Mateo 9,36,10-8
Ayer fue el bautismo de Mateo, el hermano del primogénito de mis ahijados. Los niños en su bautismo generalmente lloran o duermen, apenas se enteran de lo que sucede, pero es bellísimo. El bautismo comienza en la entrada del templo porque el bautismo es la puerta de entrada a la Iglesia, a la familia de los hijos de Dios, a la vida de la fe y de la gracia. Como los niños son pequeños, preguntamos a sus papás qué desean, qué piden, como Jesús un día preguntó a quienes lo seguían qué querían, y éstos querían vivir con Él. Después se les pregunta por el nombre del niño, que habla del amor único con que Dios nos pronuncia. Luego se pregunta a los papás y padrinos si están dispuestos a educar al niño en la fe, es decir, ayudarlo a vivir según enseñó Jesús: amando a Dios y amando al prójimo. Entonces se recibe al pequeño con la cruz en la frente, con ese signo es recibido en la Iglesia. Para que sepa con qué amor es amor, y con qué amor tendrá que caminar por la vida: el amor extremo, compasivo y misericordioso de Jesús en la cruz. Entonces podemos pasar de la entrada al altar; entonces podemos caminar por la historia, y pasar como Jesús, haciendo el bien.
Los juegos del hambre es una cinta simbólica del mundo en que vivimos. Un imperio de violencia que nos hace creer que la única regla que vale para ganar el juego y sobrevivir es: matar o morir. En los juegos del hambre, uno comprende que el sistema en que vivimos es un sistema injusto y violento que mata. En la serie, la historia comienza con un par de hermanas, Katniss y Prim; la primera es la mayor, la segunda es la menor, y ésta es la que resulta sorteada para representar a su distrito en la competencia de la que sólo saldrá viva si es la ganadora. Así que Katniss se ofrece a tomar su lugar. Ha visto la pequeñez, la debilidad de su hermana, ha sentido compasión, por eso toma esa decisión. Por su compasión, y por que lleva consigo el sinsajo, será la ganadora. La película tiene una fuerte inspiración cristiana. El sinsajo equivale al Espíritu de Jesús. La cruz de bienvenida en la frente de los bautizados equivale a la historia que comienza con la mirada compasiva de Dios y que se escribe cuando caminamos por la historia impulsados por el Espíritu de la misericordia. No hay para nosotros otro inicio fuera del que brota de la cruz, máxima expresión del amor de Dios. Por eso nuestras celebraciones comienzan en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, puesto que por su amor vivimos, y vivimos para recibir y comunicar su amor.
Un día, Mafalda fue con su papá, que leía un libro, con una carta y un bolígrafo. Le preguntó: "Papá, ¿dónde vive la gente que todavía no nació?" "Es gente que no existe, Mafalda, así que no vive en ningún lado. ¿Por qué?", le respondió. "Aaah... no, por nada", dijo Mafalda arrugando y tirando la carta. Se fue. El papá tomó la carta y la leyó: "Antes de venir... ¡piénsenlo". En un mundo donde la ley es matar o morir, lo mejor sería que los que no han nacido no vengan. Pero en el bautismo, los hijos de Dios seguimos confiando en el amar y el vivir. Y, por lo tanto, en que el ser humano es capaz de amar y vivir para amar.
Esto es lo que Jesús ha hecho y es lo que pide para su pueblo. Él ha visto a su pueblo que anda como ovejas laceradas y humilladas, heridas de violencia y sometidas por pastores, gobernantes que lejos de servir a su pueblo y procurar su vida, lo ha expoliado y golpeado. Y a la vista de esta realidad, Jesús envía a los suyos a hacer lo que él ya ha hecho antes y ellos lo han atestiguado: curar enfermos; limpiar leprosos; expulsar demonios; es decir, luchar contra el mal; resucitar muertos. Los bautizados hemos sido vistos con compasión y hemos sido recibidos en la familia de los hijos de Dios. Afuera la ley puede ser amar o morir; pero aquí no, en la Iglesia, no; entre los bautizados, no. En el bautismo se nos unge el pecho con el óleo de los catecúmenos, el sentido es dar al corazón la fuerza del amor de Dios, para que el corazón no se contamine con la falacia del matar o morir, sino que es ley de pecado, que lleva a la muerte; para que el corazón comprenda que entre nosotros la regla es amar y vivir; vivir para amar y amar para que el otro tenga vida y la tenga en abundancia.
Después del rito del agua, en el bautismo se nos ungirá la coronilla con el santo crisma, el óleo más importante que tenemos en la Iglesia, perfumado con esencia de nardo, para recordar que en agua nos sumergimos en la muerte de Jesús, muriendo al pecado; pero también que hemos resucitado con él a la vida de la gracia, puesto que a través del agua nos hemos sumergido en el Espíritu. El santo crisma habla de nuestra dignidad única, inviolable e indestructible como hijos de Dios. De tal manera que cuando salgamos a la calle a caminar por la historia, veamos no a pobres que son pobres porque no trabajan; no a mujeres que se prostituyen porque no tienen moral; no a gente de la que nos burlemos y hagamos chiste, sino a hermanos, hijos del mismo Padre, no por la carne y la sangre, sino por la fuerza del Espíritu; hombres y mujeres que no nos son extraños, sino prójimos, próximos al corazón porque son congregados como nosotros por el bautismo. Es fácil amar a los lejanos, pero para amar al cercano, la razón siempre busca excusas para que el corazón siga desentendidamente frío.
Dice Jesús que la misericordia es gratuita, que la recibimos gratis y la entreguemos gratis. Significa que el amor no es negocio. Pero también se puede decir no "gratuitamente", sino "graciosamente", es decir, por gracia, y "gracia" significa amor. Todo esto significa que el amor no tiene que ver con el bolsillo sino con el corazón. Que generalmente amar no es negocio, siempre uno da más de lo que recibe, pero no importa. Jesús nos amó y lo que recibió fue la cruz. Pero nosotros vivimos por el amor de Dios, y el amor de Dios, que no compramos ni merecimos, lo colma todo y recompensa todo. En otras palabras, en el bautismo, Dios nos regala su amor, que es el Espíritu de Jesús, el que nos fue entregado en la cruz, cuando Él nos amó hasta el extremo. Por el bautismo, estamos impulsados por el Espíritu a vernos con la mirada compasiva de Jesús, y amarnos de tal manera que el mundo sepa que la ley del matar o morir nos llevará a todos a la muerte. Que lo nuestro, como Iglesia, pueblo de los bautizados, es amar y vivir. Vivir para amar, y amar para que el mundo tenga vida y la tenga en plenitud.
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