Marcos
1,12-15
Un día de mucho calor, Felipe se alucinaba extenuado,
arrastrándose terriblemente maltrecho y sediento, con la lengua de fuera, los
ojos desorbitados, la mirada perdida, bajo un sol pesado como juicio —diría
Benedetti—, mientras se decía: “¡Dios mío!... ¡Estoy perdido en el desierto! ¡Y
voy a morir!... ¡Voy a morir sin una gota de nada para mi garganta seca!” Fue
entonces que Mafalda, enfadada y sentada como él en la banqueta, lo despertó de
su alucinación con un grito: “¡Se te derrite el helado, marmota! ¿Qué esperás
para empezarlo? Salido de su pasmo, Felipe le respondió: “Es que un toque de
masoquismo previo lo hace más interesante.”
En general, los estudiosos y coinciden en que la escena de Jesús
en el desierto, donde fue tentado, forma parte de la introducción o prólogo
narrativo del conjunto del Evangelio. Dicha introducción está formada por la
aparición de Juan el Bautista en el desierto anunciando su bautismo con agua,
así como la inminente llegada del mesías; la aparición de Jesús en el Jordán y
su bautismo por Juan, en el que Jesús oyó la voz del Padre que declaraba su
amor y su complacencia en su Hijo, el descenso del Espíritu Santo sobre
él, y como impulsado —expulsado,
literalmente— Jesús fue llevado al desierto donde Satanás lo puso a prueba
durante cuarenta días a lo largo de los cuales estaba con las fieras y los
ángeles le servían, escena con la que cierra dicha introducción. Después de
esto, comienza propiamente el cuerpo de la narración, con la ida de Jesús a
Galilea, donde comenzó a anunciar, con obras y palabras, la llegada del Reino
de Dios.
No hay que pensar que la breve escena de las tentaciones de Jesús
en el desierto es un previo toque de masoquismo para hacer al evangelio más
interesante. Para los especialistas, se trata de una escena simbólica, es
decir, una escena que sintetiza en algunos símbolos destacados, la vida
histórica de Jesús y su significación. Por supuesto, ello implica el uso de
símbolos entendibles en el contexto de aquella época. Cuando salimos del
contexto cultural, solemos decir barbaridades, como los tapatíos que se burlan
nuestras quesadillas de huitlacoche, pero bien que piden en el mercado
¡chocomiles de fresa! Una escena, además, que tiene la función de un gozne o
bisagra entre la introducción del evangelio y su desarrollo.
La introducción nos presenta a Jesús como aquel que es la Buena
Noticia de parte de Dios para la humanidad, como aquel que cumple las
profecías, el Mesías prometido que aparece como solidario de los últimos, de
los pecadores, de los excluidos, de los enfermos, de las mujeres, de los pobres
y necesitados de todo tipo. Entre ellos, como uno más, se deja bautizar por
Juan en el desierto, en el Jordán. En esa experiencia, Jesús ve que el cielo se
abre, experimenta sobe Él el descenso del Espíritu Santo, con la ternura, con
la delicadeza de una paloma, y escucha la voz del Padre que declara su amor por
Él, lo reconoce como su Hijo amado, en quien tiene puesta su complacencia.
Jesús se ha sabido amado, se ha sentido ungido por el Espíritu de Dios, que es
amor, amor fiel, amor inagotablemente fiel, dicen algunos. Y se nos dice que
este mismo Espíritu lo expulsó, lo impulsó al desierto, ¡aunque ya estaba en el
desierto!
Esta doble mención del desierto nos permite entender que el
desierto al que condujo el Espíritu es simbólico, símbolo de la historia del
pueblo. La acotación de que Jesús estuvo ahí cuarenta días es para dar a
entender que estamos hablando no de un rango específico de días, sino de la
totalidad de los días, de la vida entera de Jesús. Es decir, toda su vida Jesús
se dejó llevar del Espíritu Santo, toda su vida se dejó llevar del
inagotablemente fiel amor de Dios. Y toda su vida transcurrió entre fieras y
ángeles, entre personas que pisotean y personas que sirven. Y enfrentando las
tentaciones de Satanás. Leyendo el evangelio en su conjunto, no parece que
Satanás sea una persona de igual altura y poder que Dios. Más bien en el
evangelio se refiere a toda persona que adquiera una específica personalidad;
la de pensar y actuar con un espíritu distinto al del Espíritu de Jesús. La
clave nos la da hacia la mitad del evangelio el mismo Jesús, cuando anuncia su
futura muerte en la cruz, y Pedro trata de disuadirlo, no acepta semejante destino
para el Mesías, seguramente sus expectativas eran triunfalistas. La respuesta
de Jesús para Pedro fue: “Colócate detrás de mí, Satanás, porque no piensas
como Dios, sino como los hombres”.
El reto, el propósito de la cuaresma es que aprendamos a vivir
como Jesús, con su mismo Espíritu, con su apasionado espíritu de misericordia,
de amor inagotablemente fiel. Que cambiemos para pensar como Él, para vivir
como Él, para amar como Él. Hace unos meses en la UCA, la universidad jesuita
de El Salvador, compré el libro Pagando
el precio, sobre los jesuitas asesinados en la UCA en 1989. En la caja vi
unos libritos que me llamaron la atención. Uno de ellos se llama Cuentos de alfabeto, de José María
Méndez; contiene varios cuentos escritos de tal manera que cada palabra del
relato comienza siempre con la misma letra. Por ejemplo, el de la letra “E”. Se
llama “Ernesto el embobado”:
Elena Estévez —española extremadamente efusiva— era elegante, efusiva,
exquisita. Emanaba efluvios enervantes, evidenciaba espíritu extraordinario. En
escueto elogio: encantaba. Esto exactamente experimentó Ernesto Echegoyén,
emigrante europeo, exembajador estoniano. Enamorose.
Parece fácil. Buscar palabras que inicien con la misma letra y
armar una historia congruente. Así es nuestra vida. Parece fácil, pero el reto
es hacer que cada gesto, en cada acción, en cada palabra, esté animado por el
mismo y único espíritu, el Espíritu de Dios, el Espíritu del amor
inagotablemente fiel de Dios. Porque nuestra manera de vivir está marcada por
los deseos de poder, de ser fieras; y por la tentación de ponerle límites al
amor, y al perdón. Constantemente buscamos a los demás con amor limitado, con
amor interesado; constantemente nos buscamos a nosotros como a ídolos y nos
olvidamos de Dios. Pero Dios no es así. Apenas hace unos días estaba
disfrutando de un exquisito café que casi escupo cuando hasta a mi cuarto
llegaron las voces de la feligresía cantando: “¡No estés eternamente enojado!”,
como si el propósito de la cuaresma fuera el aplacar la ira de Dios, en lugar
de cambiar, purificarnos de los espíritus que no son su Espíritu. Como si la
constante en Dios fuera la ira, no el amor. Esto es triste y poco cristiano. No
es el Espíritu del evangelio.
Con frecuencia escuchamos aún en las oraciones de la liturgia que
la cuaresma es un tiempo de penitencia. Es decir, un tiempo para castigarnos y
pedir perdón y a ver si lo alcanzamos. Más nos ayudaría que tacháramos la
palabra “penitencia” y sobre ella colocáramos la palabra “misericordia”, de tal
manera que comprendiéramos que no es la penitencia sino la misericordia la que
nos ensancha el corazón y nos acerca al Señor.
Si la escena de las tentaciones es una bisagra narrativa entre la
introducción del evangelio y el conjunto del mismo, la cuaresma tendría que ser
una bisagra en nuestra vida. Tendríamos que aceptar con gratitud que somos amados
por Dios con una amor inagotablemente fiel; que lo primero que ha declarado
Dios de nosotros es su amor y su complacencia; y a partir de ahí dejarnos
impulsar por su Espíritu, todos los días. Caminar por la historia como Jesús,
el Maestro de quien somos discípulos; caminar detrás de Él y como Él, caminar de tal manera que lo
transparentemos, que lo reflejemos, que la hagamos presente. Visto así,
podríamos tener como una muy bonita oración de cuaresma el poema de la
salvadoreña Clarible Alegría; un poemínimo, diría Efraín Huerta. Se llama
“Poesía”. Para nosotros, bien podría llamarse “Evangelio”, o “Jesús”, a quien
se lo dedicamos:
Mi camino eres tú
yo soy tu espejo
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