Marcos 6,7-13
Marcos es el más antiguo de los cuatro evangelios. Más antiguos que los evangelios son las cartas de san Pablo. No es un detalle cualquiera. No tendría que sorprendernos, entonces, que los evangelios reflejen más bien el contexto de las primeras comunidades cristianas, en las que tuvieron su origen, más que propiamente el mundo de Jesús y sus primeros seguidores. Sociológicamente hablando, Jesús fue el líder de un movimiento itinerante y carismático de renovación al interior del judaísmo. Él mismo era un predicador itinerante, quizá pasara algunas temporadas de descanso o de formación a sus discípulos en Cafarnaum, quizá en la casa de Simón, al que llamó Pedro. Pero él, a diferencia de las aves, que tenían nidos, o los zorros, que tenían madrigueras, él no tenía ni dónde reclinar la cabeza.
El centro de su predicación era el reino de Dios; lo anunciaba con obras y palabras. Era lo que pedía a sus seguidores. Tras la muerte y resurrección de Jesús, surgió una inquietud: ¿se podía ser seguidor de Jesús sin ser un predicador itinerante? ¿Bastaba con conservar únicamente el recuerdo de su muerte y resurrección? Para los primeros seguidores de Jesús, especialmente para los que no vivieron con el Maestro la experiencia pascual en Jerusalén, sino que se quedaron en Galilea anunciando la llegada del Reino de Dios, no había mucho qué discutir: ellos habían conocido a Jesús, lo habían escuchado, habían comido con él, habían sido testigos de sus exorcismos y curaciones. Habían recibido de él el mandato de dos en dos predicando su mismo mensaje. Para ellos, ser seguidor significaba asumir el mismo estilo de vida itinerante que tenía Jesús, con todas sus consecuencias: pobreza, celibato, compasión, humildad, etc.
Con el paso del tiempo el cristianismo se expandió, y surgieron comunidades integradas por creyentes que no habían tenido contacto con el Jesús de la historia; muchos de ellos sólo recibieron el anuncio de la experiencia pascual, pero no conocieron las tradiciones de la vida y la predicación de Jesús en Galilea. Creían en Jesús, pero tenían familia, tierras, negocios; no podían dejarlo todo sin más y andar de itinerantes, ¿se les podía negar la fe y, en consecuencia la salvación de Jesús? ¿Cómo ser cristiano en ese contexto? Con habilidad narrativa, asistido por supuesto, por el Espíritu Santo, Marcos reunión diversas tradiciones sobre la vida, la muerte y la resurrección del Señor, con la intención de afianzar la vivencia doméstica del cristianismo frente al exclusivismo itinerante, sin dejar de ser fieles al mensaje de Jesús.
Detrás de las palabras de Jesús que piden ponerse en camino de dos en dos, está la invitación a vivir los valores del Reino de Dios mientras vamos de camino por la historia. Valores del Reino son la fraternidad, vamos de dos en dos, nunca vamos solos porque nadie vive para sí. No llevamos más cosa que un bastón porque sólo el Señor es nuestra fuerza y nuestra seguridad: "tu vara y tu bastón me dan seguridad", dice el salmo; no llevamos más que una túnica porque no somos hipócritas, damos siempre la misma cara y vivimos siempre los mismos valores, frente a quien sea; no llevamos nada para el camino porque somos hermanos, y por fraternidad confiamos en la bondad y en la hospitalidad de quienes nos reciban en su casa, y no andamos de casa en casa porque no medimos la bondad y la hospitalidad en términos económicos, sino valoramos la nobleza y la generosidad de quien, sin conocernos, nos abre las puertas de casa y la comparte con nosotros para darnos techo y comida; llevamos sandalias, porque el camino es pesado y los pies se ensucian y se lastiman; llevamos sandalias por humildad, somos frágiles y no lo podemos todo. Y comenta el evangelista que los discípulos de Jesús no sólo predicaban, sino que expulsaban demonios y curaban enfermos; es decir, se solidarizaban con los de casa en la lucha contra el mal y en el cuidado de la vida; eran compasivos y misericordiosos con los hermanos que los recibían.
Decía una vez Manolito: "Todo mundo habla de depositar confianza, pero nadie dice qué interés te pagan." La confianza cristiana no es interesada, pero es interesante. La primera confianza es hacia Dios, que es Padre y nos hace hermanos; y hacia Jesús, que nos ha enseñado a vivir los valores del Reino. En días pasados se cumplieron cien años de la muerte de Porfirio Díaz, no ha faltado con ese motivo quien diga que la historia está mal contada, cosa que por otro lado es cierto, pero algunos argumentan que México estuvo muy bien bajo el gobierno de Díaz, que es un héroe incomprendido, que la nación prosperó económicamente bajo su gobierno. Que la falta de democracia era el costo del crecimiento económico. En la lógica del Reino de Dios, eso no puede sostenerse. Lo dijo el Papa Francisco esta semana en Bolivia: "Jesús no pasaba por encima de la dignidad de nadie". Todos somos hijos de Dios, y valemos por esto, no por lo que haya en nuestras casas, sino por la generosidad con que nos acogemos, por la fraternidad con que nos tratamos, por la solidaridad y la compasión con que nos ayudamos y no permitimos que ningún valor esté por encima de los hijos de Dios.
La comunidad cristiana de Marcos vivía los valores del Reino de Dios en casas. Se es cristiano de casa cuando se vive la fraternidad del evangelio, cuando vivimos los valores del reino: la confianza, la solidaridad, la compasión, la misericordia. La casa no es sólo la casa familiar. Se hace Iglesia de casa cuando formamos pequeños grupos de seguidores que se reúnen por su cuenta, de manera periódica, en un espacio fuera del templo para leer el evangelio, para comentarlo, para orarlo, para discernir a la luz de él qué podemos hacer para que la fraternidad universal, la vivencia de los valores de confianza, solidaridad, compasión y misericordia sea una realidad en este mundo herido por la desconfianza, el interés y el egoísmo. Para que el mundo sea el Reino de Dios y no el interesado banco de Manolito.
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