Marcos 7,31-37
"¿Te conté que mi problema de incomunicación -preguntó un día una preocupada Susanita a Mafalda, después de haber dejado agobiado con su perorata a Miguelito-, es no poder incomunicarme?" La narración de Marcos presenta una escena curiosa en su diversidad de detalles. A primera vista parece sólo el relato de una curación, pero va más allá. Jesús se encuentra en una región fronteriza, se mueve entre zonas del judaísmo y zonas del paganismo. Le llevan a un hombro sordo y tartamudo para que le impusiera la mano. Jesús se lo llevó aparte, a solas le metió los dedos en los oídos y le tocó la lengua con saliva y, levantando los ojos al cielo, le dijo: ¡effathá!, ¡ábrete!, se le abrieron los oídos y se le destrabó la lengua y comenzó a hablar correctamente. Y Jesús ordenó a la gente que no dijera nada, pero lejos de eso, parecía que había pedido justamente lo contrario, pues lo proclamaban más y más, y decían de Jesús: ¡todo lo hace bien!
Pero el final es paradójico. Jesús pide a la gente, a los que se supone que escuchan, que no digan nada; y ellos no escuchan lo que Jesús les dice y dan rienda suelta a la lengua. Parece que, como el hombre al inicio, la gente no puede escuchar; o no sabe escuchar. Parece que, más que un asunto de curación, el evangelio nos pone frente a un caso de comunicación. La escena es también una escena de liberación. El hombre sordo y tartamudo es llevado por otros; el hombre sordo y tartamudo no es un hombre libre, es un hombre manipulado. Las democracias modernas han conquistado y han defendido no sin esfuerzo y en muchas ocasiones a costa de la propia vida, el derecho a la información y el derecho a la libertad de expresión; a la libertad de prensa.
Una sociedad desinformada, por dolo o por indiferencia de la misma sociedad, es una sociedad manipulada. Una sociedad no escuchada o silenciada es una sociedad atada y mutilada. Es el drama de la persecución e indefensión de los periodistas en nuestro país. Otro cantar será si los periodistas actúan con ética profesional, y habrá que establecer el marco jurídico adecuado para ello, pero la libertad y el respeto al ejercicio periodístico y la integridad de los periodistas tienen que ser el punto de partida.
Pienso también en la Iglesia y en el inminente Sínodo de la Familia del próximo mes de octubre. Pienso y me preocupa que el hombre sordo y tartamudo sea la Iglesia. Jesús se movía en tierras de frontera y también en tierras extranjeras. El contexto social de las familias no es el que a nosotros nos parecería el ideal, cada vez surgen más y se consolidan nuevos modelos de familia: madres solteras, parejas del mismo género, divorciados vueltos a casar, etc. No se vislumbra que sea una realidad irreversible. Me preocupa que la Iglesia sea sorda a lo que esta situación tiene que decirle; me preocupa que la Iglesia no tenga para esta realidad palabras de acogida y de misericordia. Me preocupa que la Iglesia sea presa de prejuicios; que tenga los oídos cerrados y atada la lengua y no hable correctamente.
Si así fuera, la narración del Evangelio invita a la Iglesia a dejarse conducir hacia Jesús. La Iglesia tiene un enorme patrimonio espiritual, doctrinal, cultural, social, humanitario, pero nada tiene consistencia si no está cimentado en Jesús y su Evangelio. No se trata de cambiar la doctrina y los ideales, sino de abrir espacio en la Iglesia espacios de acogida y comprensión para todos. La Iglesia no puede alejarse de Jesús. Por eso necesita constantemente estar cerca del Señor; volver a Él una y otra vez, tantas como sea necesario. Volver al Evangelio, a Jesús, que es el Evangelio encarnado. Volver a este Jesús que era amigo de prostitutas, que comía a la mesa de los publicanos y tocaba con amor a los leprosos y a los extranjeros. Necesitamos volver a Él una y otra vez, no para decir que todo lo hace bien, sino para que nos abra los oídos y libere nuestra lengua; para que nuestro pueblo sea escuchado, y nuestra lengua tenga siempre pronta y oportunamente palabras de compasión y misericordia.
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