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¡Bienvenido, Espíritu Santo!

Pentecostés 2018


Parece terrible, y quizá lo sea pero sólo superficialmente, que te pase lo que pasó a Steve Jobs en 1985, que a diez años de haber fundado la que ya entonces era una de las más importantes compañías de computación, la Apple, tengas que aceptar ser despedido de la misma, o aceptar irte poco antes de que te despidan. Algo similar pasó a san Pablo. 

Después de no haber logrado convencer a los cristianos de origen judíos y practicantes aún de la circuncisión, san Pablo, respondiendo a la vocación que le hizo el Señor Resucitado, partió a predicar el evangelio entre los paganos, no fue el primero que lo hizo, pero sin duda fue quien marcó el estilo. Entre las ciudades donde predicó, y estableció algunas de las primeras comunidades cristianas, estuvo Corinto, a finales de los años cincuenta del siglo primero. 
Gracias a Pablo conocieron a Jesús, en cuyo nombre se bautizaron; gracias a Pablo conocieron el evangelio; gracias a Pablo accedieron a la Cena del Señor,  a la mesa de la Eucaristía. Cuando los consideró una iglesia de comunidades maduras, Pablo partió de ahí para iniciar de nuevo el proceso misionero en otro lugar. Les mandó algunas cartas, para responder a las dudas que iban surgiendo en su caminar, pero pronto le llegaron malas noticias: otros que también se decían cristianos llegaron a las comunidades de Corinto a decir  Pablo no era verdadero Apóstol, se burlaron hasta de su manera de hablar y de su aspecto físico, de ser un desequilibrado mental, de robarse el dinero; que ellos no eran aún verdaderos cristianos. Algunos de ellos eran cristianos judaizantes. Otros quizá fueran carismáticos itinerantes, es decir, de los primeros seguidores de Jesús, de los que escucharon a Jesús, comieron con Él y lo dejaron todo por seguirlo. Menospreciaban a Pablo porque él no había conocido a Jesús en su vida histórica. 

Pablo decidió entonces volver a Corinto, visitar personalmente a las comunidades fundadas por él. Y desde ahí y con la ayuda de ellas, ir a Jerusalén a entregar la colecta para los pobres, y luego viajar a Roma, el corazón del imperio. Pero uno de los dirigentes de las mismas, embaucado, insultó a Pablo   se burló de él de tal manera que Pablo se retiró de Corinto. Lejos, decidió escribirles una carta entre lágrimas, donde los reprendió y se defendió de las acusaciones recibidas. Probablemente se trate de los capítulos 10 a 13 de la segunda carta a los corintios. La envió con Timoteo, uno de sus discípulos y colaboradores más cercanos, quien a su vuelta contó a Pablo el resultado de la carta: arrepentimiento sincero de los corintos. Entonces Pablo  volvió a escribirles antes de finalmente visitarlos. Son los primeros siete capítulo de esta mal llamada “segunda” carta a los corintios, que al menos fue la cuarta. 

Años más tarde, al contar su propia experiencia, Steve Jobs reconocía que a pesar de los duro que había sido, y superados el coraje y la tristeza iniciales, entró en una de sus etapas más creativas, ahí comenzó Píxar, y de ahí surgió Toy Story. Gracias a eso decimos ahora a nuestros amigos que somos amigos “¡hasta el infinito y más allá!” Gracias a la rivalidad y a las rencillas contra Pablo, quizá —por qué no también gracias a los celos y a la envidia contra Pablo— tenemos uno de los más bellos textos del Nuevo Testamento; más aún, tenemos la evidencia escrita, entre dolor y lágrimas primero, y entre gozo y esperanza después, de que nada puede destruir lo que Dios construye por medio de su Espíritu. 

De esta experiencia, hoy sabemos y reconocemos que el Evangelio es una luz que llevamos en vasijas de barro. Aprendimos con Pablo que en más de una ocasión nos veremos “atribulados por todos lados, pero no por ello estamos vencidos; perplejos pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no aniquilados.” Gracias al Espíritu del que somos portadores, con el que hemos sido sellados y por el que somos fortalecidos. Y afirmó el Apóstol: “Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, ahí está la libertad.”

Ayer con la celebración del sacramento de la confirmación abrimos nuestra fiesta de Pentecostés. Los signos propios de este sacramento son bellísimos. Nos hablan de la fuerza de Dios con que hemos sido revestidos desde el bautismo, pero a la que valientemente nos abrimos. En la confirmación, el Obispo, signo de comunión en la Iglesia, nos unge con el santo crisma. Lo mismo que los antiguos luchadores eran untados de aceite para que no fueran tan fácilmente sujetados por sus rivales, lo mismo nosotros, revestidos del Espíritu de Dios no deberíamos ser fácilmente sujetos y vencidos por el corrupto y deshumanizador espíritu del mundo. 

Se nos marca con el santo crisma que además es un aceite perfumado. Siempre cuidamos las apariencias, para agradar, no por ser hipócritas. Pero por el Espíritu Santo nuestra apariencia tiene que ser el mismo Espíritu del Señor. Se nos marca en la frente, antiguamente la frente era considerada el asiento de la vergüenza. Timothy Radcliffe cuenta que en alguna ocasión estaba siendo hospedado en un cuarto amueblado con una televisión tan vieja que sólo sintonizaba un canal, y cuando la encendió, en el programa de televisión un comediante hacía sorna de Dios, de la religión, de la Iglesia, de los creyentes; y los espectadores asistentes se reían y parecían compartir su punto de vista. Entonces el comediante preguntó si entre ellos había algún cristiano. Si lo hubiera, seguro se moriría de vergüenza. Pero uno se tragó la vergüenza y se puso de pie con dignidad. En ese momento, dice Timothy Radcliffe, ese hombre vivió su confirmación. 

Esta semana nos enteramos todos de la decisión del conjunto de los Obispos chilenos. Uno de ellos había sido reiteradamente acusado de proteger a un muy influyente sacerdote que había abusado de varios niños y jóvenes. Mal informado, el Papa Francisco defendió la inocencia del Obispo por falta de pruebas, lo hizo incluso en su viaje a Chile en enero de este año, situación que levantó tal polvareda que el Papa se decidió a enviar un cardenal a investigar el asunto a fondo. Volvió a Roma llevando consigo las pruebas de la acusación. Entonces el Papa Francisco invitó primero, hace un par de semanas, a las víctimas de los abusos a un diálogo con él en la Santa Sede, donde el Papa reconoció su error, asumió su vergüenza y les pidió perdón a nombre de la Iglesia. Acto seguido, convocó también a Roma a todos los Obispos chilenos, se dice que en diez páginas les ha dado el más duro de los textos que el Papa ha escrito y, a cambio, junto con su petición de perdón a las víctimas, todos los obispos chilenos han presentado su renuncia al Papa, quien aún no se ha pronunciado al respecto. Pero su respuesta será ejemplar, sin duda. 

Cuando la Iglesia no es lo que debería, cuando la Iglesia no es lo que aparenta, nos avergonzamos todos los bautizados, pero con todo y la vergüenza, damos la cara para que el mundo sepa que nuestra vergüenza es sincera y desde nuestra vergüenza acepte nuestro humilde propósito de ser por fin, como decía san Pablo, “el buen olor de Cristo”.

Finalmente, el Obispo da una pequeña bofetada al confirmando. A veces es casi una caricia, pero es quizá el gesto más elocuente de lo que el Señor hace en nosotros a través de su Espíritu: nos fortalece de tal manera que, a pesar de los golpes, no escondemos el rostro, plantamos cara a lo que vida nos ponga enfrente, asumimos la vergüenza de nuestros pecados, pero sobre todo, vemos de frente a Quien, al final de la jornada, sólo puede vernos con misericordia.

Donde está el Espíritu del Señor hay libertad. Esconder la culpa y la vergüenza es vivir de apariencias, y vivir sólo de apariencias es esclavitud. Salir corriendo cuando la vida se pone dura y oscura, es cobardía y la cobardía es esclavitud. Insultar y calumniar es de las peores esclavitudes, las del corazón amarrado al odio, al resentimiento y a la rivalidad. Responder con la elegancia del silencio y la grandeza del perdón son signos de la libertad del corazón que ha dado la bienvenida al Espíritu Santo. 

Somos la Parroquia del Espíritu Santo y decimos que somos “¡una parroquia con Espíritu!” Pues bien, donde está el Espíritu del Señor  está la libertad. Ojalá dejemos el miedo, acojamos el anuncio el amor de Dios hecho carne en la carne de Jesús, y llevemos este anuncio y esta luz por todas partes, a pesar de ser humildes vasijas de barro; ojalá dejemos la esclavitud de la timidez o peor aún, del egoísmo, y nos abramos a compartir la fe en nuestros pequeños grupos de Jesús. Ojalá nos abramos a la libertad del silencio y de la compasión antes que entregarnos a la cobardía del insulto y la mentira. Ojalá mostremos el orgullo de nuestro Espíritu y de nuestra Iglesia siendo fuertes frente a todo dolor y adversidad. Ojalá seamos fuertes para dar la cara por nuestra fe, por el Señor que nos da vida en abundancia, y por la Iglesia que formamos, aunque veces tengamos que tragarnos la vergüenza de no ser siempre el buen olor de Cristo.

“¡Bienvenido, Espíritu Santo!”, hemos cantado anoche al iniciar nuestra velada y esta mañana al iniciar nuestra Eucaristía. No es que el Espíritu Santo no esté presente en este lugar, la semana pasada decía, y lo creo firmemente, que en el universo entero late el Espíritu Santo con todo su amor y toda su fuerza. Es que hoy es el corazón, cansado de ser mediocre y cobarde, el que dice: ¡Bienvenido, Espíritu de Libertad! ¡Bienvenida, Fuerza de lo alto! ¡Bienvenida, Luz del Mundo! ¡Bienvenida, divina misericordia! ¡Bienvenido, Espíritu de Dios y Señor nuestro, en ti confiamos, por que no nos dejarás ni en la calma ni en la tormenta; porque en lo alto o en lo bajo, no nos soltarás! 

¡Bienvenido, Espíritu Santo!

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