2 Sam 1,7-16; Lucas 1,26-38
Dos escenas fascinantes. Primero, la de David y Natán. David que piensa que si él vive en un palacio, Dios no puede vivir en una miserable tienda de campaña hecha de pieles. Así pensamos muchos: para Dios lo mejor, nosotros como quiera; pero en el fondo, lo que subsiste es quizá el deseo de encerrar a Dios y darle el guión de lo que él debe hacer, y lo que él debe decir. La respuesta de Dios a David por medio del profeta Natán es por demás elocuente: El Señor responde que vive ahí desde que sacó a su pueblo de Egipto y lo condujo a la prometida tierra de la libertad, la tierra que mana leche y miel, la tierra en la que Dios alimenta a su pueblo como una madre a sus hijos. Una tienda puede montarse, desmontarse y volverse a montar rápidamente; una casa no, muchos menos un palacio. El mensaje es claro: Dios no puede estar encerrado, Dios camina con su pueblo por el largo camino de la historia. Y David ha comprendido bien este mensaje. Por eso, su reacción es una oración de alabanza y de acción de gracias al Señor, que le ha prometido consolidar su trono y darlo a uno de sus descendientes, quien sí levantará una casa para Dios. La Iglesia ha leído este pasaje, y ha comprendido que la promesa se cumple en Jesús, descendiente de David a través de José, el artesano de Nazaret,
La segunda escena es la de María, mujer de fe y mujer humilde, y echamos las luces sobre la figura de María y alabamos su disponibilidad para ser la madre del Altísimo. Pero habría que echar en primer lugar los reflectores sobre la figura de Gabriel, el mensajero de Dios, y sobre Dios mismo, a quien Gabriel hace presente. Porque en medio de una sociedad israelita machista y patriarcal, Dios se comunica con una mujer para llevar adelante la venida del Mesías. Y si reparamos en el hecho de que Lucas escribe su narración para cristianos venidos en su mayor parte de la gentilidad, del paganismo, habrá que tener en cuenta el trasfondo de los mitos paganos de dioses que se enamoran de mujeres y abusan sexualmente de ellas simplemente por el placer de estar con ellas o para tener un hijo. Sobre ese trasfondo, los primeros cristianos venidos del paganismo no pueden menos que sorprenderse por la humildad de un Dios que pide permiso a una mujer para ser la madre del que ocupará el trono de David eternamente. Y más sorprende que para ello esta mujer no tenga que pasar por la posesión sexual de ningún varón, sino que la vida de su hijo nace enteramente de la fuerza dadora de vida que es el Espíritu del Señor. Y creo que hasta ahí llega el texto, no me parece que el texto tenga la intención de explicarnos científicamente el origen biológico de Jesús y su carga genética, cosas de las que entonces no se sabía nada.
Ayer me encontré con este texto dirigido sabiamente a las mujeres: "si busca usted un hombre que la sepa escuchar y haga lo que usted le diga, y además la lleve adonde usted quiera, ¡súbase a un taxi! Así nos pasa en nuestra relación con Dios. Con frecuencia queremos manipularlo, decirle adónde y por dónde nos lleve, como si fuera un taxista. Desde la inocencia de nuestras novenas y "mandas", con las que pretendemos negociar milagros y favores, hasta el descaro de dictarle a Dios cuáles son sus atribuciones y los lugares en los que debe estar confinado, y lo encerramos en los límites de nuestros templos, y a veces sólo de nuestros sagrarios, y se nos olvida que Dios también anda en las calles, marchando con su pueblo, exigiendo a sus hijos vivos y volando papalotes con sus rostros en las calles de Oaxaca.
A veces pensamos que frente a Dios siempre seremos eternos menores de edad, y resulta que Dios nos trata como adultos, que nos ve con respeto y pide nuestro asentimiento para llevar adelante sus planes. Sucede con frecuencia que nos preguntamos dónde está Dios. Diría Pablo Neruda: "Me gustas cuando callas porque estás como ausente." Esta semana me decía un feligrés y gran amigo: "Yo no creo que Dios esté ausente, simplemente está en silencio." Y es verdad, Dios nunca está ausente, porque es el Dios con nosotros, y nosotros somos la tienda habitada por su Espíritu, el mismo Espíritu que nos unge y como piedras vivas nos levanta para construir su Pueblo y edificar el verdadero Templo. Dios anda en la calle, con nosotros, compartiendo la vida, la vida misma que nosotros quizá contemplamos con horror y desesperación, y nos preguntamos dónde está Dios, y Dios está junto a nosotros, en silencio, contemplándonos con esperanza, esperando nuestra respuesta, nuestra mirada de compasión y nuestros gestos de misericordia, para rescatar a los que siendo piedras vivas fueron arrojados a la orilla de la historia, como víctimas del dolor, de la pobreza y de la injusticia, porque sin ellos la Casa de Dios es como una casa a la que le han robado el techo y las paredes.
Dios está con nosotros, en silencio, humilde, como san José, el único hombre que puede decir de sí mismo frente a Dios: "Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo." En silencio, como estuvo al lado de María en el misterio de su embarazo, sosteniendo y no anulando la libertad y la dignidad de la Virgen Madre. En silencio, sin lágrimas ni reproches, asumiendo su rol de padre, meditando la historia de su pueblo, como buen patriarca; tomando en sus manos su futuro y su destino para construirlo con la fuerza de sus brazos de hombre trabajador, rumiando en el corazón que Dios siempre está con nosotros, caminando en la calle y hablándonos de tú. Por eso, con humildad josefina, regalo al Señor como oración los versos de Benedetti:
Tus manos son mi caricia
mis acordes cotidianos
te quiero porque tus manos
trabajan por la justicia
si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos
tus ojos son mi conjuro
contra la mala jornada
te quiero por tu mirada
que mira y siembra futuro
tu boca que es tuya y mía
tu boca no se equivoca
te quiero porque tu boca
sabe gritar rebeldía
si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos
y por tu rostro sincero
y tu paso vagabundo
y tu llanto por el mundo
porque sos pueblo te quiero
y porque amor no es aureola
ni cándida moraleja
y porque somos pareja
que sabe que no está sola
te quiero en mi paraíso
es decir que en mi país
la gente viva feliz
aunque no tenga permiso
si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos.
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