Juan 1,10
Jostein Gaarder, autor de El mundo de Sofía, cuenta que cuando fue a presentar esta novela sobre la historia de la filosofía en la feria internacional del libro de Buenos Aires, en 1995, se encontró en una librería de viejo un manuscrito en latín, del que no le constaba la autenticidad. Se trataba de una supuesta carta de Flora Emilia a Aurelio Agustín, Obispo de Hipona. En su juventud, antes aun de ser cristiano, y más antes de ser obispo, Agustín tuvo una relación de pareja con una mujer llamada Flora Emilia, con la que procreó un hijo llamado Adeodato. No se casaron, con el tiempo la madre de Agustín, Mónica, pactó para su hijo un matrimonio; Agustín dejó a Flora un tanto por eso y un tanto porque en su acercamiento a la filosofía platónica, comenzó a recelar del cuerpo y, en consecuencia, de la sexualidad, por lo que finalmente optó por llevar una vida de castidad total que mantuvo después de su bautismo. Flora le escribe a Agustín para reprocharle este cambio en su vida.
Lo triste es cuando en la Iglesia se mantienen este tipo de visiones que en todo ven impureza y pecado; paradigmas en los cuales el sufrimiento, la mortificación se ven como oportunidades de salvación, justificadas en la cruz de Jesús, y decimos: "Si Jesús sufrió, yo también un poco." Pareciera que hemos olvidado que Jesús murió para darnos libertad. No hay que perder de vista que el cuarto evangelio nos recuerda que junto a la piscina de Betsata, contigua al Templo de Jerusalén, junto a la puerta de las ovejas, solía reunirse una multitud de enfermos de toda clase, que esperaban la curación en las aguas de la piscina. Ahí Jesús curó en sábado a un tullido. Toda esta sección del Buen Pastor es continuación de la curación de Jesús al ciego de nacimiento. Los fariseos reprocharon a Jesús esta acción. Jesús, a su vez, les echa en cara que ellos, como pastores, no se alegren de la vista del que había sido ciego. En este contexto, es que Jesús se presenta a sí mismo como la puerta de las ovejas. La puerta de las ovejas era aquella por la que entraban las ovejas para ser sacrificadas. La conjugación de esta imagen con la de la piscina de Betsata y los enfermos es elocuente: Jesús como pastor ha venido no para que sus ovejas sean sacrificadas, sino para que tengan vida y vida en abundancia.
No hay, pues lugar para que nadie en la Iglesia ni en ningún lugar, no al menos en nombre de Dios, diga a alguien que ofrezca a Dios su dolor, su sufrimiento con piadosa resignación. La Iglesia ha de hacerse eco de la voz de Jesús, el pastor por excelencia; ha de transparentar el corazón de Jesús, buen Pastor, que quiere la vida, no el sufrimiento de sus ovejas. El lenguaje de la Iglesia, pues, tiene que comunicar la liberación, la misericordia, la comprensión que Jesús ofrecía. Nada justifica un discurso que siembre miedo, pasividad, juicios, escrúpulos o condenas; ni siquiera en el campo de la sexualidad. Mejor dicho, mucho menos en el campo de la sexualidad. En buena medida el remordimiento que san Agustín sintió frente a su juventud licenciosa influyó mucho a lo largo de la historia para tener una visión negativa de la sexualidad que, como atestigua la Escritura, es don de Dios y fuente de bendición. Precisamente, porque la sexualidad no es una cochinada sino que es valiosa y fuente de bendición, es que hay que educar para vivirla sanamente y en libertad, sin escrúpulos.
Los evangelios sinópticos recuerdan una acusación contra Jesús: que no ayunaba, que era comilón y borracho. Jesús no vino a mortificarse, a sufrir. Recibió la vida como don de Dios, y quiso hacerse digno de ella, plenificándola a través del servicio, de la solidaridad, de la fraternidad; a través de la vida celebrada y compartida. Por eso los elementos de la Eucaristía son fuertemente expresivos de lo que para Jesús era la vida: el pan, el vino, la música, la reunión de los hermanos. Jesús se hace presente a través de la vida, de la fiesta, de la alegría y de la esperanza. A Dios no se le ofrece el dolor, sino la fidelidad en el dolor; la gratitud de la vida recibida; y aunque el cuerpo se desgasta, enferma y muere, sabemos que Dios no nos mandó la enfermedad ni la muerte; que más bien nos acompaña en ellas y se nos ofrece como razonable esperanza de una vida plena más allá de esta historia.
Celebrar a Jesús como Pastor y Puerta de las Ovejas es recordar, pues, que en Jesús, la vida de las ovejas no es para ser sacrificada, sino curada, salvada, plenifica. Porque a eso vino Jesús, no a morir ni a introyectarnos resignación frente al sufrimiento, la injusticia, el dolor y la muerte, sino a darnos vida y vida en abundancia.
Comentarios
Publicar un comentario