Marcos 10,17-31
Svetlana Aliexievich, Suetlana, como lo pronunció en inglés la académica sueca encargada de anunciar al mundo a la ganadora del Premio Nobel de Literatura de este año. No la conocía. Hurgando en internet descubrí que sólo tenía un libro publicado en español: Voces de Chernóbil: crónica del futuro. El libro comienza con una nota histórica sobre la serie de explosiones que destruyeron el reactor y el edificio del cuarto bloque energético de la Central Eléctrica Atómica de Chernóbil, situada en la frontera bielorrusa el 26 de abril de 1986. Se nos entregan datos y estadísticas.
Pero la escritora no es una novelista, mucho menos una historiadora. Es en primer lugar una periodista, y ella misma nos informa después que no hará un recreación novelada ni una crónica de lo que sucedió, que de eso ya hay mucho. Su libro es una polifonía, y las voces que en ella hablan son las de mujeres y hombres que lo vivieron, las voces de sus entrevistados. La primera de ellas, Luidmila Ignatenko, esposa de uno de los bomberos convocados esa noche para apagar el fuego. Y dice ella: "No sé de qué hablar... ¿de la muerte o del amor? ¿O es lo mismo?" El esposo salió de casa, jamás volvería a ella. Contaminado intensa e inevitablemente por la radiación, él y los demás bomberos y trabajadores fueron trasladados a un hospital de Moscú. Tenían prohibido todo contacto humano. Pero a la esposa no le importó. Estuvo con él, lo asistió, lo abrazo, ocultó que estaba embarazada para que nadie le impidiera estar con su esposo, a quien amaba más que a nadie y a nada. Finalmente el esposo murió, lenta, dolorosamente, literalmente a pedazos; lo tocaba, cuenta la esposa y en mis dedos quedaban adheridos trozos de su piel; se ahogó con sus propias vísceras. Por supuesto, la hija nació enferma y al cabo murió. Ella buscaba el amor y tuvo otro hijo. Al final, cuenta, soñaba con mi esposo, que venía a verme con nuestra hija. Y confiesa:
"Vivo a la vez en un mundo real y en otro irreal. Y no sé dónde estoy mejor (...) Esta gente se está muriendo, pero nadie les ha preguntado de verdad sobre lo sucedido. Sobre lo que hemos padecido. Lo que hemos visto. La gente no quiere oír hablar de la muerte. De los horrores.
"Pero yo he hablado del amor... De cómo he amado."
Me ha sido inevitable leer la narración de Marcos desde esta perspectiva.
Una nota informativa.
La sociedad en tiempos de Jesús estaba organizada de una vertical, machista y patriarcal, donde la familia dependía del padre de familia, cuyo valor más importante era su honor de varón. Una manera de comprometer el honor de alguien era el halago público. Recibir un halago podía dar honor, no corresponder a ello restaba honor. Por eso cuando a Jesús lo alaba públicamente un hombre, no se dice quién es ni cuántos años tiene, con el paso de la narración descubriremos que es rico, llamándolo "maestro bueno", Jesús rechaza el halago: no quiere comprometerse con nadie en algo que quizá no pueda retribuir. El hombre quiere saber qué hacer para ganar la vida eterna. Jesús le responde con los mandamientos de la Ley de Moisés que tienen que ver con el amor al prójimo, pero altera el orden de presentación y refiere en último lugar el que en la Escritura ocupa el primero de los mandamientos después de los relativos al amor de Dios: honrar al padre y a la madre. Es la primera señal de rechazo a la sociedad verticalista, y la primera señal de la invitación de Jesús a formar una nueva sociedad horizontal, marcada por la fraternidad.
Hacia el final de la narración, Jesús reitera este proyecto. Ofrece el ciento por uno de todo a quien renuncie a la antigua familia para incorporarse a la nueva familia: casas a quien deje casa, hermanos y hermanas a quien deje hermanos o hermanas, madres (así, en plural), a quien deje madre, tierras a quien deje tierras, junto con persecuciones, y en el mundo futuro la vida eterna. Pero un hay vacío. Jesús invita a dejar padre, pero no ofrece ganar "padres". El mensaje es claro: en la nueva familia, en el Reino de Dios, no hay más que un padre, el que está en el Cielo, los demás somos hermanos. En la nueva familia no hay poder opresor, sino liberador. Y tierno. Pienso en los migrantes, que dejan padre y madre, y encuentran en Veracruz a "las patronas", este grupo de mujeres que, con solicitud materna, salen a ofrecerles un poco de comida en su camino.
Jesús habla de persecuciones. Hay gente perseguida por su compromiso evangélico con la búsqueda de una sociedad nueva, fraterna, igualitaria. Pienso en Mons. Romero, y en don Samuel Ruiz, en el P. Solalinde, tan denostado por muchos en los medios de comunicación y entre sus vecinos. Pero esto es la nota histórica, la parte informativa que nos permite entender lo que Jesús propuso al hombre rico y lo que éste no aceptó: formar parte de la nueva familia, dejar lo viejo. Le pidió vender lo que tenía y darlo a los pobres. ¿Por qué? ¿Qué pasó entonces por su mente y por su corazón? Esto es lo que interesa. Habría que haberlo entrevistado. ¿Será que pensó que si lo vendía todo se quedaría sin nada? ¿No alcanzó a ver que si trataba a los pobres como hermanos, los pobres lo tratarían como hermano a él, y no lo dejarían nunca solo ni con las manos vacías? Un día Monolito se puso a limpiar delicada y afanosamente la caja registradora del Almacén de su papá. De pronto descubrió que sus amigos, Felipe, Susana, Mafalda y Miguelito, lo venían atónitos. "Bueno", les dijo Monolito, "¿qué les pasa? vivimos en un país donde hay libertad de cultos, ¿no?" ¿Por qué no pudo el hombre pasar de la admiración a Jesús a la confianza en Jesús? ¿Por qué fue que sólo lo vio como maestro y no como salvador? ¿Será que al verlo de lejos no podía amar a Jesús? Pero Jesús lo invitó a seguirlo, y él prefirió seguir viéndolo de lejos: nunca será capaz de amar a Jesús.
De ser posible, me gustaría entrevistar a Jesús: ¿Qué sentiste frente al hombre que se postró frente a ti? ¿Sentiste renacer la esperanza de contar con discípulos que comprendieran tu proyecto del Reino de Dios, de una nueva familia, abierta, horizontal, igualitaria, universal? ¿Cómo fue que lo viste y lo amaste? ¿Sufrió tu corazón cuando viste que te llamaba "Maestro", pero no te experimentó como Señor y Salvador porque no fue capaz de vender cuanto tenía y dejarlo todo para caminar detrás de ti, para estar contigo? ¿Otro más que no te comprendió? ¿Qué sentiste cuando lo viste agachar el rostro, bajar la mirada y dar la media vuelta sabiendo que no vendería nada y no lo volverías a ver?
Me gustaría entrevistar a Pedro. Le preguntaría: ¿Qué quisiste decir a Jesús cuando viste que el hombre rico se iba triste por sus riquezas que no pudo o no quiso soltar? ¿Quisiste negociar con él y hacer cuentas?, ¿le dijiste que ustedes sí lo habían dejado todo, que tu dejaste barca y redes junto al lago para ir detrás de él, que cómo era posible que no fuera a tocarles nada? ¿O será que le estabas reclamando que ustedes que sí lo habían dejado todo para seguirlo no contaban para nada en su corazón? ¿O será, por ventura, que fuiste a consolar a tu Señor y Maestro, le dijiste que no importaba que aquel hombre rico se fuera a cuidar y acumular sus riquezas; que eras torpe y duro de corazón, atrevido y atrabancado, pero con todo y todo, habías confiado en él, y por él, lo habías dejado todo y lo habías seguido? Yo quiero creer que fue eso.
Con este último Pedro se identifica mi corazón. Una noche el Señor me bendijo con el don de mis amigos. Me regaló pasar con ellos unas horas de deliciosa experiencia. Me bendijo con mi amigo sommelier, que nos enseñó que más importante que la uva, la barrica, el tiempo de fermentación, que más importantes que el olor, el sabor o el cuerpo del vino, lo importante es la experiencia de compartirlo y disfrutarlo con los que uno quiere. Y es verdad. Y eso mismo pasa con Jesús. No es sólo un buen maestro del que puedan aprenderse sus enseñanzas o su estilo de vida. Es Señor y Salvador, es amigo, alguien con que se quiere estar, con quien se disfruta la vida y se comparten los riesgos. Alguien por quien vale la pena dejarlo todo... para ganarlo todo. Y, por encima de todo, ganarlo a Él.
Si pudiéramos entrevistar a Jesús, seguro diría: A la gente le da miedo hablar de dejar las riquezas o tomar la cruz. Pero yo he hablado del amor y de cómo he amado. Y yo creo en Jesús y en su manera de amar, ahora y por siempre. Amén.
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