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Búsquedas y permanencias

1Sam 3,3-10.19; Juan 1,35-42

Cierto día Mafalda puso una mesita frente a su papá, luego trajo una jarra con agua, un vaso y una silla. Puso la jarra y el vaso sobre la mesita, se sentó en la silla y preguntó a su papá: "¿Qué es la filosofía?" No sé realmente bien a bien quién se ha puesto hoy filosófico: si la liturgia, la Iglesia, el Espíritu Santo, Jesús mismo. "¿Qué buscan?" La pregunta la lanza a dos discípulos de Juan que se atrevieron a dejar a su maestro para caminar detrás de este hasta entonces desconocido venido de Nazaret, al que Juan en el Jordán había presentado como el "Cordero de Dios" o el "Carnero de Dios" que destruye el pecado del mundo. Recuerdo bien a Rubén Cabello, que cuando daba su clase de Escritos Joánicos decía no entender por qué traducíamos "cordero" y no "carnero", como decía el texto griego, el único que él usaba en clase, sabiendo como todo mundo sabe, decía él, que al carnero ya le salieron los cuernos, que el cuerno es signo de fuerza, y que este carnero fortalecido tras la resurrección no simplemente quitaba, sino destruía el pecado del mundo. En fin, más preguntas.

"¿Qué buscan?", fue la pregunta de Jesús y no es de ningún modo superficial, es un dardo clavado al fondo del corazón de aquellos dos a quienes ha interpelado. La respuesta que le ofrecen acusa que han recibido el puyazo en la conciencia, y aparentemente faltando a las reglas de la lógica y de la cortesía, contestan con otra pregunta: "¿Dónde vives?"; literalmente le preguntan: "¿Dónde permaneces?", con la que no están buscando un domicilio, quieren saber cómo vive, qué es lo que lo hace presente, qué de lo que dice y hace revela su verdadera identidad. Han sido, insisto no perderlo de vista, discípulos de Juan, han escuchado de su maestro la necesidad de prepararse para la llegada del Mesías, han ido por un bautismo de conversión realizado con agua, pero anhelan y buscan a Aquél que los bautice con el Espíritu de Dios. Si Jesús es el Mesías, el Siervo de Dios, Él puede llevarlos a Dios. Buscan a Dios y no están dispuestos a detenerse hasta hallarlo. 

Maestros que tratan de comprender al ser humano, al mundo, al universo; maestros que tratan no sólo de entender el funcionamiento de lo que existe y su sentido, los ha habido a lo largo de la historia, en las clases de Filosofía nos dan a conocer sus nombres, sus biografías y sus enseñanzas, comenzando generalmente, en el modo occidental de contar la historia de la humanidad y de su pensamiento, por los antiguos griegos: Pitágoras, que explicaba el mundo a partir de las matemáticas, y pensaba, como Newton que las matemáticas eran el lenguaje con el que Dios había creado el universo; Sócrates, Platón, Aristóteles y de ahí hasta el admirable Stephen Hawking, y su debatible teoría del cosmos como un gran diseño que no ha requerido de una inteligencia previa.

El pueblo de Israel también hizo su propia reflexión, y no buscó a Dios ni en las matemáticas ni en la naturaleza, al menos no en primer lugar. Trazó su camino de búsqueda y nutrió su sabiduría desde su propia historia. Comprendieron que Dios era caminante como ellos. Ellos eran su morada y su presencia; comprendieron que no eran ellos los que lo habían descubierto, sino que Dios mismo se había revelado, se había comunicado y había salido a su encuentro. Que buscamos a Dios porque Dios mismo nos ha buscado y nos ha llamado previamente, como hizo con Samuel.

La larga tradición judeocristiana comprendió, como el resto de las espiritualidades orientales, que podemos hallar a Dios en nosotros mismos, por eso somos su imagen y semejanza; dentro de nosotros, por eso somos su Templo, como enseña san Pablo. Pero no basta. Y ampliamos la mirada, y encontramos la presencia de Dios en los demás, y nos sentimos movidos a tratarlos acorde a esta dignidad descubierta en ellos como en nosotros mismos. Pero tampoco basta. Seguimos teniendo sed y seguimos buscando a Dios. 

Samuel fue el último de los jueces que gobernaron al pueblo de Israel. Pasó Samuel y pasaron los jueces; entonces vino David y luego Salomón, vinieron los reyes y con ellos vinieron los profetas. Vino por último Juan. Todos ellos tuvieron súbditos o discípulos y seguidores. Por último vino Jesús. Y parece que sólo Jesús dio respuesta a la pregunta que Jesús mismo les lanzó, pero que resonaba como un ruido molesto en el corazón de ellos: "¿Qué buscan?" Ellos, lo mismo que nosotros, buscamos a Dios y lo hemos hallado en Jesús. Lo hemos visto, lo hemos experimentado, y hemos querido quedarnos con Él. Jesús ha permanecido y nosotros hemos permanecido con Él.

¿Qué buscan los que salen a las calles a matar? Sin duda no lo mismo que los que salen a marchar por la paz y la justicia, y porque aparezcan vivos los que están desaparecidos. Y ¿qué buscan los que marchan, sólo paz y justicia? Muchos de ellos buscan a Jesús, al Cuerpo vivo de Jesús que somos nosotros, los bautizados; buscamos que este Cuerpo camine vivo y entero por la historia y que no sea  más un cuerpo herido, desangrado y mutilado. Buscamos a Jesús. ¿Qué buscan los que vienen a misa, cumplir un mandato? Yo espero que busquemos a Jesús. Que lo busquemos y lo hallemos en el Pan y en el Vino que compartimos, que lo hallemos en la fraternidad de los que compartimos la fe, la vida y la mesa. Que lo busquemos, que lo hallemos y que nos quedemos con Él.

Mucho habrá en nuestra vida de ciencia, de reflexión, de doctrina y de liturgia. Pero el sentido de la vida, en el fondo de todo, está en Jesús. En Él hemos descubierto a Dios y por Él sabemos que Dios es Amor. Dónde permaneces, preguntaron a Jesús los buscadores de Dios.  Hoy podemos comprender y experimentar lo que los discípulos comprendieron y experimentaron con Jesús: que el que permanece en el amor, habita en Dios y Dios habita en Él. Ahora sabemos dónde vive, dónde permanece Jesús, en el Amor, y por amor hemos decidido quedarnos con Él, que es Amigo, Amado y Amante. Y saber que eso fue a las cuatro de la tarde. Porque el Amor nunca pasa, sino que permanece y deja su marca en la historia.

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