Lucas 11, 1-13
Todo fue cosa de que externara yo, a los cinco o seis años mi
precoz anhelo de ser sacerdote, para que mi abuelita paterna me diera el doble
de domingo que daba a mi hermano mayor. En una ocasión, franco augurio del
economista que algún día habría de ser gracias a la UNAM, presupuesté en voz
alta el gasto de mi domingo y, como ya la tarde de ese domingo terminaba y no
veía yo mi moneda, estiré la mano y se la pedí a mi abuelita. La mano estirada
recibió la moneda pedida; y unos minutos después, en el carro de regreso a
casa, todo yo recibí tremenda regañada: si quería algo tenía que trabajar y
ganármelo, porque sólo pedir y estirar la mano era de flojos y una vergüenza.
Nunca olvidé la lección.
Quizá por eso me cuesta trabajo aceptar que Jesús sea promotor de
la llamada oración de petición. Quizá por eso, y porque más de una vez en la
vida de niño y de joven pedí a Dios cosas que nunca llegaron; que mi madre, por
ejemplo, no muriera después de la complicación que sufrió ya fuera de
quirófano, aquella tarde en el Centro Médico, donde finalmente perdió la vida.
Después de la decepción, hiriente y ofensiva, algunos deciden no creer; yo sigo
creyendo en la misericordia de Dios, no porque sea yo bueno, sino porque,
llevado del Espíritu del Señor Jesús, he purificado los ojos de mi fe. Por eso,
porque sé de dónde vienen y qué fibra del corazón es la que tocan, me lastiman
frases que con relativa frecuencia se escurren por las redes sociales:
-Mi hijo está muy enfermo, ya lo vieron tres doctores y sigue con
mucha tos...
-¿Y ya pediste likes por Facebook?
-No
-Ahí está el problema
Sólo es cosa de cambiar "likes" por
"oraciones" y topamos con la piedra de la oración ferviente y
multiplicada que no alcanza lo pedido. Pareciera que la escena del Evangelio,
conjugada con el regateo hecho por Abraham al Señor para no destruir Sodoma y
Gomorra, ponen de relieve que lo importante es pedir a Dios con insistencia
como la clave para obtener lo pedido. Que pidamos mucho, sin tregua, y que a
fuerza de insistencia, aunque sea molesta, seremos escuchados. Si esta es la
conclusión, qué triste, no hemos comprendido el evangelio y por lo tanto no
hemos conocido a Dios. Más de uno caerá, además, en la cuenta de que Sodoma y
Gomorra fueron finalmente destruidas, así que entonces, ¿qué tiene de ejemplar
el relato del regateo? Jesús mismo pidió al Padre en el Huerto de los Olivos
que si, de ser posible, no bebiera de aquel cáliz y, sin embargo, murió en la
cruz. Y entonces nos encontramos ante una dolorosa coyuntura: ¿no fue escuchada
la oración a pesar del Hijo, o es que el Padre, siendo bueno, quería la muerte
cruel de su Hijo? Por supuesto que Dios no quería la muerte de su Hijo, ni la
de mi madre, ni la de nadie. Dios no quiere muerte ni violencias ni
enfermedades ni injusticias. La clave para entenderlo todo, creo yo, está al
final de las palabras de Jesús: a quien lo pida, el Padre dará el Espíritu
Santo.
Me viene al corazón la voz de Mercedes Sosa, cantora, que no
cantante, decía Facundo Cabral. Argentina, paisana de Mafalda, hija de un
obrero de la industria azucarera, y una humilde lavandera, Mercedes Sosa nació
en Tucumán en 1935 y murió en Buenos Aires en el año 2009. Estuve en el último
concierto que dio en nuestro país, en el Teatro Metropolitan. Debutó, cuenta
ella misma, cuando a los 15 años acompañó a sus padres a la capital argentina
para participar en un acto de apoyo al
peronismo o justicialismo, movimiento político de izquierda. Como faltara la
maestra de música, a ella tocó entonar el himno nacional en el camión, para encender
el fervor patriótico de los viajantes. Sus cantos estuvieron marcados por el
compromiso social en favor de la justicia. Afiliada al partido comunista,
estuvo bajo la mira de la Junta Militar que gobernó argentina desde el golpe de
estado del 24 de marzo de 1976, hasta 1983, en que unas elecciones democráticas
dieron el triunfo al Presidente Raúl Alfonsín, a quien Quino apoyó siempre a
través de sus cartones. En este contexto surgió el personaje de Libertad, la
pequeña amiga de Mafalda. Para celebrar el quinto aniversario del régimen
democrático, Mafalda deseó feliz cumpleaños a Libertad.
Mercedes Sosa fue detenida en pleno concierto en La Plata en 1978.
Fueron detenidos también todos los asistentes a su concierto; todos fueron
liberados a las seis de la mañana. Comprendió que había llegado el momento de
partir. Se fue al exilio. Cuando oteó en el horizonte que las cosas estaban
cambiando volvió a su tierra. Su regreso estuvo marcado por una serie de
conciertos que ofreció en febrero de
1982. Comenzó a cantar:
Tantas veces me mataron,
tantas veces me morí,
sin embargo estoy aquí,
resucitando.
Gracias doy a la desgracia
y a la mano con puñal,
porque me mató tan mal,
que seguí cantando.
En esos conciertos se hizo también famosa su versión de "Sólo
le pido a Dios". En la letra de este canto, uno comprende que lo que hay
que pedir a Jesús no son cosas, favores puntuales, sino actitudes, un corazón,
el Espíritu de Dios.
Sólo le pido a Dios que el dolor no me sea indiferente,
que la reseca muerte no me encuentre
vacío y solo, sin haber hecho lo suficiente.
A Dios se le pide, en todo caso, su Espíritu de misericordia, de
valentía, de luz, de fuerza, de resistencia, de rebeldía; Espíritu que pone de
pie, que dignifica, que invita a luchar, a soñar, a reír. Perseguida,
amenazada, Mercedes Sosa, "la Negra", volvió a su patria. Ella misma
cuenta cómo fue su regreso al canto en su tierra: “Decir que estaba nerviosa es
decir nada, otra que miedo escénico. Me recuerdo gritando: ‘yo salgo a cantar
ya o me voy a la mierda’.” Algunos dicen que no era una mujer de fe, pero
cantando la Misa Criolla, uno percibe en su voz y en sus palabras una
inquebrantable confianza en Dios, que es amor que todo lo aguanta, amor que
todo lo resiste, amor que todo lo espera; amor incorruptible, amor
incondicional, amor absoluto, amor fiel. Amor que le permitió a ella esa noche
y todas las demás de su vida, seguir cantando,
cantando al sol como la cigarra,
después de un año bajo la tierra,
igual que sobreviviente
que vuelve de la guerra.
Si hay que pedir a Dios, pues, pidamos su Espíritu y pongámonos a
tocar puertas, no importa que estén cerradas, tendrán que ceder, tendrán que
abrirse. Si hay que pedir a Dios, pidamos su Espíritu y pongámonos a buscar
fuerza, esperanza, aliento, luz; a buscarnos a nosotros mismos, la nobleza y la
bondad que ha sembrado en cada uno de nosotros; que por eso, por la bondad, por
la nobleza y por la libertad somos su imagen y su semejanza. Si hay que pedir,
pidamos el Espíritu de misericordia, que sólo el amor y la misericordia pueden
afianzarnos en la libertad y salvar al mundo. Si hay que pedir, pidamos a Dios
su Espíritu, Espíritu que se vuelve camino de esperanza tenuemente iluminado
para ser poder ser recorrido en medio de la noche. Si hay que pedir a Dios,
pidamos su Espíritu, que transforma la risa que viene después del llanto en
agradecido canto con el que damos gloria a Dios.
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