinos que no son de Dios, los sistemas sociales y económicos que no son de Dios generan egoísmo y superficialidad, generalmente se rinde culto al dinero y los sacrificios son para tener dinero, no para tener vida y compartirla con quien la necesita. Tiene que ser alguien fuera del sistema, marginal y a contracorriente, el que nos ayude a tomar conciencia de ello. Como la viuda pobre, que ahora me recuerda a Freddy Mercury.

Si uno lo piensa bien, el vocalista de Queen lo tenía todo en contra: ser homosexual en tiempos de homofobia; moreno y dientón, frente a una estética que prepondera lo blanco y rubio, extravagante en un mundo de corrección, libre en una sociedad orgullosa de sus tradiciones, enteramente desapartado de los estereotipos sociales, con todo, logró ser una leyenda en el mundo de la música. Como la viuda, a pesar de su condición marginal, confió en sí mismo y puso la vida entera en lo que hacía. Los prejuicios nos pierden, la inclusión y la misericordia nos salvan.

Nosotros confiamos en nosotros mismos no sólo porque tenemos elevada la autoestima; confiamos en nosotros porque somos imagen y semejanza de Dios. Queremos dar lo mejor de nosotros mismos, queremos hacerlo todo con pasión, queremos poner el corazón en todo lo que hacemos no sólo porque estamos hartos de la mediocridad, sino porque hemos aprendido del Maestro a dar la vida por amor, aun en la cruz. Nuestra vida tiene sentido no cuando se rinde al dinero, sino cuando se pone enteramente al servicio de la misericordia, del amor genuino, que implica curar, perdonar, incluir y compartir. 

Un día decía Mafalda a Manolito: “Vos, que siempre andás dale que dale con el almacén de tu papá, la plata y los negocios, escuchá esto que voy a leerte: el dinero no hace la felicidad.” Le respondió Manolito: “Sí…, sí eso ya lo sé… pero a mí lo que me entusiasma es la maña que se da para imitarla.” En alguna de sus estrafalarias fiestas, mientras repartía regalos a sus invitados, Mercury decía que el dinero no compraba la felicidad, pero permitía regalarla. Lo que de verdad da la felicidad no es lo que damos, sino la generosidad con que nos damos, con entera confianza en Dios. Como la viuda pobre y sus monedas. Como Jesús en la cruz. 

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