Marcos 10, 1-16
Un día, volviendo de la calle, Raquel preguntó a su hija Mafalda: "¿Y?... ¿Qué tal se ha portado tu hermanito?" "Bien", contestó Mafalda. "Sólo que se me ocurrió sacarle el chupón y hay que ver cómo se puso." "¡Ah, qué bonito!", la reprendió su mamá, "¡debería darte vergüenza! ¡Una grandota haciendo sufrir a un chiquito indefenso! ¿Dónde se ha visto?" Se queda pensando Mafalda, y le responde: "¿En la ONU?"
Vale la pena tener en cuenta que en esta escena del Evangelio Jesús no está queriendo dar cátedra sobre el matrimonio y el divorcio, sino en primer lugar está defendiendo a la parte generalmente, pero no siempre, débil de la familia: la mujer y los niños. El asunto de fondo es si puede el varón divorciarse unilateralmente de la mujer, si puede por sí mismo arrojar sin más a su esposa a la calle.
No estamos ante una inocente discusión de escuela o planteamiento de opiniones, Jesús está jugándose la vida. Si acepta que el hombre pueda divorciarse de su mujer, estaría dando la razón a Herodes y justificando al mismo tiempo la ejecución del bautista, como ya nos contó antes el narrados casi al inicio del evangelio, y no podemos perder de vista que los fariseos estaban aliados con los herodianos, y estaban al acecho de una oportunidad para matar a Jesús. Si Jesús rechaza tal divorcio, se pone en posición de pena de muerte. Pero Jesús no iba a jugarse la vida por una simple opinión. Jesús da su vida, que no es lo mismo, por una fuerte convicción, a la que él mismo da nombre: el reino de Dios, reino en el que Dios es Papá. Porque en toda escena, como en todo el evangelio, lo que verdaderamente está en juego es el reino de Dios.
Vistas así las cosas, el texto se revela con fuerza. Primero. Ante la pregunta de si un hombre puede “liberar” a su mujer, es decir, divorciarse de ella, Jesús, se sale de la trampa devolviendo una pregunta cargada de astucia e inteligencia: “¿Qué les mandó Moisés?” Son ahora los fariseos los que tienen la obligación de asumir postura. Responden que Moisés permitió al varón el divorcio. Pero la pregunta da pie para más: es una concesión de Moisés ante la dureza del corazón humano, “de ustedes”, dice Jesús. Pero las concesiones de Moisés no necesariamente tienen que identificarse con la voluntad de Dios. Por eso Jesús recurre a los relatos de la creación. Dios creó hombre y mujer, esto es, la diferencia. Segundo, hombre y mujer se unen para no ser dos, sino uno; es decir, la comunión. Y ésta es la voluntad de Dios.
Si el varón tiene la posibilidad de repudiar a su esposa es porque no la asumido en comunión, sino en posesión. Y la mujer fue creada por Dios igual que el varón, por lo tanto, ambos son iguales en dignidad y ninguno puede estar en sometimiento por el otro, especialmente la mujer por el hombre. Esto es lo propio del reino del Dios, la igualdad en la dignidad y la comunión en la diferencia.
En la vida diaria, la gente suele preguntarse porqué no hay divorcio por la Iglesia, también se sorprende, y se sorprende en mayor grado, cuando se da entera que Fulano y Sutana “disolvieron” su matrimonio por la Iglesia. En realidad se llama “nulidad matrimonial”, es decir, una declaración formal de que en realidad nunca existió el sacramento del matrimonio, aunque haya habido misa, vestido blanco, argollas, arras y lazo. Dios es amor fiel, absoluto e incondicional, y el matrimonio es sacramento en la medida en que hace presente en la historia el amor fiel, absoluto e incondicional de Dios.
Contraer matrimonio por la Iglesia implica trámites que a veces parecen farrangosos. Pero, entre otros, tienen el propósito de constatar que los novios están conscientes de lo que es la vivencia sacramental cristiana del matrimonio. La emoción u otras sinrazones puede hacerlos decir que sí. Pero en la práctica, hay varones que siguen tomando a la mujer en posesión, no en comunión. Solamente los prejuicios y la ignorancia, sobre todo del evangelio, pueden hacer pensar que en tales casos existe el sacramento del matrimonio.
¿Qué hacer? Pensar que las palabras de Jesús sobre lo que Dios ha unido son una condena a cadena perpetua es a las claras antievangélico: Dios es amor, si no hay amor, no hay sacramento. Jesús no era tonto, si prohíbe el matrimonio a los que se divorcian no es por una cuestión jurídica o religiosa, sino por una incapacidad para el amor. Quien ha demostrado que no sabe recibir a una mujer o a un hombre como compañero en igualdad, no puede pretender casarse nuevamente, sería permitirle seguir lastimando a otras personas. Pero, ¿qué pasa con los que sin mala voluntad se equivocaron? La pregunta sigue esperando respuestas.
Por lo pronto, me queda claro:
1. Que ninguna tradición o institución humana, como las leyes de Moisés, están por encima de la voluntad de Dios. Y la voluntad de Dios es su reinado de amor, vivido en la comunión, dentro del matrimonio como dentro de la sociedad en su conjunto. Y su voluntad es el amor, la comunión, no el sometimiento.
2. Que Jesús no está dando normas jurídicas, simplemente está expresado el ideal divino del matrimonio, pero en cuanto ideal, sólo puede alcanzarse tras un largo proceso de fidelidad y comunión asumido conscientemente y nunca como obligación impuesta.
3. Que la pareja puede aguantar junta muchos años, pero si no hay amor, por mucho que sea el aguante no manifiestan el amor de Dios.
4. Que Jesús señaló el ideal del matrimonio, pero no fue más allá. Y esto es importante porque en todo proyecto matrimonial, como en cualquier proyecto humano, existe la posibilidad del fracaso. Los fracasos y los dolores son parte de la vida humana, y como tales también son asumidos por Dios, y en ellos Dios se hace presente como alivio y como fuerza para su superación. De lo contrario, ni la reconciliación ni la unción de enfermos podrían ser sacramentos. Y Dios siempre da, como Jesús en el evangelio, una segunda oportunidad.
5. Que en la escena final, cuando los discípulos impiden a los niños que se acerquen a Jesús, éste tiene que regañarlos porque no han acabado de entender que la voluntad de Dios es que nadie se quede lejos ni fuera de Él. Por lo tanto, todavía tenemos mucho qué pensar e imaginar para que los matrimonios en verdad se unan cristianamente y hagan presente en la historia el amor de Dios; y dos, que nos falta imaginar cómo vivir la segunda oportunidad sin que se rompa la comunión con la Iglesia.
6. Finalmente, que Dios nunca aleja de sí a nadie; al contrario, atrae hacia sí a quienes más necesitan de Él.
No creo que el Sínodo de la Familia que hoy inicia sea de tipo doctrinal, no se puede cambiar la voluntad de Dios. Es más bien un sínodo pastoral: qué podemos hacer para acompañara a todos los casos en los que no se logró el ideal. Que el Señor les dé la luz de su Espíritu.
Comentarios
Publicar un comentario