Lucas 13,1-9
Dios es negra. La frase es de Andrés Torres Queiruga. Se la escuché en una conferencia llamada "Aproximaciones a Dios en cuatro metáforas". Oyéndolo vino a mente el recuerdo de Eufrosina, la Ma' linda de Memín, gorda de labios gruesos, de manos anchas, pobre, hacinada en una vecindad. Pensé también en Celie, la protagonista de El color púrpura, encarnada en el cine por Whoopi Goldberg. Nacida en el campo, Celie es violada por su propio padre, quien la embaraza y luego la vende a otro negro, quien también la usará, la humillará, la golpeará, y arraigará en ella la opresiva idea de que es pobre, negra, fea y mujer. Celie escribía cartas a Dios, y lo llamaba simplemente Dios, aunque lo imaginaba varón blanco y rico. Con el tiempo, y a través de diversas manifestaciones de amor, irá cambiando su imagen de Dios, lo descubrirá cada vez más cercano y más parecido a ella misma, una negra. Y a partir de entonces volverá a reír abiertamente. Apenas el lunes en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería descubrí un libro de Torres Queiruga, Alguien así es el Dios en quien yo creo. En cuanto lo vi, supuse que allí hallaría la metáfora de Dios como negra. Y así fue.
Una metáfora bellísima. En un contexto donde la mujer es víctima de violencia, Dios se presenta como mujer; en un contexto de exclusión, donde los negros son discriminados, Dios se presenta como negra. Dios identificándose con las víctimas. Y es una idea tremenda. Acostumbrados a un falso pietismo que adjudica a Dios el origen, la responsabilidad de todo cuanto ocurre, la identidad de Dios con las víctimas pone todo en su lugar. Lo terrible es pensar que lo que sufrimos es por que Dios lo quiere. En esta línea, creo yo, viene el diálogo de Jesús con quienes le llevan la noticia de los asesinados por Pilato en el templo. La respuesta de Jesús a ellos: "¿Piensan que esto les sucedió a esos galileos porque eran más pecadores que todos los demás?" deja entrever que se pensaba que el asesinato podía ser un castigo de Dios por sus pecados. Nada más lejos de la realidad, y nada más triste. Lo mismo vale para los muertos por el desplome de la torre de Siloé. No, Dios no es victimario. No, Dios nunca viene para castigar, para excluir, para pisotear, para violar, para denigrar, para enfermar, para matar a nadie. Dios siempre viene como lo único que es, vida y amor.
Torres Queiruga sostiene que la idea de un mundo sin mal es ilógica e imposible. El mundo, con la libertad y todo cuanto existe, tiene sus límites. Y en carne propia experimentamos, como ya lo expresaba san Pablo, que no hacemos el bien que queremos y terminamos haciendo el mal que decíamos no querer hacer. El Cardenal Martini, arzobispo que fue de Milán en tiempos de Juan Pablo II, comentaba este texto y señalaba el sentido de la respuesta de Jesús: perdimos el miedo a matar, aprendimos a hacerlo; alguna vez fue Pilato, después otro podría quere hacer lo mismo en contra de Pilato. De ahí la respuesta de Jesús: si no se convierten, morirán de la misma manera. En su respuesta, queda de manifiesta la propia responsabilidad en el problema del mal, y la inocencia de Dios frente a él. En nuestro país hay muchas torres de Siloé, construcciones levantadas sobre los cimientos de la corrupción y el engaño, y seguirán derrumbándose y seguirán muriendo los pobres, porque los ricos comprarán construcciones seguras, y los pobres seguirán siendo víctimas del robo y del engaño.
La bella metáfora de Dios como negra apunta el lugar de Dios en el problema del mal: junto a las víctimas, entre ellas, siendo una más entre todas ellas. Es triste perderlo de vista; es triste que la gente pobre y sencilla pierda su fe en Dios porque creen que de Él vienen el dolor, el sufrimiento y la muerte. Es triste que la gente pierda su fe porque piensan que más que oran Dios no los escucha, como si a Dios hubiera que rogarle, comprarlo, manipularlo, causarle lástima; como si con un poco de suerte o perseverancia pudiéramos lograr su intervención en favor nuestro, como si hubiera creado el mundo y luego se hubiera ido y tuviéramos que gritarle para que volviera y arreglara el desastre que causamos. Así pensaba Susanita. Un día estaba por iniciar una partida de ajedrez con Miguelito. Miguelito la apuraba: "Bueno, empezamos, Susanita", y ella decía: "¡Esperá, Miguelito, esperá! Y juntando las manos y elevando la mirada al cielo, suplicaba: "Señor, dejo en tus manos mis piezas para que tú ganes esta partida. Amén." Y luego se volvió enérgica hacia Miguelito: "Ya oíste, ¿no? ¡Así que nada de herejías!"
Yo creo que Dios, lo mismo que el viñador de la parábola, se resiste a ser arrancado del corazón de la gente sencilla, de la gente que sufre. Me parece que Dios mismo se pone a trabajar el corazón, removerlo y abonarlo para que la gente sencilla no deje de creer, para que no crea que Dios es lo que no es, para que no se deje arrebatar a Dios como su alegría, su esperanza, su alegría, su única fuente de salvación. Alguien así, alguien que acompaña fielmente; alguien que ama aunque no siempre pueda resolver los conflictos; alguien así, que se deja crucificar antes que salir huyendo, alguien así, que toma el color de mi piel y el tamaño de mis labios, alguien así, que invita a reír y esperar, alguien así, que nunca está lejos sino cerca y siempre dentro, alguien así, diría Torres Queiruga, alguien así es el Dios en quien yo creo.
Comentarios
Publicar un comentario