Jueves Santo
Salmo 115; Salmo 23(22); Juan 13,1-15
Salmo 115; Salmo 23(22); Juan 13,1-15
Decía san Agustín que Jesús era el gran cantor de los salmos. Los primeros cristianos se enfrentaron a la difícil tarea de comprender al Señor Jesús. Se enfrentaban a la necesidad de comprender la verdad y la realidad de su naturaleza humana y divina. Se enfrentaron a la brutal experiencia de su pasión y de su muerte en la cruz; se dejaron encontrar y fascinar por el Señor Resucitado. Todo ello lo fueron comprendiendo poco a poco, y en ese camino de comprensión, hallaron luz en las Escrituras, y particularmente en los salmos. Primero sintieron que los salmos hablaban de Jesús, y luego escucharon la misma voz de Jesús que en los salmos cantaba su propia historia.
Hoy cantamos como Iglesia el salmo 115. Hoy el Señor canta con la voz de su Iglesia: La copa que bendecimos es la comunión de la sangre del Señor. Levantaré, canta el Señor, la Copa de la Salvación invocando tu nombre. En esta noche santa, recordamos y celebramos el momento en el Señor Jesús quiso reunirse con los suyos para celebrar no una comida más, sino una comida especial, la cena de su despedida. Recordamos la noche en que la que el Señor Jesús, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
Recordamos y celebramos la larga noche en la que el Pastor fue herido y sus ovejas se dispersaron. La noche en la que el Buen Pastor, que conoce a sus ovejas, que las llama por su nombre, antes de dar la vida por ellas, las condujo junto a las aguas tranquilas con las que lavó sus pies, heridos y cansados del camino. La noche que se vuelve valle tenebroso, y no nos importa, ningún mal tememos, porque vamos detrás de él, su vara y su cayado nos dan seguridad.
Ésta es la noche en la que el Señor nos hace reposar sobre la hierba verde de su amistad, como el Discípulo Amado, que soy yo, reposa sobre el corazón del Maestro. La noche en la que el Señor nos prepara un banquete, a despecho de sus adversarios. A despecho de Judas, que había dejado de creer en Él y lo había vendido; a despecho, del Imperio Romano, que quitaba al pueblo el fruto de su trabajo y le imponía el yugo de la burla y de la servidumbre; a despecho de los sacerdotes de Jerusalén, que creían celebrar la vida comiendo pan sin levadura y derramando la sangre de corderos inocentes. Esta es la noche en la que el Señor ha preparado el banquete de su Cuerpo y de su Sangre.
Esta es la noche del Banquete preparado por Dios para dar vida a sus hijos, el banquete del pan bendecido, partido, multiplicado y repartido entre los pobres y los necesitados. El banquete en el que el Señor llena de sí nuestra copa hasta los bordes. Mañana será el día en el que este pan será partido y destrozado; el Cuerpo del Señor, que es el frasco de alabastro que el Señor ha llenado con perfume; mañana será el día en el que será la levantada la copa, y el Vino se derramará invocando el nombre del Señor, que es su Padre y nuestro Padre.
Mañana será ese día, pero hoy es la noche en que la que el Señor perfuma nuestra cabeza con el óleo santo; la noche en que los Hijos de Dios, los seguidores de Jesús, los que lo confesamos Señor y Maestro de Vida plena, nos reunimos en su nombre alrededor de su mesa, para dejarnos acompañar por su Amor y su Bondad, que se hacen Pan y Vino para nosotros. Ésta es la noche en la venimos a partir el Pan y a levantar la Copa de la salvación, invocando su nombre, guardando su memoria, el recuerdo de la noche en que el agua fresca de la Samaritana viene a lavar nuestros pies, para verlos y sentirlos con gratitud por el camino andado, y no con repugnancia por la suciedad arrastrada. La noche en la que el Agua otra vez se nos vuelve Vino nuevo, Vino de fiesta; el Vino mejor.
Esta es la noche en la que el Señor, perfumando nuestra cabeza, nos hace reyes como Él; en la que poniendo su Copa en nuestras manos nos vuelve sacerdotes; la noche en que proclamando que su Amor vive cada vez que partimos el Pan, nos convertimos en sus profetas.
Reuniéndonos en tu nombre, Señor, somos tu Cuerpo, somos tu Iglesia, la Casa que conserva el Perfume del Amor, el Vino de la Plenitud. Habitaremos por siempre en tu Casa, Señor, por años sin término, levantaremos tu Copa e invocaremos tu nombre, en esta noche. Porque esta es la noche del Amor extremo, y velaremos contigo, con la túnica puesta y la lámpara encendida, esperando la hora en que vuelvas con la tibia claridad de la Luz del Cordero, que rasgará la oscuridad en la noche de Pascua.
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