Isaías 61,1-2;10-11; 1Tesalonicenses 5,16-24; Juan 1; 6-8; 19-28
Escucho el mensaje del Señor a través de su Palabra, y no puedo no traer a mi corazón tantos rostros, anónimos y conocidos de los últimos días. Primero, la voz de Juan, el Bautista, que presenta a sí mismo, precisamente, como una voz. Fue acosado por los importantes de Jerusalén para que se definiera a sí mismo. Ya desde el inicio el evangelista nos ha hablado de Aquél que es la Palabra, que está junto a Dios, que es Dios; que la Palabra es Vida y la Vida era la luz de la humanidad, y que brilla en las tinieblas.
Juan no era la Luz, pero era testigo de la Luz. Frente a sus interrogadores, declaró que no era el Mesías, ni Elías ni ningún profeta, sino una voz que clamaba en el desierto; es decir, usando las palabras de Nelson Mandela, una voz que clama en el largo camino hacia la libertad. "Yo bautizo con agua", dijo Juan, pero en medio de ustedes hay uno al que no conocen. Y así queda todo listo en la narración del evangelio para que venga aquel que no era conocido pero estaba ya en medio de ellos. Aquél que habría de encarnar las palabras escritas siglos antes por el profeta Isaías. En medio del pueblo pobre y humillado de Israel, vuelto del destierro, Isaías se volvió mensajero de esperanza y misericordia. Cuando el pueblo pensaba que Dios los había abandonado, y que su Espíritu no estaba más entre ellos, Isaías, lo mismo que Juan, clamaba con fuerza: "¡El Espíritu del Señor está sobre mí y me ha ungido! ¡Me ha enviado a dar la buena nueva a los pobres, a proclamar la liberación a los cautivos y a los prisioneros la libertad!
Pienso en Juan y pienso en todos aquellos que como él son y han sido testigos de la luz. Si la luz es la vida, son testigos de la luz los que son testigos de la vida, los que han luchado para que la luz de la vida no se apague. Pienso en Malala, cuyo nombre rima con Mafalda, y creo que sus corazones laten al mismo ritmo. Una joven pakistaní empeñada en defender y hacer valer su derecho a la educación en medio de una sociedad fundamentalista, caracterizada, como todo fundamentalismo, por el autoritarismo y la intolerancia, y también por el machismo. Se atrevió, además, a contar al mundo cómo era la vida bajo el régimen talibán, y el régimen envió a un sicario que la matara, le dispararon a quemarropa, la bala atravesó su cabeza, pero no su espíritu ni sus ideas, y no la mató. Vive empeñada en su idea de que la educación cambiará al mundo.
Pienso en Adán, el joven mexicano que irrumpió en la premiación de Malala, y no pocos medios en México quisieron desacreditarlo por sus malos modales, alguno subrayó con demasiado énfasis que era estudiante de la UNAM. pero Malala lo vio con una sonrisa en el rostro -con la sonrisa que Dios le resucitó a través de las manos de un cirujano-, sintonizó con él y declaró que en México estaban sucediendo cosas y que había que levantar la voz. ¿Se imagina alguien a Malala molesta o indignada con uno que al final de cuentas hizo algo de lo mucho que ella ha venido haciendo en su joven vida: protestar y rebelarse? Decía Malala: tenía dos opciones, callarme y esperar a que me mataran, o levantar la voz y esperar a que me mataran. Escogió la segunda opción y por ello ha sido reconocida con el Premio Nobel.
Malala y Adán son dos casos de personas, parecerá una obviedad, que eran desconocidas antes de ser famosas. Lo que quiero decir es que no hay en ellos nada que los haya hecho especiales desde su cuna, no eran hijos de nobles ni de famosos, ni de empresarios ni adinerados. Lo mismo sucedió con Juan Diego, un hijo del pueblo cuya palabra no tenía mayor valor porque no era de los influyentes. Como Juan, hoy ellos son testigos de la luz. Pero pudieron serlo, porque como Jesús, desde siempre han estado en medio de nosotros; no los conocíamos, pero sobre ellos, lo mismo que sobre nosotros, está el Espíritu del Señor y nos ha ungido, nos ha enviado a dar buenas noticias a los pobres, a vendar corazones rotos, a liberar a los oprimidos y a dar libertad a los cautivos.
Juan Diego dejó de pensar que era una cuerda de cargador, y sostuvo frente al obispo Zumárraga la verdad de su palabra, que no era otra sino la verdad de su dignidad y gracias a ello tenemos hoy en su tilma la imagen de nuestra Virgen Morena. Un día, caminando, Susanita comentó a Mafalda: "Y se nos va acabando el año, no más." "Así es", le respondió Mafalda. "¿Cómo será el año que viene?", preguntó Susanita; "¡muy valiente, porque como anda la cosa, animarse a venir...!", respondió Mafalda. Malala no sólo es la ganadora del Premio Nobel más joven de la historia; además de tener bien claras sus metas de servicio público para su país y para la humanidad, quiso ser operada de un nervio facial que le permitía sonreír, pero fue destruido por la bala, y Malala no creía ni cree que se pueda vivir sin ver el futuro con una sonrisa en el rostro, no porque lo venga sea bueno, creo yo, sino porque venga lo que venga, si lo tomamos en nuestras manos, podemos volverlo bueno y para todos. Adán es un signo palpable de una verdad estremecedora: la de 43 estudiantes de Ayotzinapa que alguien quiso esconder en algún lugar de Guerrero, y que hoy están apareciendo en todo el mundo. Como todos ellos, porque estamos habitados y ungidos por el Espíritu del Señor, somos voces cuyos gritos hacen brillar la luz en las tinieblas.
Yo veo todo esto, y pienso en las palabra de san Pablo: ¡No apaguen la fuerza del Espíritu! ¡Y estén siempre alegres!
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