Mateo 11, 2-11
Impacta más el poder que el amor, pero puede más el amor que el poder. Creo que siempre ha sido así. Decimos que lo sabemos, pero como humanidad, actuamos como si no fuera verdad. Buscamos más los puestos de poder que aquellos que nos permitan ejercer la misericordia. Por eso nos interesa más quién gana las elecciones presidenciales de Estados Unidos que quién gana el Premio Nobel de la Paz, y quien sostenga lo contrario será tenido de soñador, de idealista, gente ingenua en quien las ilusiones y su visión del mundo no se sostienen; parecen, en el lenguaje de Jesús, cañas agitadas por el viento. Ha pasado siempre, le pasó a Juan el Bautista.
Tanto predicar la llegada del Mesías, entregarse a su causa; exigir conversión, cambio de mentalidad, porque ya estaba puesta el hacha a la raíz de los árboles para que todo árbol que no diera frutos fuera arrancado y echado al fuego; ser encarcelado por sostener este discurso, para venir a escuchar que aquél de quien hablaba; que aquél cuya llegada anunció con poder... vivía como artesano y campesino; que en vez de anunciar el fin del mundo, predicaba el inicio de una vida nueva; en lugar de azuzar al pueblo y reivindicar por la fuerza la soberanía de Israel, hablaba de amar a los enemigos, poner la otra mejilla y caminar no cien sino doscientos pasos cargando el bastimento de los soldados extranjeros; que lejos de ayunar y guardar el sábado iba a las fiestas, tomaba vino y comía con extranjeros, con prostitutas y publicanos. Para decirlo abiertamente, Juan estaba decepcionado de Jesús.
Suena fuerte, pero también nos pasa a nosotros, los bautizados, de todas las edades, de todas las naciones, de todos los órdenes, al menos así parece a juzgar por el grupo de cuatro cardenales que se sienten desconcertados frente al lenguaje y los gestos de misericordia del Papa Francisco; mi primera tentación es que el Papa les quite el birrete cardenalicio y los reprenda o al menos les dé pública contestación. Cuando Juan se sintió decepcionado de Jesús y en su desesperación envió a éste mensajeros para salir de dudas, Jesús no le dio una respuesta categórica de "sí" o "no"; le mandó decir lo que ya sabía: que los ciegos veían, los cojos andaban, los leprosos quedaban limpios, los muertos resucitaban, y a los pobres, ¡por fin! se les daban buenas noticias. Quizá entonces, alrededor de Jesús, la gente comenzaría a criticar y a juzgar a Juan; lo acusarían de ser duro, necio e intolerante; quizá algunos se burlarían de él; o quizá la gente se cuestionaría por qué Jesús se conformó con un enviar a Juan un mensaje tan tibio, tan superficial, tan evidente, en vez de fustigarlo contundentemente. Sólo así se entiende la reacción de Jesús: defender a Juan, su congruencia, la evidencia de su austeridad como signo de su libertad. Jesús dio la clave para comprender a Juan: el Reino de Dios. Juan era un hombre grande en cuyo corazón, sin embargo, no había entrado aún la lógica del Reinado de Dios, que es la misericordia, el amor por encima de todo. Un día Guille comía pan y tiraba migajas. Su mamá lo regañó: "¡Pero Guille!... ¡Mirá cómo estás poniendo el piso de miguitas! Viendo entristecido el piso, Guille le preguntó: "¿No me vaz a quedes máz?" "Si ensucias así, no", respondió la mamá sobrayando el "no" con la oscilación de su índice derecho. Guille replicó: "¡Tu cariño es muy de mondonga, entonche! ¡Guádatelo!"
¿Qué esperaba Jesús de Juan con la respuesta que le dio? Al devolverle a Juan los hechos que a éste lo desencantaban en el lenguaje usado por los profetas, Jesús está dando a Juan la oportunidad de reflexionar y de vivir lo que él mismo predicaba: un cambio de mentalidad, una conversión hacia aquél que había de venir, para acogerlo así como es, y no pretender ajustarlo a la medida de sus prejuicios y expectativas. Quizá por eso a sus detractores Francisco no los fustiga, sino les devuelve como mensaje gestos y palabras de misericordia. En su columna de ayer en Reforma, "10 segundos con el Papa", Jorge Ramos describe su experiencia de encuentro con Francisco en la reunión del Foro Global en Roma, a la cual fue invitado por las revistas Fortune y Time, y en la que se dieron cita empresarios, académicos, religiosos, filántropos, sindicalistas y periodistas de todo el mundo. Apunta Jorge Ramos:
El Papa de casi 80 años no se siente a gusto hablando inglés, el idioma del poder. Así que en italiano nos pidió lo siguiente: "Rezo para que involucren en sus esfuerzos a quienes quieren ayudar; denles una voz, escuchen sus historias, aprendan de sus experiencias y comprendan sus necesidades. Vean en ellos a un hermano o hermana, a un hijo o hija, a una madre o un padre. En medio de los retos de nuestros días, vean las caras humanas en aquellos que tanto quieren ayudar". Esto se entiende en cualquier lenguaje.
Así es Francisco. Reiteradamente envía palabras y gestos y de misericordia, a todos, no sólo a sus detractores, para que, como Juan en la cárcel, mediten en lo que ven a la luz de las promesas del Señor, para que experimentan la fuerza de la gracia por encima de los moralismos, ritualismos y exclusivismos, para que comprendan que Jesús, al que alguna vez decidieron seguir y por quien dejaron todo, es amor sin límites ni condiciones, misericordia infinita que no se regatea; que Jesús encarna el amor y la misericordia de Dios; que el amor y la misericordia son la única luz para los que viven en la ceguera de la falta de fe; que el amor y la misericordia de Dios pueden hacer sentir a los divorciados vueltos a casar personas limpias y no leprosos; que el amor y la misericordia pueden abrir los oídos de los que hasta hoy prefirieron cerrarlos porque sólo recibían palabras de juicio, de exclusión y de condena; que el amor y la misericordia sin límites ni condiciones levanta de la muerte a los desaparecidos, a los ajusticiados, a los que murieron antes de tiempo, a los que no merecían morir; y resucita a la esperanza y reconcilia con la vida a los deudos para quienes vivir se habían convertido un hastío difícil de llevar; que el amor y la misericordia y no es el poder, es la verdadera fuente de buenas noticias para los pobres. Y que comprendan que si él, Francisco habla y actúa así no es porque sea el Papa, sino porque es amigo de Jesús. Porque insisto, aunque el poder impacte más que el amor, el amor puede más que el poder.
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