Juan 20,19-31
A las 5:50 de la tarde, de un día como hoy, domingo 3 de abril, como hoy domingo segundo de Pascua, Domingo "in albos", como se le llamaba entonces, del año 1910, luego de 79 años de vida fecunda entregada a Dios y a su Iglesia en México, se encontraba plenamente con el Señor el P. José María Vilaseca. La Iglesia, como madre providente, alimenta este día a sus hijos con el Pan de la Eucaristía y con la Palabra de su Señor, en la narración del cuarto evangelista. La escena es la del Señor Resucitado en medio de los suyos, primero sin Tomás; luego, con Tomás entre ellos.
La Escritura lo llama Tomás "el Gemelo", pero no se dice de quién era gemelo. Tardíamente, algunos afirmaron sin mayor fundamento que era gemelo de Jesús y, en consecuencia, también hijo de María. Sabemos que no fue así, pero no deja de ser sugestiva la idea de una cierta fraternidad gemelar con el Señor. El Cardenal Martini habla propuso que Tomás es gemelo de todo discípulo. Me gusta la idea de que de alguna manera el P. Vilaseca sea gemelo de Tomás. La narración del evangelio dice que los discípulos estaban encerrados en una casa por miedo a los judíos. Tomás no estaba con ellos, ¿será que su deseo de enfrentar la realidad fue más fuerte que su miedo? Lo mismo pasó con el P. Vilaseca, no quiso encerrarse en la comodidad de una carrera industrial, su amor por el Señor fue más fuerte que su miedo a dejarlo todo para ingresar en el seminario de Barcelona. Tampoco quiso quedarse aquí encerrado, y su deseo de viajar a América como misionero, atendiendo a la invitación del vicentino Buenaventura Armengol, fue más fuerte que su miedo a dejar su patria y quizá no ver nunca más a su familia.
Ya en México, su amor al Señor y a su Iglesia fue más fuerte que su miedo a enfrentarse al gobierno, y así, recorrió el centro del país, de pueblo en pueblo, llevando la luz y la misericordia del evangelio, tomó la pluma y el papel, escribió mucho sobre la fe, sobre María y José, los virginales padres de Jesús, fundó una congregación religiosa, en una época en que el gobierno prohibió los noviciados y persiguió a la Iglesia. Su amor fue más fuerte que el miedo, y así fue como se hizo apóstol del pueblo, renunciando a la comodidad de un encierro justificado por la persecución oficial. Su amor por encima del miedo grabó en su corazón palabras que desterraron temores y excusas para esconder la mediocridad: hacer siempre y en todo lo mejor.
Si nuestro Fundador es gemelo de Tomás, y Tomás es gemelo espiritual de Jesús, Cristo es Vilaseca y Vilaseca es Cristo, como alguna vez afirmó el P. Raúl de Jesús Rodríguez, digno hijo de Vilaseca. En La vida es bella, Guido aprende a ser mesero; su maestro es su tío, hebreo como él; el tío le pide hacer reverencia ante los comensales, pero le pide no exagerar, pues es servidor, no sirviente, criado, diríamos también. Jesús es el siervo de Dios, el criado de Dios. También nuestro Padre. Lo mismo que Jesús, el Siervo, nuestro Padre sufrió burlas, por creer en los mexicanos; envidias, engaños, por atreverse a fundar con los mexicanos, por su fe en nuestro pueblo; desterrado, perseguido, incomprendido aun por sus hermanos vicentinos, que lo presionaron a optar entre ellos y sus fundaciones josefinas, el P. Vilaseca, siervo de Dios, no ocultó la cara a los insultos y salivazos; se acercó como luz a la caña resquebrajada, a la mecha que aún humeaba, al pueblo pobre, a los indígenas, a los olvidados de siempre, para que se mantuvieran como pueblo con vida, y como pueblo encendieran, en medio de su noche, la luz de la fe. Sin dejar de ser servidor, lo mismo que su Señor, su gemelo, tomó la condición de siervo, de esclavo, de criado al servicio de sus señores, los pobres.
Nos gustaría decir que fue servidor. Su corazón se parece más al del siervo, el criado. Recuerda al siervo dispuesto con la túnica puesta y la lámpara encendida a la espera de que su señor regrese de la boda. Después de una vida fecunda en la escritura y en la misión, después de una vida atenta con la túnica puesta y la lámpara encendida, nuestro Padre, gemelo de Tomás, tocó la carne suficiente de Cristo en las heridas del pueblo mexicano. Si tuviéramos la oportunidad de escucharlo, seguro nos diría: no soy más que un siervo, un pobre criado al que no hay nada que agradecerle porque sólo ha hecho lo que debía. El Señor lo ha cubierto de gloria, y Él, el Señor, que lo encontró pronto al servicio, con la túnica puesta y la lámpara encendida, lo ha llevado consigo, lo ha sentado a su mesa, y como siervo, como criado, nuestro Padre es servido de la comida y la bebida de fiesta en las bodas del Cordero, sentado no entre los sabios y los ricos, sino entre los pobres y los humildes, como el geranio que fue, la flor coloreada por su sangre, que no es otra sino la sangre, la vida de su Señor, al que sea dada la gloria y el honor por los siglos de los siglos. Amén.
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