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Trump o Evangelio: adónde vamos a parar

Lucas 21,5-19

Es complejo de entender, lo sé. Por eso me compré además un libro sobre física cuántica. Y es que, atraído por la resonancia que provocó en la humildad de mi corazón, leí hace unos días en The New York Times un artículo llamado: "Eres el centro del universo, la ciencia lo confirma", escrito por Dennis Overbye, físico y divulgador de la ciencia, en Estados Unidos. En su artículo, Overbye explica que es común pensar que el Big Bang, la gran explosión que dio lugar al universo como lo conocemos ocurrió en un lugar, como una granada, y el sistema solar y nuestra galaxia fueran esquirlas que salieron volando... lo cual es un error, pues el Big Bang no ocurrió en un lugar, sino en un momento. Es decir, que el universo no se expande a lo largo del espacio, puesto que "por definición", el universo llena ya todo el espacio, sino a lo largo del tiempo, que no tiene fin. De ahí el título del artículo: si la expansión no es espacial, sino temporal, cualquier punto del espacio es el centro del universo.

Con todo, la idea del artículo que mejor recuerdo ahora es que, si el universo se expande hacia el tiempo, todo lo que llega a nuestros sentidos proviene del pasado; las imágenes en particular, lo hacen a la velocidad de la luz, y por eso nos cuesta comprender que lo que vemos de la luna es la imagen de cómo era la luna hace segundo y medio, cómo era Sagitario cuando la tierra estaba en la era del hielo, e incluso que el rostro de la persona amada que mueve nuestras pestañas con su aliento  no es el actual, sino el de hace un nanosegundo. "Cuando vemos hacia afuera, vemos hacia el pasado; mientras más lejos miremos, más veremos hacia el pasado (...) Cuando en 1905 Albert Einstein unió espacio y tiempo en su teoría de la relatividad, nos enseñó que nuestros ojos son máquinas del tiempo." Sobre el futuro, afirma Overbye, no hay manera de verlo, salvo nuestros corazones y nuestros sueños. 

Quizá por eso tendemos a ver el pasado con claridad cuando los acontecimientos del presente nos explotan como un big bang entre las manos, y quizá por eso nos seducen casi hasta la embriaguez las profecías que nos hablan del futuro, al que irremediablemente nos dirigimos sin saber qué nos depara. Leyendo un tomo de enciclopedia, sentada en el suelo frente a un globo terráqueo, Mafalda gritó a su madre: "Dice que "mundo" viene del latín "mundus" "¿Y?", respondió su madre, "¡que lo que interesa saber no es de dónde viene, sino adónde va!" Los británicos deciden salirse de la Unión Europea, los colombianos rechazaron un acuerdo de paz, los estadunidenses votaron por Donald Trump, aunque en minoría pero en cantidad suficiente para ser el próximo presidente del país. Y diría el Buki, alias Marco Antonio Solís, ¿adónde vamos a parar, con esta absurda actitud? 

Algunos quisieran no tomarse en serio lo ocurrido en la nación del norte, que porque  dice Slim, no es lo mismo ser borracho que cantinero; es decir, no es lo mismo ser candidato que presidente. Pero Trump es el resultado de no haberlo tomado en serio desde el inicio, y ahora el mundo se pregunta, no sin razón: adónde vamos, y nos asusta la posibilidad de que lo que como humanidad tenemos, lo que hemos construido, lo que hemos conquistado, se venga abajo de manera absurda y quizá violenta. Le pasó también a los discípulos de Jesús. Maravillados por la magnificencia del Templo de Jerusalén, Jesús vaticinó que llegaría el día en que de él no quedaría piedra sobre piedra. Los discípulos quisieron saber cuándo. Jesús les habló de signos fuertes:violencia, guerra, persecuciones, traiciones, muerte incluso. No les dio fecha, pero les dijo que no sería el fin. Sería la hora de dar testimonio de él.

Y eso es lo que importa. Probablemente teníamos que llegar a días como estos, en los que no sabemos el alcance de un hombre fanático y en extremos excluyente al que además se le da poder. Probablemente tenía que derrumbarse este falso templo de una democracia imperfecta para que nos diéramos cuenta que el problema no era Trump, él solo sería una caricatura grotesca; el problema son todos aquellos que se identifican con él, aquellos que sienten que él encarna sus escondidos sentimientos y afanes de poder y superioridad sobre el resto de la humanidad, la humanidad de los que son diferentes en lo superficial. 

Vienen tal vez días muy difíciles. Con todos los signos de los que habla Jesús. Pero con la certezas que nos da el Señor: que no es el fin, y que ni siquiera uno solo de nuestros cabellos conocerá la muerte. Si lo que hemos construido se viene abajo y no queda piedra sobre piedra, siempre quedarán las piedras, nosotros mismos y con nosotros Dios; piedras vivas ungidas por el Espíritu de Jesús, que venció a la muerte; piedras vivas que se tienen a sí mismas para reconstruirse desde abajo, desde la compasión y la misericordia. Termina el Año Santo de la Misericordia, pero la misericordia no termina. Si es la hora, es la hora de la misericordia. Si ésta es la hora, entonces es la hora de un comienzo nuevo, la historia que se escribe desde abajo y hacia el futuro de los sueños de vida, paz, justicia y plenitud que Dios ha puesto en nuestros corazones.




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