Mateo, 24,37-44
Jesús vino y Jesús volverá. De la encarnación del Hijo de Dios a su vuelta con gloria y majestad para juzgar y recapitular la historia, hay mucho tiempo, incontable. Bien a bien no sabemos con precisión cuándo nació Jesús, más o menos cuándo sucedió, meses más o meses menos. Pero cuándo volverá es algo que definitivamente no sabemos. Y como no lo sabemos, quizá por eso lo perdemos de vista. Pero Jesús volverá. El adviento que iniciamos no es sólo un ejercicio para recordar el pasado y poner el nacimiento con toda la parafernalia navideña que hay alrededor, incluyendo pinos y santacloses. Es también un tiempo para lanzar la mirada hacia el futuro, no simplemente para imaginarlo y predecirlo, o para aguardar el fin del mundo y comprar anticipadamente despensa y veladoras, por si acaso.
En esto de imaginar el futuro con el rigor de la ciencia y la seriedad del historiador, el joven Doctor Yuval Noah Harare ha hecho su parte. Después de publicar su agradecible, interpelante y en algunos puntos debatible Sapiens. De animales a dioses. Breve historia de la humanidad, volvió a tomar la palabra, y este año publicó Homo Deus. Breve historia del mañana, en el que el historiador israelí proyecta, con base en el desarrollo de la humanidad, cómo será el futuro inmediato y no tan inmediato. La reflexión es del tipo: "lo que va de subida, seguirá subiendo; lo que va de bajada, seguirá bajando, a menos que hagamos que suceda lo contrario."
El Dr. Noah Harare afirma que vamos en camino de crear un superhombre; o bien, a través del desarrollo tecnológico, de hacer del humano un dios. Comenzamos estudiando el funcionamiento genético con finalidades terapéuticas, decimos, y acabamos empleando el avance con fines de mejoramiento. La cirugía plástica, por ejemplo, nació para corregir heridas de guerra y acabó al servicio de la vanidad; estética, le llamamos. Decimos investigar células madre para evitar enfermedades que nos azotan, como el cáncer o la diabetes, y seguramente caeremos en la tentación de emplear los descubrimientos para mejorar la especie, hasta el punto de tener hijos a través de un diseño inteligente, y aquello de que "aunque esté feo como su papá, pero que nazca sano", será una frase del pasado.
Poco a poco, estamos desligando la vida de la materia orgánica para incorporar en ella la materia inerte; los teléfonos celulares son apenas una somera muestra de cómo nuestra vida se va "tecnologizando". Stephen Hawking escribe libros y da conferencias a partir de una computadora adaptada a su silla de ruedas, que lee los impulsos eléctricos de su cerebro. Es factible ya tener órganos biónicos y usarlos en nuestra vida cotidiana. Pero ya no es necesario tenerlos con nosotros; la tecnología permite ya que podamos tener un par de ojos y otro de manos en China y desde donde estemos, realizar con ellos, por ejemplo, una cirugía. Hemos logrado autos y aviones capaces de conducirse por sí mismos. Claro, ni estos carros ni los órganos biónicos son capaces de sentir emociones, y la ciencia sigue sin saber cómo se generan ni qué es eso que antes llamábamos "alma", y que ahora llamamos "mente", que no está desligada ni es separable del cuerpo, pero que tampoco subsiste sin él.
Parece cosa de locos. Cierto, dice el Dr. Noah Harare, no será la realidad más común de los miles de millones de humanos ni tampoco lo será pronto. Pero vale la pena hacerse unas cuantas preguntas, ¿qué pasará con los humanos que no puedan adquirir la nueva tecnología para ser superhumanos? ¿será que la vida se desprenda totalmente de la materia orgánica y nuevas formas de vida y de inteligencia tomen el control de la vida y de la historia? ¿Qué pasará con los humanos inferiores, que ahora somos todos? Yuval Noah Harare tiene su propia intuición: seremos tratados como actualmente nosotros tratamos a los animales. Los hemos domesticado y no nos han importado sus emociones. Parece película de terror.
De ninguna de estas cosas habló Jesús, porque qué se iba a imaginar entonces de todo esto. Pero sus palabras siguen comunicando vida de verdad. Como en los días de Noé, dice Jesús, que la gente comía y bebía y se casaba hasta que vino el diluvio. Es decir, la gente estaba en lo suyo, embotadamente en lo suyo, egoístamente en lo suyo, ciegamente en lo suyo. Vino el diluvio; y después la gente siguió comiendo y bebiendo y casándose, otra vez en lo suyo; hasta que vino Jesús. Pero parece que se nos ha olvidado. Pareciera que a lo largo de la historia nos ha jalado el deseo o el impulso o la tentación de ser más, pero no necesariamente por ello hemos sido mejores. Pareciera que, como humanidad, hemos seguido en lo nuestro, preocupados de ganar dinero, empoderarnos y olvidarnos de los que quedan tirados y excluidos a lo largo de la historia.
Dios ha venido a nuestro mundo y a nuestra historia en la carne de su Hijo. Lo cual significa que Dios ha venido a nuestra carne. San Pablo recoge las palabras que cantaban los primeros cristianos para recordar y celebrar este hecho misterioso y fascinante: "era de condición divina... se vació de sí mismo haciéndose humano y tomando la condición de esclavo... y así como humano, se humilló hasta aceptar la muerte y muerte de cruz." Como seguidores de Jesús podemos cambiar la historia y seguir introduciendo en ella la salvación. La memoria de la Encarnación y el nacimiento Jesús nos da la pauta para corregir el futuro: no ser más, sino ser mejores.
Necesitamos que el Espíritu de Jesús venga a nosotros como vino el diluvio en los días de Moisés, con la misma fuerza. Que nos recuerde que la salvación comienza no con los que tienen más, sino con los que tienen menos. Que la salvación comienza no con la comodidad de desentendernos del hambre y de los sentimientos de los demás, sino con la confrontante incomodidad de la empatía con los últimos. Que ahora sean más los que en el mundo mueren de sobrepeso que de hambre; que sean más los que se suicidan que los que mueren en una guerra; que ahora tengamos más que nunca y no nos sintamos satisfechos, significa que no somos mejores. Nos venció la ambición y el egoísmo, nos olvidamos de la compasión, y hemos llegado al día en que Jesús sigue viniendo a nosotros encarnado en la indigencia y el olvido.
Necesitamos que el Espíritu de Jesús nos recuerde que lo que de verdad nos diviniza no es la omnipotencia, sino la misericordia; que en la carne de Jesús quedó dignificada, divinizada, la humanidad, y por eso la salvación consiste no en pisotearla o manipularla, sino en ponerse humildemente a su servicio, como hizo Jesús, el Hijo de Dios, que como criado lavó los pies de los suyos, como hermano los invitó a su mesa, que como Dios y hombre los amó y dio su vida por ellos, y como Maestro espera de nosotros lo mismo, para que el futuro no sea un destino absurdo gobernado por una inteligencia desencarnada, sino la fiesta y la alegría de la mesa compartida en justicia y fraternidad.
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