¿Quién va junto a los pobres en su travesía? Dímelo.
¿Quién los hace juntarse y defender la vida? Dímelo.
Tanta gente buena vence a la miseria;
sin caer en la violencia...
¿Quién inspiró a Romero aquellas homilías? Dímelo
¿Y a la Madre Teresa, dime quién la anima? Dímelo
Tanta gente buena haciendo cosas bellas,
no eso no es coincidencia,
eso más bien prueba que el Espíritu de Dios sigue aquí...
A pesar de las pugnas de los signos de contradicción,
de los muchos errores por los que hemos pedido perdón,
no me quedan mas dudas, Tú sigues con nosotros, Señor;
por que sólo así se explica tanta gente linda,
tanta lucha, tanto amor...
Que se entere el mundo que el Espíritu de Dios sigue aquí.
¿Quién los hace juntarse y defender la vida? Dímelo.
Tanta gente buena vence a la miseria;
sin caer en la violencia...
¿Quién inspiró a Romero aquellas homilías? Dímelo
¿Y a la Madre Teresa, dime quién la anima? Dímelo
Tanta gente buena haciendo cosas bellas,
no eso no es coincidencia,
eso más bien prueba que el Espíritu de Dios sigue aquí...
A pesar de las pugnas de los signos de contradicción,
de los muchos errores por los que hemos pedido perdón,
no me quedan mas dudas, Tú sigues con nosotros, Señor;
por que sólo así se explica tanta gente linda,
tanta lucha, tanto amor...
Que se entere el mundo que el Espíritu de Dios sigue aquí.
Así dice un canto de Luis Enrique Ascoy del año 1998. Yo hubiera añadido: ¿Quién inspira a Quino tantas tiras de Mafalda? ¿Quién regaló a la Iglesia el pontificado de Francisco? El canto habla del gran protagonista de este día: el Espíritu Santo. Como muestra el canto, como muestra la Escritura, sabemos que el Espíritu Santo está siempre presente, pero sólo lo conocemos por lo que hizo o por lo que está haciendo. Sabemos que el Espíritu soplaba al inicio de la creación, pero lo conocimos cuando todo estuvo en orden, la luz y la oscuridad, la cielo, el mar y la tierra; y todo vino a la vida, los astros, las plantas, los animales, el ser humano. Supimos que el Espíritu estaba en sobre Jesús en el bautismo, pero lo conocimos cuando Jesús enfrentó y venció las tentaciones en el desierto y, como sintetizó san Pedro, pasó por la vida haciendo el bien. Los Apóstoles vieron como lenguas de fuego, pero supieron que era el Espíritu de Dios en la armoniosa comprensión de los que hablaban lenguas diferentes.
Este año hemos querido como parroquia sintetizar parte de nuestra historia y de nuestra misión en un sencillo folleto. Lo hemos llamado Parroquia del Espíritu Santo. ¡Una parroquia con Espíritu! Como se aprecia en el folleto, somos una parroquia con Espíritu y con historia: el primer templo de los misioneros josefinos que tuvo el rango de parroquia, reconocido y protegido como tal por la Santa Sede; aquí se llevó a cabo el primer capítulo de la congregación, en el año 1921; aquí se dio testimonio de la fe en tiempos de la guerra cristera en los años veinte; la belleza nuestra Virgen del Consuelo, coronada por el Cardenal Darío Miranda, por concesión del Papa san Juan XXIII en 1959; la majestuosidad de este recinto, con su techo artesonado que lo hace único, el amor con que lo hemos cuidado, el orgullo que sentimos al saberlo nuestro y celebrar aquí la fe, la hermosura viva de las floras que lo adornan; el orar aquí ante el Señor y sus virginales Padres para pedir su Espíritu de Consuelo y Fortaleza, y salir de pie con el ánimo renovado, con la esperanza sostenida, eso prueba que el Espíritu de Dios sigue aquí.
Somos una parroquia con espíritu misionero y josefino. No nos conformamos con lo que ya somos y sabemos, ¡nos urge la caridad de Cristo! Queremos renovar constantemente nuestro amor al Señor Jesús, queremos que más amigos y vecinos lo conozcan y conozcan a su Padre, como hacía Él, en la mesa, alrededor de la comida; lo hacemos en las mesas de Alpha y en la mesa de la Eucaristía, en las mesas de las casas de los Grupos de Jesús, en los espacios de oración y de adoración. De aquí brotó el impulso de salir a las calles a llevar algo de esa comida a los indigentes. Los que salieron, lo hicieron en el nombre del Señor en el año de la Misericordia, y bajo la mirada tierna de la Virgen del Consuelo. Y cada semana, con los que han traído aquí cada jueves, o a los que siguen alcanzando cada viernes en las calles, han llevado luz a las zonas oscuras del dolor, del abandono, de la incomprensión, de la pobreza. Todo eso prueba que el Espíritu de Dios sigue aquí.
El cuidado de nuestras celebraciones litúrgicas, la belleza de las composiciones musicales que inspiramos a Randolph Téllez, la Cantata a la Virgen del Consuelo y Las noches de san José, ver la orquesta juvenil en la parroquia o en el santuario, salir del salón a la calle, a los hospitales, a los albergues, para que los niños del catecismo, luego de leer que Dios es amor, antes de recibirlo en la Eucaristía sepan dónde más pueden hallarlo y amarlo, la experiencia que alcanzamos cuando vivimos y celebramos nuestra fe, que nos hace comprender que hay una vida más allá de lo físico, más allá de lo biológico, más allá del tiempo y más allá de lo individual, que hay vida en el Espíritu, el Espíritu que nos hace Iglesia y familia, un solo Cuerpo y un solo Templo, todo eso muestra que el Espíritu de Dios sigue aquí.
El Espíritu está presente, porque en Él vivimos, nos movemos y existimos, pero sólo se percibe en sus efectos. Pentecostés invita a lanzar la mirada hacia la propia historia y buscar en ella los signos que lo manifiestan: los niños que nos han nacido y hemos bautizado; las parejas que han casado para ser signo del amor con que el Señor Jesús ama a su Iglesia; los éxitos conquistados; los fracasos superados; los caprichosos colores del cielo al atardecer; el niño que sale del kínder y te pega una carita feliz en la frente; la comida compartida; los abrazos recibidos; la risa que otros nos arrancan; las lágrimas que no nos impidieron ver que el camino seguía; las lágrimas que hemos limpiado en otros rostros; las manos que hemos estrechado; las palabras que hemos honrado; el pan que nos hemos ganado; el cariño de los abrazos que nos estrechan cuando es nuestro cumpleaños; la sinceridad de la boca que nos dice: "estoy contigo"; las veces que el rostro ha tocado el suelo, porque somos débiles y hemos caído, o porque sabiendo que somos débiles, nos hemos postrado ante el Señor para pedir su fuerza en la oración; el llevar en andas a la Virgen del Consuelo y sentir que es ella la que nos lleva en el pañuelo de sus manos; el amor de los amigos que nos extraña cuando hemos partido de viaje; el dolor de los que lloran a sus difuntos con la esperanza de que han vuelto a la Casa del Padre y volverán a estar con ellos; la generosidad del que perdona; la espontánea y jubilosa sinceridad del canta para alabar al Señor. Eso, como dice el canto de Ascoy, eso no es coincidencia. Eso más bien prueba que el Espíritu de Dios sigue aquí.
No somos perfectos, tenemos errores y hemos fallado, es poco lo que tenemos y logramos frente a lo mucho que aún nos falta. Pero ese poco vale por lo que significa: la presencia del Señor en nuestra vida. Éste es, pues, el regalo de Dios para nosotros en este Pentecostés: la agradecida constatación, y la desafiante tarea de enterar al mundo que somos una Parroquia con Espíritu, y que el Espíritu de Dios sigue aquí.
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