Lucas 14,25-33
Del desastroso encuentro entre el Presidente Enrique Peña Nieto y el empresario Donal Trump, candidato a la presidencia de los Estados Unidos, se derivaron toda suerte de reveladoras fotografías y escrutadores memes; yo me quedo con una imagen: la del presidente mexicano caminando, con la cabeza notoriamente baja, serio, y un Trump sonriente que camina un poco detrás de él, dándole una palmada muy afectuosa a Peña Nieto, de ésas con la que la gente te dice: "¡lo hiciste bien, chavo!" Yo veía esta fotografía y leía los comentarios y análisis de dicha visita, y me hacía las mismas preguntas que medio México: ¿Quién asesora al Presidente? ¿Qué pretendió recibiendo a Trump y justificando su discurso de odio como simples "malos entendidos"? ¿Calculó el costo político y social de la visita? Escribía ayer sábado Jorge Ramos en el periódico Reforma: "¿En qué estaba pensando el Presidente de México, Enrique Peña Nieto, cuando invitó a Donald Trump a Los Pinos? Estaba pensando, por supuesto, en que le podía ganar. Pero calculó muy mal."
De cálculos nos habla Jesús en el evangelio. De sentarse a reflexionar y calcular, cosa que hacemos poco. El contexto es el seguimiento: seguir a Jesús es algo que se tiene que pensar muy bien antes de dar el primer caso, se tiene que saber hacer el cálculo correspondiente. Jesús es un maestro radical, exigente. Las primeras palabras, fuertes, van con esa intención: seguir a Jesús significa quererlo más que a nadie y por encima de todo y de todos. Para sus primeros seguidores, la exigencia era literal: amarlo más que a la propia familia y dejar a ésta para seguir al Maestro. Suena duro y es muy duro. Sin embargo, hay una apuesta en el corazón de Jesús: que para construir el Reino de Dios y para vencer todo aquello que se le opone, contamos con el Espíritu de Dios, porque todos somos su imagen y semejanza. De aquí las dos parábolas que cuenta, la de calcular los recursos antes de construir, y la de calcular las fuerzas antes de luchar contra el enemigo. Jesús calculaba que seguirlo a Él y acoger su mensaje, traería como consecuencia el surgimiento de una nueva familia, basada en el amor y la fraternidad, no en la sangre ni en la sumisión. En las palabras de Jesús no hay un rechazo a la familia, sino a la manera de vincular a la familia en su tiempo, de modo jerárquico, machista y patriarcal; de modo clasista, diría el ex director de TV UNAM.
En esta semana vi también una imagen corriendo en las redes sociales que así mismo habla de los errores de cálculo en la lógica creyente, un pensamiento ilustrado de Jason Evert: "Al principio decimos: 'caminaré con Jesús'. Luego decimos: 'Está bien, me arrastraré con Jesús'. Al final admitimos: 'Necesito que Él me cargue.'" A veces en nuestros cálculos nos ponderamos mucho, suponiendo que tenemos las fuerzas que no tenemos, o resaltando precisamente las carencias de nuestras fuerzas. Pero poco contamos con Dios, poco contamos con Jesús resucitado. No podemos prescindir de Dios, porque si lo hacemos, nuestros cálculos no se sostienen y todo se viene abajo. Dios nos ha escogido, decía san Pablo a los cristianos de Corinto, débiles e ignorantes, para confundir a los sabios y a los inteligentes según el mundo; y así, cuando somos débiles, entonces somos fuertes. Porque no somos nosotros, sino Cristo que vive en nosotros, dirá a los de Galacia.
Cuando Dios no entra en nuestros cálculos, cuando no contamos con la gracia del Señor, nuestro lenguaje habla palabras de poco alcance, a pesar de las apariencias. Y así, por ejemplo, quitamos a la vida la categoría de "milagro", para quedarnos con una serie de ecuaciones matemáticas, o una suma de procesos bioquímicos; hablamos de "azar" y de "destino" cuando lo que está en juego es la voluntad de Dios, que es el Reino, y la santidad de su nombre, que es nuestra vida en plenitud. En ocasiones hablamos de trascender, entendiendo por trascendencia la pervivencia de nuestra fama y nuestras obras en largos días posteriores a nuestra muerte, cuando nuestra primera apuesta como seguidores del Resucitado que en la cruz venció a la muerte, no es la trascendencia, sino la resurrección. Goliat contaba con su estatura, con su fuerza y con sus armas; más allá de su honda y de su piedra, David contaba con Dios. Pedro contaba consigo mismo y se dobló; Judas no contó con la misericordia de Aquél que lo llamó "amigo", y se suicidó. Hay que, entonces, en el cálculo de nuestras opciones, no ponderar de más, soberbiamente, nuestras propias fuerzas, pero tampoco hay que dejar de lado la fuerza de Dios, la fuerza de la gracia, la fuerza de su Espíritu, que es amor que ha vencido al pecado, vida que ha vencido a la muerte.
De cálculos nos habla Jesús en el evangelio. De sentarse a reflexionar y calcular, cosa que hacemos poco. El contexto es el seguimiento: seguir a Jesús es algo que se tiene que pensar muy bien antes de dar el primer caso, se tiene que saber hacer el cálculo correspondiente. Jesús es un maestro radical, exigente. Las primeras palabras, fuertes, van con esa intención: seguir a Jesús significa quererlo más que a nadie y por encima de todo y de todos. Para sus primeros seguidores, la exigencia era literal: amarlo más que a la propia familia y dejar a ésta para seguir al Maestro. Suena duro y es muy duro. Sin embargo, hay una apuesta en el corazón de Jesús: que para construir el Reino de Dios y para vencer todo aquello que se le opone, contamos con el Espíritu de Dios, porque todos somos su imagen y semejanza. De aquí las dos parábolas que cuenta, la de calcular los recursos antes de construir, y la de calcular las fuerzas antes de luchar contra el enemigo. Jesús calculaba que seguirlo a Él y acoger su mensaje, traería como consecuencia el surgimiento de una nueva familia, basada en el amor y la fraternidad, no en la sangre ni en la sumisión. En las palabras de Jesús no hay un rechazo a la familia, sino a la manera de vincular a la familia en su tiempo, de modo jerárquico, machista y patriarcal; de modo clasista, diría el ex director de TV UNAM.
En esta semana vi también una imagen corriendo en las redes sociales que así mismo habla de los errores de cálculo en la lógica creyente, un pensamiento ilustrado de Jason Evert: "Al principio decimos: 'caminaré con Jesús'. Luego decimos: 'Está bien, me arrastraré con Jesús'. Al final admitimos: 'Necesito que Él me cargue.'" A veces en nuestros cálculos nos ponderamos mucho, suponiendo que tenemos las fuerzas que no tenemos, o resaltando precisamente las carencias de nuestras fuerzas. Pero poco contamos con Dios, poco contamos con Jesús resucitado. No podemos prescindir de Dios, porque si lo hacemos, nuestros cálculos no se sostienen y todo se viene abajo. Dios nos ha escogido, decía san Pablo a los cristianos de Corinto, débiles e ignorantes, para confundir a los sabios y a los inteligentes según el mundo; y así, cuando somos débiles, entonces somos fuertes. Porque no somos nosotros, sino Cristo que vive en nosotros, dirá a los de Galacia.
Cuando Dios no entra en nuestros cálculos, cuando no contamos con la gracia del Señor, nuestro lenguaje habla palabras de poco alcance, a pesar de las apariencias. Y así, por ejemplo, quitamos a la vida la categoría de "milagro", para quedarnos con una serie de ecuaciones matemáticas, o una suma de procesos bioquímicos; hablamos de "azar" y de "destino" cuando lo que está en juego es la voluntad de Dios, que es el Reino, y la santidad de su nombre, que es nuestra vida en plenitud. En ocasiones hablamos de trascender, entendiendo por trascendencia la pervivencia de nuestra fama y nuestras obras en largos días posteriores a nuestra muerte, cuando nuestra primera apuesta como seguidores del Resucitado que en la cruz venció a la muerte, no es la trascendencia, sino la resurrección. Goliat contaba con su estatura, con su fuerza y con sus armas; más allá de su honda y de su piedra, David contaba con Dios. Pedro contaba consigo mismo y se dobló; Judas no contó con la misericordia de Aquél que lo llamó "amigo", y se suicidó. Hay que, entonces, en el cálculo de nuestras opciones, no ponderar de más, soberbiamente, nuestras propias fuerzas, pero tampoco hay que dejar de lado la fuerza de Dios, la fuerza de la gracia, la fuerza de su Espíritu, que es amor que ha vencido al pecado, vida que ha vencido a la muerte.
Bien calculado Miguel Angel. Aquí, paralelo a esta aplicación del Evangelio a la vida diaria, cambiamos la formula de vivir y pensar, y entonces, volvemos a poner a Dios como común denominador en nuestra formula. Gracias.
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