Isaías 60,1-60; Mateo 2,1-12
El relato del evangelio nos habla de gente que, tras leer y descubrir el signo elocuente de una particular estrella en el cielo, se pone en camino para llegar hasta el Mesías salvador del mundo entero. Nunca se dice que fueran reyes, ni que fueran tres; mucho menos que sean magos, como entendemos hoy la magia, sino simplemente gente sabia. Quizá se comenzó a hablar de ellos como reyes a partir del texto del profeta Isaías, que habla de reyes que caminan hacia la aurora. El sentido de la fiesta de la Epifanía es la de recordar que la salvación de Jesús es universal; es decir, para todos.
El primer sentido de la universalidad de la salvación es una universalidad de tipo geográfico-racial: Jesús es salvador de todas las naciones, no sólo del antiguo pueblo judío; éste es también el sentido de la profecía de Isaías. Pero si universal significa "todos", y todos son todos, la universalidad es mucho más que étnica. Pensamos en las misiones y en los misioneros, en el anuncio del Evangelio a todos los pueblos que no lo conocen, pero la universalidad es todavía un desafío para nuestros días. Basta imaginar el camino cuesta arriba que sufren los grupos minoritarios de diversa índole. Y para que "todos" seamos "todos", nos faltan 43 y muchos más.
Para mí, la fiesta de la Epifanía o manifestación del Señor me evoca un anhelo y una invitación. El anhelo, que los reyes todos de la tierra caminen hacia la luz de la aurora; es decir, que quienes gobiernan las naciones de la tierra, que todos cuantos ocupan un cargo de servicio o de responsabilidad gubernamental, efectivamente caminen hacia la luz del Señor, y que nos den la confianza para caminar con ellos. Creo que se vale esperar y pedir a los Reyes Magos mejores gobernantes, pero en primer lugar habría que pedir y formar mejores ciudadanos, que a final de cuentas los gobernantes salen de la ciudadanía, y gobiernan según los valores de ésta. Un día Felipe preguntó a Mafalda qué iba a pedir a los Reyes Magos. Susanita se entrometió diciendo que Mafalda pediría el desarme nuclear o alguna de esas estupideces en las que siempre está pensando. Arremangándose para disponerse a la pelea, Mafalda contestó que había pedido una muñeca y un juego de armar casitas. Susanita salió corriendo, y cuando Manolito le preguntó la razón de su huida, Susanita contestó: "¡intuición femenina!"
La invitación, por su parte, es a ser como los sabios del evangelio, hombres y mujeres que presentan al Señor Jesús el humilde homenaje de todo lo que son y todo lo que tienen. En estas fechas se suele discutir mucho qué clase de estrella o fenómeno astronómico era la estrella de Belén. No es un debate que tenga mucho sentido. En última instancia, la estrella de Belén es Jesús mismo; es la luz de Dios que por fin un buen día comenzó a brillar para todas las naciones, y se requiere de mucha humildad y valentía para reconocer la luz de Dios en el pequeño nacido de la Virgen esposa de José. Humildad y valentía para comprender que todo lo que Jesús hace y dice en los evangelios son la luz verdadera: la compasión, la solidaridad, la misericordia, la pequeñez. Que el dinero, el poder, la ambición y todo lo que son los valores de Herodes; es decir, los valores de los imperios de este mundo, nos mueven desde fuera, y suelen conducir a la muerte, nos llevan a quitar y a destruir. En cambio, el amor, la compasión, nos mueven desde dentro y nos impulsan a la generosidad.
Ojalá que Jesús, la estrella de Belén, nos ilumine y nos muevan al homenaje de los sabios, a la entrega de lo que somos al pequeño de hijo de María y de José, cuyo cuerpo débil y frágil somos nosotros mismos, comenzando por los más débiles y vulnerables. Que Jesus no nos estorbe, de manera que, como Herodes, prefiramos hacerlo un lado. Que Jesús nos ilumine y que lo encontremos siempre con María, su madre, en esta Iglesia que es la casa puesta bajo la protección de san José.
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