Marcos 6,30-34
Después de esto es que vuelven los Doce con Jesús. Vuelven cansados, la gente los busca, Jesús se los lleva en la barca a un lugar solitario, pero la gente, al verlos de lejos y reconocerlos, se les anticipa por tierra; y cuando Jesús los ve, siente compasión de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor. Entonces se pone a enseñarles, pero se hace tarde y los discípulos le pidieron que despidiera a la gente para que buscaran qué comer. Jesús les responde que les den ellos de comer. Entonces sucede la multiplicación de los panes. Jesús mandó que se sentaran en grupos de cien y de cincuenta sobre la hierba, bendijo los panes y peces que ahí había y los repartió y todos comieron hasta saciarse. Eran unos cinco mil hombres.
Como pasó en el resto de la realidad, alguien creyó que se podía tener una mejor comprensión de los evangelios si se leían por pequeños fragmentos. Pero ahora que estamos en los tiempos en que todo se comprende y se aborda de manera integral, holística, vemos lo mucho que nos ayudan las visiones de conjunto. Este pequeño fragmento de la narración de Marcos es una transición entre la secuencia anterior y las que siguen.
Recordemos. Jesús envía a los Doce a predicar la conversión, a expulsar a los demonios y a curar a los enfermos. Y mientras ellos van, el narrador nos cuenta que la fama de Jesús se extendía y que el Rey Herodes oyó hablar de él; como algunos decían que Jesús era Juan el Bautista, Herodes creía que Juan había resucitado. Y entonces se nos cuenta la muerte trágica del Bautista, en el palacio de Herodes, quien lo había apresado. Cómo fue que Juan murió decapitado en medio de una fiesta de noche, en el palacio mismo, donde los comensales eran dignatarios, funcionarios, y muchos personajes importantes de Galilea. Y como parte de la fiesta, bailó la hija de Herodías, amante de Herodes, quien agradeció a la joven el baile ofreciéndole: "Pídeme lo que quieras y te lo daré, aunque sea la mitad de mi reino." Y la bailarina, por instigación de su madre, esposa del hermano del rey y amante de éste, pidió la cabeza de Juan.
Después de esto es que vuelven los Doce con Jesús. Vuelven cansados, la gente los busca, Jesús se los lleva en la barca a un lugar solitario, pero la gente, al verlos de lejos y reconocerlos, se les anticipa por tierra; y cuando Jesús los ve, siente compasión de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor. Entonces se pone a enseñarles, pero se hace tarde y los discípulos le pidieron que despidiera a la gente para que buscaran qué comer. Jesús les responde que les den ellos de comer. Entonces sucede la multiplicación de los panes. Jesús mandó que se sentaran en grupos de cien y de cincuenta sobre la hierba, bendijo los panes y peces que ahí había y los repartió y todos comieron hasta saciarse. Eran unos cinco mil hombres.
Y con este panorama uno puede sacar las conclusiones:
La misión de los discípulos de Jesús, nuestra misión, se lleva a cabo bajo un imperio que no es el de Dios, sino el de los poderes de la tierra y que persigue a los profetas para darles muerte. La oposición entre el imperio de Roma y el Imperio de Dios queda fuertemente expresada en las imágenes de ambos banquetes: el banquete de Herodes, en la noche, a puerta cerrada, con gente importante y excluyente, donde la mujer es usada como objeto de placer y diversión y que termina con el asesinato de Juan; y sus discípulos que, al enterarse, fueron a recoger el cadáver para darle sepultura. El imperio de Roma queda exhibido como un imperio cruel, excluyente, inhumano, deshumanizador, sin luz. Un imperio de muerte.
Por el otro lado, el imperio de Dios, que nace de la compasión y la misericordia. Los Doce vuelven con Jesús cansados por la misión llevada a cabo, pero no pueden descansar, porque la gente los busca. Jesús la ve y se estremece, porque anda como ovejas sin pastor. Y uno comprende que quienes tendrían que ser pastores del pueblo, los gobernantes que debieran darle alimento y seguridad, están encerrados en un mundo aparte, celebrando un banquete que termina en muerte. Entonces comienza el imperio de Dios: Jesús enseña el evangelio, no permite que la gente se vaya con hambre, la gente se organiza en grupos pequeños, se bendice la comida nacida del trabajo de los campesinos y pescadores y Jesús y sus discípulos la reparten. El banquete tiene lugar a cielo abierto, sin fronteras ni exclusiones, aún bajo la luz del sol; la comida la sirven los varones, no las mujeres; en el reino de Dios la fraternidad pasa por la dignificación de la mujer y su igualdad con el hombre. La comida sobra y el final es la vida compartida y celebrada. El Imperio de Dios es imperio de vida.
Un día Raquel sirvió a Mafalda una rebanada de pastel. Mafalda lo recibió con alegría, pero cuando lo probó puso cara de decepción, preguntó a su mamá de dónde había sacado la receta, y ella le contestó que del periódico. "¡Seguro!", dijo Mafalda, "¡Se contagió de las noticias!" Las noticias de nuestros días no suelen ser buenas ni halagadoras. Pareciera que la sociedad está dominada nuevamente por los imperios de la tierra, que hacen gala de sus banquetes oscuros y excluyentes que terminan con la muerte del pueblo y de sus profetas. En este trágico escenario que es hoy nuestra historia, el evangelio nos invita a buscar a Jesús, a renovar en él y en su evangelio fuerzas y esperanzas. Necesitamos oír la voz del Buen Pastor y organizarnos en pequeños grupos contraculturales. No es que cerremos calles y formemos barricadas. De lo que se trata es de comenzar a vivir en nuestro medio los valores del Reino de Dios. Que aprendamos a vivir a partir de la compasión, que nos veamos y nos sintamos hermanos y no rivales. Que experimentemos y testimoniemos que cada vez que somos solidarios hacemos que el día dure más y que la noche no nos alcance; que cada vez que nos reconocemos iguales y compartimos la mesa y el fruto de nuestro esfuerzo, la noche se aleja y Dios reina. Y podemos hacerlo porque el nuestro es un Maestro cuya vida no terminó en la sepultura de un cadáver, sino en la gloriosa resurrección del Hijo del Hombre, en quien encontramos vida y vida verdadera ahora y por los siglos de los siglos.
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