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Otra manera de ser Pastor

Juan 10,11-18

Vivimos días en los cuales decir a alguien que es parte de “la borregada” es una manera de insultarlo. Más en estos días que son de año electoral en nuestro país. Es comprensible, entonces, que no estamos en el mejor contexto para hablar de pastores. En los días de Jesús, además, hablar del rebaño era hablar del pueblo mismo; y hablar del pastor, era hablar de sus dirigentes, de sus gobernantes, de sus líderes. El largo discurso de Jesús sobre el Buen Pastor a los fariseos tuvo lugar luego de la curación del ciego de nacimiento; es un reproche de Jesús a los líderes del pueblo, que acosaban y perseguían al que había sido ciego, en vez de alegrarse por su curación. No amaban a su pueblo. Suele pasar. En contraste, Jesús se presenta a sí mismo como el pastor por excelencia. Varios pensamos que el futbol es una parábola de la vida real, que la cancha refleja nuestra manera de vivir. Hablando de futbol, hay en el mercado una muy inspiradora biografía de Pep Guardiola, emblema y artífice del Barcelona que lo ganó todo, que lleva el título de Pep Guardiola. Otra manera de ganar. Nunca se trata de ganar por ganar. Y en Jesús encontramos otra manera de ser pastor. 

Un día Mafalda estaba sentada con Felipe y Guille, recargados en la puerta, agobiados por el calor, con las lenguas de fuera. “¡Mecacho, qué calor hace!”, se quejó Felipe. “¡Fúf!”, lo secundó Mafalda. “Ez pod el gobiedno, ¿veddad?”, preguntó Guille a Mafalda. “No, Guille, es por el verano”, le respondió. Para luego justificarlo ante Felipe: “El pobre todavía no sabe repartir muy bien las culpas”. No todo es culpa de los gobiernos. También la ciudadanía es, o debería ser, corresponsable; especialmente en una democracia, de la que decía Winston Churchill que era el peor sistema de gobierno inventado por el ser humano, excepto todos los demás. Pero atendiendo a que el futbol se parece a la vida, y a que es bueno ir discerniendo cristiana y responsablemente nuestro voto, vale la pena echarle un ojo a lo que Jorge Valdano nos presenta en su libro Los once poderes del líder. Valdano nació en Argentina en 1955, jugó en el Real Madrid al lado de Hugo Sánchez, y fue campeón con la selección de su país en el Mundial de 1986. Actualmente se dedica a ser comentarista deportivo y conferencista. Yo aquí presento sólo cinco de esos once poderes, en tres momentos. Cada poder es una característica que debe tener todo líder para poder ejercer su liderazgo. 

Primero. El poder de la credibilidad y el poder del estilo. Es la dimensión ética, la de la integridad, la de la autoridad moral, la de la veracidad, como también la llama Hans Küng. Todo líder, todo dirigente, debe responder a códigos éticos irrenunciables, de los cuales el no robar, el no matar y el no mentir son los primeros pero no los únicos. Sin credibilidad, sin autoridad moral, no hay autoridad. Lo dijo bien la Presidente del Tribunal Electoral de la Federación en la sesión en la que el Bronco logró colarse a la boleta electoral como candidato independiente, a pesar de haber mentido y falsificado firmas: que el ejercicio del poder no es sólo una cuestión jurídica, sino también ética. En varias ocasiones, frente a la selección mexicana o frente a los Pumas, José Ramón Fernández ha comentado: “Se puede ganar o se puede perder (el partido), pero hay que mantener el estilo”. 

Jorge Valdano señala que, cuando se retiró, Maradona afirmó que la pelota no se mancha. Pero también recuerda el sentimiento de justicia nacionalista que tenían los argentinos frente a los ingleses tras la guerra de las Malvinas, y se pregunta si no hubiera sido más encomiable que Maradona reconociera que su primer gol en los cuartos de final había por su mano suya y no por ninguna justiciera mano de Dios. En todo caso, siempre tendremos ahí la mesa abierta de Jesús, su comida compartida en amor y en fraternidad con todos, con las mujeres, con los publicanos, con las prostitutas, con los enfermos, como el gran signo de credibilidad y veracidad de su palabra. Nunca, pues, es ganar por ganar. Porque si sólo ganar importa, entonces se pierde la ética y la corrupción se vuelve el sistema, el estilo. La corrupción nunca debe ser el estilo. Habrá ocasiones en las que, incluso, manteniendo el estilo una derrota sea un triunfo.  La cruz de Jesús es el mejor ejemplo de ello. El estilo fue el amor y la misericordia y no renunció a ello.

Segundo, el poder de la esperanza y el poder de la palabra. Eduardo Galeano habla de la utopía, por la que nos ponemos en camino, aunque cada vez que caminamos más se aleja, y al final uno se pregunta para qué sirvió. Para eso, responde: para ponernos a caminar. Ítaca te regaló el viaje, dice Konstantino Kavafis en su poema, que también cita Jorge Valdano para señalar que el líder debe alimentar las ilusiones, cuyo cumplimiento le será después exigido. Se alimentan las ilusiones a manera de esperanza, no de irrealidad. Valdano cuenta una historia ocurrida con César Luis Menotti, en Francia, en 1975, en el Mundial Juvenil. Cuenta que un día fueron a ver jugar a los alemanes, posibles rivales, y los consideraron superhombres, Menotti observaba tranquilo mientras en sus jugadores crecía el sentimiento de inferioridad. Uno de ellos se atrevió a decir al técnico: “César, los alemanes son fuertísimos”. “¿Fuertes?”, contestó Menotti, “no diga bobadas. Si a cualquiera de esos rubios lo llevamos a la casa donde usted creció, a los tres días lo sacan en camilla. Fuerte es usted que sobrevivió a toda esa pobreza y juega al futbol diez mil veces mejor que esos tipos.” Menotti juntó el poder la palabra y el poder de la esperanza. 
 
Winston Churchill decía que un político comienza a ser estadista cuando pensaba no en las siguientes elecciones, sino en las siguientes generaciones. Kennedy, que no preguntaras qué podía hacer tu país por ti, sino qué podías hacer tú por ti. De nuestros políticos mexicanos sólo se recuerdan frases del tipo: “El aumento de la gasolina sólo afecta a los que tienen carro”, o “van a ler no van a ler”, o “haiga sido como haiga sido”, o “cállate, chachalaca”, o “yo mero”. Todas ellas asociadas a la ignorancia, a la prepotencia, pero ninguna a la fuerza de la esperanza, ninguna que nos haga soñar y nos invite a luchar. En ellos es más común el lenguaje del miedo. Valdano cita a un compatriota suyo, David Konzevik, de quien escuchó que “el arte de gobernar en una dictadura es el arte de manejar el miedo, y el arte de gobernar en una democracia es el arte de manejar las expectativas". Pero ninguna frase, ninguna palabra que suscite en el corazón lo que Jesús provocaba con sus parábolas en el corazón de la gente, el júbilo inmenso de un amor incondicional e inagotable de un Dios que se complacía en llamarnos hijos. Jesús mismo, dice el dominico holandés Edward Schillebeeckx, es la parábola de Dios. ¡Por eso pudo decir de sí mismo que es el Pastor que da la vida por sus ovejas! Si no hay esperanza, no se puede vivir. 

Tercero. El poder de la pasión. Afirma Valdano que para ser futbolista se requiere de naturaleza, genes y talento; de práctica, de formación, larga y constante; de exigencia, de disciplina. Pero también de pasión. La pasión tiene que ver con el corazón, es amor a  lo que se hace, a la meta que se persigue, al sueño por el que se lucha. La pasión es ambiciosa. Y fuerte, tanto que nos hace abrir camino donde no lo hay. Pasión es lo que hace latir el corazón. Sólo por la fuerza de la pasión, dice Valdano, Usaín Bolt tiene que demostrar en menos de diez segundos años de sacrificio. Por pasión, Valdano mismo hizo marca personal, por indicación de Carlos Bilardo, entrenador, a Hans Peter Bielger en la final de México 86, un tipo de dos metros del que Ángel Fernández comentaba que su nombre significaba: Ferrocarriles Nacionales de Alemania. A los dos minutos de iniciado el partido sentía que no podía más. Pero luego  pensaba que era desmayarse en ese momento o ser campeón del mundo. Y la fuerza de la pasión le dio para dar la vuelta olímpica en el estadio Azteca, cargando la Copa del Mundo. 

Jesús vibraba con el Reino de Dios y con el Dios del Reino; su corazón bullía de pasión, de amor, de misericordia, de compasión, de fuerza por la vida y por la fiesta, por la fraternidad; una pasión que va más allá de la mera empatía y la solidaridad. Una pasión con la que pasó por la vida haciendo el bien. Una pasión tal esperaríamos de nuestros dirigentes todos, civiles y eclesiásticos; una pasión que emule lo que alguna vez dijo Kennedy: un político que no ama el bien público, no se respeta a sí mismo; una pasión inspirada en el Pastor que dio la vida por sus ovejas.

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