Marcos 5,21-43
Un día se encuentra Susanita en el parque, discutiendo con un niño por ver quién gana el columpio. Dice Susanita, aferrándose a una cadena del columpio: ¡"Tú llegaste primero, pero yo soy mujer!" Le responde el otro: "¡Mujer! ¿Y con eso, qué?" "¡Cómo que qué, degenerado!", le responde Susanita, "que estás descolumpiando a tus madres, esposas, novias, hermanas..." Alguna vez había que darle a Susanita la razón a Susanita. Y es que, ¿quién querría ser mujer en una sociedad que discrimina y mata a las mujeres?, ¿quién querría ser indígena en una sociedad que discrimina a los indígenas y se burla de ellos?, ¿quién puede vivir con honestidad su homosexualidad en una sociedad y en una Iglesia que los rechaza?
La narración de Marcos es elocuente y dramática. Una mujer que lleva doce años enferma de flujo de sangre. Todos los fluidos que salen de los orificios humanos provocan impureza. Una mujer en los días en que está de malas es impura. Y quien es impuro no puede estar en contacto con nadie, mucho menos podía ponerse en la presencia de Dios en el templo. Todo lo contamina, es un proscrito. Israel trazó sus fronteras como pueblo por medio de la Ley de la Pureza. El drama de la mujer enferma es que vive permanentemente impura, permanentemente rechazada, permanentemente excluida. Su historia tiene lugar en medio de una historia que la envuelve. La de una joven adolescente hija de Jairo, uno de los jefes de la sinagoga. Tiene doce años. Es decir, al año siguiente será mayor de edad y, por lo tanto, estará en la posibilidad de ser dada en matrimonio con aquel con quien su padre la negocio.
Tomando en cuenta que la joven nace cuando la mujer se enferma, el evangelio está denunciando que la joven está naciendo en un sistema social y religioso enfermo, que es deshumanizador de la mujer. En una sociedad donde las mujeres padecen exclusión y violencia, el cuerpo enfermo no es sólo el de la mujer, sino el cuerpo social. En una sociedad donde los indígenas, los homosexuales, y la gran diversidad de los grupos minoritarios padecen exclusión y violencia, el cuerpo enfermo es el cuerpo social. Decía un día Mafalda todavía acostada en su cama, al despertar: "Buen día, ¿qué mundo tenemos hoy: el primero, el segundo, el tercero?" Luego dice: "No, esperen. Mejor vayan a echar un vistazo, y si hay libertad, justicia y esas cosas, me despiertan, sea el número que sea, ¿estamos?"
Es tristemente elocuente y revelador que en la narración de Marcos las mujeres, a pesar de ser las protagonistas de la historia, permanezcan en el anonimato. Conocemos los nombres de los varones, Jesús y Jairo. Sabemos quién es Jesús y quién es Jairo, pero de la mujer apenas sabemos nada, salvo que está enferma, que era rica, pero en una sociedad machista y patriarcal, el dinero no le sirvió para comprarse una vida de libertad. Sabemos que busca a Jesús llena de confianza, pero a los ojos de los discípulos apenas es una más en medio de la muchedumbre y no importa que haya alcanzado a tocar a Jesús, para los que viven contagiados de la enfermedad del cuerpo social, es una entre tantas y no vale la pena reparar en ella. A Jesús no le importará la miope visión de sus discípulos, le importará ella.
La pequeña, por el contrario, es hija de Jairo, pero pronto será mayor de edad y podrá ser dada en matrimonio, su padre la ama, pero, ¿la amará su marido? Ni pensar en que se case con quien ella quiera. Su ingreso a la sociedad supone para ella la muerte. Jesús quiere darle vida nueva en ese contexto. Quiere darle vida y libertad, la gente se burla de él. A él no le importan las burlas, le importa la niña. Y pide que le den de comer. A Jesús siempre importamos nosotros, los hijos de Dios. Todos.
En el centro del evangelio está Jesús, y dos actitudes: el miedo o la confianza. El evangelio quiere que busquemos a Jesús y lo busquemos con absoluta confianza. Jesús cura, Jesús salva, Jesús levanta, Jesús da vida nueva. Y así hay que buscarlo siempre, sin miedo y con confianza. Pero también hay que llevar a Jesús a todos, para que cure y salve al cuerpo social enfermo. El Papa Francisco ha sido muy elocuente al respecto. Primero Jesús y después las normas. Una Iglesia sin Jesús, dice el Papa, sin este Jesús compasivo y misericordioso; una Iglesia sin Jesús, sin este Jesús que transgrede las normas "correctas" de su tiempo para poner por encima de ellas a los hijos de Dios; una Iglesia sin Jesús, es una Iglesia muerta. Por ello, Francisco ha invitado una y otra vez a salir a los excluidos, a los necesitados, no para hacer proselitismo eclesial, sino para llevarles a Jesús. Y sin ambages y para que a nadie queda dudas ni reservas, afirma: "Fiel al modelo del Maestro, es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo." Jesús no tuvo asco de la hemorroísa, de su supuesta impureza; ni tuvo miedo de las burlas de los vecinos y parientes de Jairo. Tampoco tendríamos que sentirlos nosotros, frente a nadie.
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