Lucas 3,1-6
Ocurrió un día en la historia, un día muy preciso, la Palabra de Dios vino a Juan, hijo de Zacarías en el desierto. Esta semana pude leer un extraordinario libro, intelectual y espiritualmente desafiante, escrito por un joven historiador de Israel, Yuval Noah Harari: Sapiens. De animales a dioses. Una breve historia de la humanidad. En él, el autor traza la historia de nuestra especie humana en pocas pero abarcantes líneas. Comienza señalando cómo surge un día todo a partir del Bing Bang, naciendo materia y energía, cuyo relato es la física; después la materia se aglutinó en átomos, y así nació la química; vino el aglutinamiento de los átomos en células, y nació la biología. Finalmente, en algún momento, surgieron los animales y entre estos una variedad de especies de humanos, de las cuales sólo sobrevivió el Homo Sapiens, que somos nosotros. Nació la cultura y comenzó la historia.
Desde aquí, se narra la evolución de la humanidad, incluyendo los grandes fraudes de la historia, desde el punto de vista del autor, la revolución agrícola que, en primer lugar, nos hizo creer que habíamos domesticado al trigo, cuando fue el trigo quien domesticó al Homo Sapiens. Lo mismo ha pasado con la tecnología, pareciera que la hemos controlado, y quizá es ella la que nos controla y esclaviza. El surgimiento de los imperios, incluyendo el del mercado y su dios: el dinero. El libro no sólo llega nuestros días, sino que se atreve a prever qué futuro nos espera ante lo que ya tenemos en las manos: la ingeniería genética, la posibilidad de diseñar al ser humano como un superhombre, la posibilidad de transferir la mente humana a la computadora y, en consecuencia, la posibilidad de vida inteligente fuera de los límites de la materia orgánica e incluso fuera de toda materia; es decir, que de verdad seamos dioses, con el alud de preguntas que vienen solas: ¿seremos amortales? ¿superiores, señores de la vida y de la muerte? ¿será el destino de toda la humanidad o sólo el de unos cuantos privilegiados?
Dos reflexiones terminan el libro. La primera, si después de todo hemos sido más felices. Segundo, si realmente sabemos qué queremos, o seremos dioses caprichosos e irresponsables que no saben lo que quieren. Pero en el libro también emerge otra pregunta: ¿por qué sólo el Homo Sapiens se impuso y está a un paso de ser dios? La respuesta del autor es simple: por el lenguaje. Pero no un lenguaje sencillo, de simple comunicación, sino el lenguaje que le permite nombrar lo que no existe, el lenguaje que le permite autoengañarse, y convencerse de unir esfuerzos en favor de una causa común. Así, explica él, surgieron las ficciones: dioses, religiones, personas morales, naciones, derechos humanos, etc.
Dos palabras brillan por su ausencia, tratándose de la historia de la humanidad. La primera, la palabra símbolo. Lo simbólico es real; a través del símbolo nos acercamos a realidades imposibles de expresar de otra manera, y no por eso son ficciones. El amor, la amistad, la ternura, la emoción del nacimiento de un hijo, el gozo del reencuentro, la comida con los amigos, el abrazo con quien estuvo largo tiempo ausente, Dios mismo; la palabra humana es simbólica. Es verdad, estamos a punto de hacer lo que sólo Dios hace, porque desde el principio somos su imagen y semejanza. La palabra, y en particular la palabra simbólica, la palabra poética, la palabra creadora, nos iguala con Dios. La segunda palabra es amor. No basta hablar de la felicidad o de alegría, el amor es una realidad única e inevitable. Y la primera experiencia del amor no es el amar si no el ser amado.
Dios nos ha amado. Nosotros, desde la fe, podemos saber lo que la ciencia y la historia por sí solas no sabrán jamás. Que al principio, la Palabra de Dios vino y todo fue creado; que en algún momento preciso, lo mismo que sobre Juan en el desierto, la Palabra de Dios vino sobre los átomos y creó las células; después la Palabra de Dios vino y creó a los humanos, su espíritu y su conciencia. Y un buen día, cuando supo que el corazón del hombre estaba dispuesto y preparado, la Palabra de Dios, la Palabra que existe desde el principio, que estaba con Dios y era Dios, la Palabra se encarnó en el vientre virginal de una muchachita de Nazaret, y puso su morada entre nosotros. Y que por fin un día contemplamos viva a la Palabra, la vimos, la tocamos, comimos con ella, la contemplamos llena de gracia y de verdad, y la Palabra nos narró la belleza del amor y de la misericordia que se extienden por la historia, y cuando el ser humano escucha la Palabra, la acoge en su corazón y la despliega en la historia, la Palabra da vida y así irrumpe el Imperio de Dios.
En este tiempo de adviento, gozosa y agradecida, la Iglesia recuerda y celebra este momento de diálogo, el momento en que la Palabra se hizo hombre y Dios quiso platicar cara a cara y de tú a tú con su pueblo. El día que vino la Palabra, la que volverá para dar vida plena, la Palabra de Dios, la misma que un día vino sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.
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