Marcos 3,20-35
Un día estando cómodamente sentado en un sillón reposet, me dijo un amigo que me acompañaba, luego de buscar afanosamente por ambos lados de su sillón la palanca para reclinarlo: "¿Cómo echa uno aquí las patas para arriba?" Le contesté que sólo tenía que inclinarse hacia atrás con un poco de fuerza, y listo. Y así lo hizo. "¡Dios mío!", comentó, "¡estas cosas son del diablo!" Algo así nos narra la escena de Marcos. Atribuir al diablo, como si fuera un mal, lo que es de Dios.
Casi al inicio del evangelio hemos visto al Espíritu Santo descender sobre Jesús en su bautismo; fue impulsado por él al desierto; con su poder venció las tentaciones; llamó a sus primeros seguidores; enseñaba en la sinagoga; curó a la suegra de Simón y al leproso que le salió furtivamente al camino; perdonó a los pecadores, al paralítico un sábado en la sinagoga; comió con los pecadores en la casa de Leví, el pecador público que cobraba los impuesta para Roma; quebrantó el ayuno y el sábado; y lo que aún habríamos de contemplar a lo largo del evangelio.
Un día Mafalda estaba sentada a la mesa del comedor de su casa, el cual tenía acordonado. Cuando su mamá se acercó con un plato en las manos, Mafalda la increpó: "¡Sopa, ¡verdad!" Y remató: "De la frontera ideológica para atrás, por favor." Todas las acciones de Jesús son para cuidar, promover y restaurar la vida y la dignidad humanas; para todos, sin diferencias. No fue comprendido, al contrario, fue denostado y descalificado por eso. Dicen los chistes de la primaria, que un niño pregunta a otros: "¿Conoces al malamén?", "no", le contestan, ¿por qué?" "Porque es peligroso", "¿ah, sí?", "sí, muy peligroso, tanto que todos los días cuando rezamos decimos: "y líbranos del malamén." Líbranos del mal, y líbranos también de los buenos, decía algún maestro en la Teología, de esos "buenos", "buenos" que se dan lujo de juzgar, etiquetar y condenar a los que no son como ellos; dividen al mundo en buenos y malos. Justifican en Dios su elitismo moral, y no hay quien pueda convencerlos de que actúan no con el Espíritu de Dios, sino con un muy mal espíritu. Esta necedad es blasfema contra el Espíritu, y como dice un meme del Papa Francisco: "¡ni con agua bendita te quito lo necio!"
Esta semana ocho jóvenes estudiantes universitarios de Jalapa, Veracruz, fueron brutalmente golpeados, con el propósito, declaró a la prensa uno de sus compañeros, de hacerlos sufrir lo más posible pero sin provocarles la muerte. ¿Por qué? "Se lo buscaron", suele ser a veces la respuesta. Espero no olvidemos a los 43 desaparecidos de Ayotzinapa, algunos los descalifican, que son de izquierda, que son activistas, que son revoltosos, dicen. Son hijos de Dios y eso no pierde nunca. Esta semana el Papa estuvo en Saravejo, ahí escuchó el testimonio de dos sacerdotes y una religiosa que fueron torturados hace veinte años; el ejército encañonó a la religiosa para obligar al padre a pisotear su rosario; ella le pidió no hacerlo, y que no se preocupara de su suerte. Si el maltrato a un objeto sagrado nos indigna y nos duele; ¿cuál no tendría que ser nuestra indignación y nuestro dolor frente al maltrato y el asesinato de algo más sagrado que cualquier objeto, porque son los hijos de Dios?
Su misma familia no comprendía a Jesús. Éste predicaba el Reino de Dios, reino en el cual la gran familia de los hijos de Dios no se define por la sangre, ni por privilegios, ni por méritos morales; en él la fraternidad se construye por el Espíritu, desde la compasión, la solidaridad, la restauración y el cuidado de la vida, la reconciliación, la inclusión, la comunión. El gran reto que nos deja Jesús es si entramos a esta nueva familia, o ¿será que nos haremos del grupo de los "buenos", excluiremos a nuestros "malos" y blasfemaremos así contra el Espíritu Santo?
Comentarios
Publicar un comentario