Juan 19,25-27
Virgen del Consuelo
15 de septiembre de 2015
A últimas fechas, varias personas han llamado a la parroquia
pidiendo que, por favor, se les encienda unos momentos el cirio de la Virgen
del Consuelo. A falta de otro cirio, hemos encendido el cirio pascual, que no
es poca cosa, sino un fuerte y hermoso signo de la presencia del Señor
Resucitado, cuya luz ha destruido para siempre la oscuridad del pecado y de la
muerte.
Sin embargo, me quedaba la duda sobre cuál era el cirio de la
Virgen del Consuelo. Consultando a los mayores, me han contado antiguamente
había un cirio en este santuario. Y cuando los fieles devotos de esta parroquia
sufrían a causa de un problema grave, acudían a pedir el auxilio de nuestra
Señora del Consuelo, rezaban tres salves en honor a ella, y encendían un cirio
en espera de ser escuchadas sus plegarias, y alcanzados los favores pedidos.
Ignoro aún cuándo comenzó esta costumbre, e ignoro también cuándo
fue que se dejó de lado. Pero veo que los hijos de esta parroquia siguen
invocando a su Madre y piden para ellos su luz. Veo que los mayores extrañan
este signo. Hoy, en esta solemnidad de nuestra Señora del Consuelo, ofrecemos
como regalo a nuestra Madre nuestro cariño y nuestra confiada devoción a través
de la llama de este nuevo cirio.
Más allá de los milagros pedidos y esperados, deseo que la luz de
este cirio nos ayude a contemplar el milagro de la Virgen María, nuestra Señora
del Consuelo. Que en el humilde fuego de este cirio contemplemos la luz que
nace de María al pie de la cruz, luz que enciende en el corazón el amor y la fortaleza
de la Virgen Madre.
Ella es un milagro: ver morir al Hijo clavado en cruz, tener el
corazón destrozado, mirar el mundo a través del cristal de las lágrimas, y
seguir de pie. La imagen de nuestro santuario conserva para nosotros este
momento de luz. Su imagen, sus manos, sus rostro. El rostro de la imagen que
alguna vez, en el antiguo Hospital de san Andrés, extendió su mano derecha para
contener las aguas de la tormenta que un día, a mediados del siglo XIX, cayó
sobre la Ciudad de México. El rostro ennegrecido pero no lastimado por un
incendió que afectó al mismo hospital. Esta imagen da luz, y ella misma es un
milagro.
Dicen que consuelo de muchos es consuelo de tontos. No creo en lo
segundo; pero sí creo en lo primero. Cuando parece que todo queda desolado,
cuando no hay ganas de seguir adelante y parece que las fuerzas no van a
alcanzar, Dios nos consuela a través de María. No es consuelo de tontos, la
Virgen Madre al pie de la cruz es consuelo de muchos, de todos.
Es consuelo de las familias, de todas, las que permanecen unidas,
las que han sufrido la cruz de la ruptura o de una pérdida; es consuelo de los
que se han quedado excluidos y desolados por su diversidad, con la fe herida;
es consuelo de los que el mundo capitalista y neoliberal rechaza y comprende
porque creen, viven y anuncian los valores del imperio de Dios, tan distantes
de los valores de los valores de los imperios de la tierra; consuelo de los que
sufren persecución y asesinato por su compromiso con la verdad; quienes los
matan piensan que han dejado sus cadáveres desolados, pero han sido consolados
por Dios. Es consuelo de los que tronándose los dedos y se miran vacías las
manos y los bolsillos, no pierden la esperanza de salir a la calle y encontrar
el trabajo que les remunere las monedas suficientes para llevar a casa y a los
suyos la comida que renueva las fuerzas para al día siguiente, volver a salir y
ganarse la vida. Es consuelo de nuestros hermanos cristianos que parecen caer
desolados bajo el yugo de la burla, la esclavitud, los abusos sexuales y el
martirio, pero su sangre no siembra una tierra desolada, sus cuerpos y sus
vidas son acogidos, arropados como hace más de dos mil años, por la mortaja y
las manos de María, que siempre está junto a la cruz de este Hijo suyo cuyo
cuerpo es la Iglesia. Es consuelo de los migrantes, de los que dejan familia,
hogar y patria para ganarse la vida al otro lado de la frontera, sobre todo los
que son expoliados y violentados en el camino, de los caen muertos en el
desierto, aparentemente solos, sin nadie que los vele ni les rece ni les prenda
una veladora. Consuelo y madre del niño sirio ahogado y tirado en una playa de
Turquía, de él y de los que como él huyen de la guerra. Para ellos la luz de
este cirio y que su claridad los lleve ahí donde no se necesita de sol ni de
lámpara porque el Cordero es su Luz.
Ella, María, es consuelo de los que caminan la larga noche de una
enfermedad incierta, incurable y muchas veces invencible. Para ellos la luz de
este cirio, para ellos la luz que brota de la mujer a la que no dobló ni la
muerte de su hijo ni el dolor de su corazón destrozado, para ellos esta luz,
cuya tibieza destruye el frío de la desesperanza. Para los desolados por la
desaparición de sus hijos, de Ciudad Juárez a Ayotzinapa, para los que pierden
la vida en el mundo y la ganan para el Reino en una congregación religiosa;
para los que quedaron desolados después de ser víctimas del mal y de la
delincuencia; para los que se resisten a rendirse sin dar la lucha. Para ellos,
que son muchos, para ellos que somos nosotros, para ellos, que somos todos,
para ellos la luz de este cirio y el calor de esta dulce Madre, la Virgen
esposa de san José. Para ellos, María, Consuelo y Fortaleza de los hijos de
Dios. A ella el honor y a su Hijo la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
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