Marcos 10,17-31
La noche del 3 de enero de 2008, una vez que se hubo alzado con la candidatura del partido demócrata para contender por la presidencia de los Estados Unidos, el joven Barack Obama, con amplias posibilidades de ser el primer presidente afroamericano de su país, ofreció un emotivo discurso a sus simpatizantes:
“Se dijo que el día de hoy nunca llegaría. Se dijo que apuntábamos demasiado alto. Se dijo que este país estaba demasiado dividido; demasiado desilusionado para unirse algún día en torno a un objetivo común. Pero esta noche de enero, en este momento decisivo de la historia, ustedes hicieron lo que los cínicos dijeron que no podríamos hacer.”
De la canonización de Monseñor Romero podría hablarse con las mismas palabras: Dijeron que este día nunca llegaría. Dijeron que era mucho esperar, que era guerrillero y comunista; que El Salvador era un país muy dividido y podía dividirse más; que no era un país grande o importante; que aún vivía el grupo de poder que lo mandó matar. Pero este es el día de la historia que dijeron no llegaría.
Un hombre se acercó a Jesús. Le preguntó cómo heredar vida eterna. Monseñor Romero, en su vida y en su martirio, encarna la respuesta de Jesús, el amor. Pero el hombre que preguntó a Jesús creyó que sólo se trataba de hacer cosas buenas, y no. Se trataba de amar. Incluso a Jesús, como Señor y Maestro, haciendo a un lado toda otra seguridad. El hombre desilusionó ante la petición definitiva de Jesús: vender cuanto tenía, darlo a los pobres y seguirlo. Se retiró triste. No menos triste se quedó Jesús.
Esta mañana, en la canonización de Mons. Romero, junto a otros seis santos, el Papa Francisco expresaba su deseo de que no fuéramos una Iglesia que predicaba prescripciones, sino la Iglesia esposa que va detrás de su Señor, amando. Monseñor Romero fue de esos que caminaron amando, aunque el camino fuera mortalmente riesgoso, en soledad y sin seguridades.
A veces decimos que vamos a misa a dar gracias por lo bueno que Dios nos dio en la semana, y a pedirle que nos vaya bien en la semana que inicia. Pero a la Eucaristía venimos no a pedir; acudimos acogiendo en el corazón la invitación que el Señor nos ha hecho para compartir con Él la Mesa y el camino por la historia. Hemos venido a celebrar su amor, el amor creador del Padre, que nos ha dado la vida; el amor salvador del Hijo, que ha destruido la muerte; el amor santificador del Espíritu, que nos da la fuerza par seguir caminando. Venimos a celebrar y agradecer este amor. Venimos a acoger la Palabra con la que el Señor se dirige a nosotros, y el Pan y el Vino con que quiere alimentarnos.
Se decía un día Felipe: “Pensándolo bien, es monstruoso que se impriman más billetes que libros. ¡Algún día se dará más valor a la cultura que al dinero!” Mafalda lo escuchó y lo cuestionó: “¿No son algo ingenuas tus ideas, Felipe?” Terció Manolito: “¡Ingenuas no, peligrosas!” Más peligroso es el amor, el amor sincero, el amor cristiano. Por eso mataron a Mons. Romero.
Hacia el final de la secuencia, Pedro se acercó a Jesús, a decirle que ellos sí lo habían dejado todo por seguirlo. Podría tener dos interpretaciones; la primera, la de quien reclama: “¡Cómo que los ricos no entrarán en el Reino! ¡Y entonces nosotros, que lo hemos dejado todo, ¿hemos apostado y perdido?, ¿hemos invertido y no ganaremos nada a cambio?” Es la postura de quien no ama, sino sigue por interés. Otra interpretación posible es: “Deja que se vaya ése, nosotros sí lo hemos dejado todo por ti; nosotros sí estamos dispuestos a seguirte, por ti, sin que tengas que darnos.” Es la postura del amor.
Antes me parecía que la segunda interpretación era la obvia, la que naturalmente se deducía. Pero ahora no estoy seguro. Creo que la moneda sigue en el aire, porque a veces alimentamos el corazón de interés; a veces de amor. En todo caso, a lo largo de la historia, incluso de la propia historia, experimentamos cómo el poder y la seguridad que da el dinero lo corrompe todo, y los gestos de bondad que realizamos, en palabras del Papa Francisco, nos enferman de autocomplacencia y enviamos el amor a Jesús a un segundo lugar.
Jesús es radical, lo dijo también el Papa esta mañana. Y al que se nos ofrece como Pan no podemos ofrecerle migajas; al que nos ama al extremo de la cruz para darnos vida eterna, no podemos darle sólo un poco de tiempo sobrante, Jesús no quiere sólo un veinte, un cuarenta, un sesenta porciento de amor. Lo quiere todo, o nada. Monseñor Romero no le negó nada, ni su buen nombre, ni su sangre derramada en asesinato. San Romero de América. Algunos decían que nunca podríamos llamarlo así en la Iglesia, en voz alta. Se equivocaron. Hoy es ese día.
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