Mato 5,38-48
La frase es muy conocida. Poner la otra mejilla. Forma parte del primer gran discurso de Jesús en el evangelio de san Mateo. La hemos escuchado muchas veces, y parece provenir de las más tempranas enseñanzas de Jesús. Pero en el evangelio de san Juan encontramos a Jesús siendo abofeteado por un guardia del sumo sacerdote la noche de su detención, y a modo de respuesta, Jesús no le ofreció la otra mejilla, sino le lanzó una pregunta que habla de su valentía y dignidad: "Si se hablado mal, dime en qué; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?" (Juan 18,21-22). Queda claro, pues, que no es la dejadez, o lo que algunos llaman la "mensedumbre" la actitud cristiana que da consistencia a "la otra mejilla". ¿Qué significa, entonces?
Poner la otra mejilla es la primera de cuatro enseñanzas de Jesús en torno a la violencia y la venganza. Y más que un freno a la venganza, se trata de un conjunto de actitudes para resistir activamente pero sin violencia al mal. Vale meditarlas en estos tiempos de autodefensas. La primera es la superación de la Ley del Talión: ojo por ojo, diente por diente. En su origen, la Ley del Talión sí era un verdadero freno a la venganza, limitándola para evitar una espiral de violencia cada vez mayor: te tiró un diente, túmbale uno y sólo uno, no dos. Interesante que la Ley del Talión no diga: "vida por vida", de modo que desde siempre el homicidio ha quedado censurado. Cobrar vida con vida nunca será justicia. La violencia engendra violencia; y la muerte, muerte, no justicia.
En este contexto presenta Jesús su propuesta de ofrecer la mejilla izquierda al que abofetea la derecha. No es un ejemplo casual. La bofetada es un gesto de humillación y desprecio, generalmente del amo al esclavo, del terrateniente al campesino, del ciudadano romano al extranjero que vive bajo su dominio. La otra mejilla es la respuesta de quien no se deja doblegar ni intimidar; es un gesto que rechaza activa y pacíficamente la sumisión y afirma la propia dignidad, y arrebata el poder de los poderosos para ennoblecer a los humillados.
Recuerdo en estos días unas escenas fuertes de la trilogía Millenium, de Stieg Larsson. Una joven ha sido recluida en una clínica psiquiátrica luego de tratar de matar a su papá. Se trató de un acto desesperado de defensa para su mamá, la que había sido reiteradamente abusada y golpeada por el papá, al punto de quedar privada de sus facultades mentales. A la hija nadie la quiso escuchar, el papá era un ex espía ruso comprometido con el gobierno sueco, así que fue a la hija a quien diagnosticaron una enfermedad mental. La joven, internada y amarrada, decidió regalarse el día que cumplió trece años no dirigir jamás la palabra al psiquiatra cómplice de su reclusión. Cuando la medicaban en la comida para sedarla, decidió que no quería comer. Aún cuando parece que todo está perdido, cuando parece que nada se puede hacer, siempre hay lugar para apuntalar la propia dignidad, que nada puede destruirlo del todo, porque nace y depende del amor de Dios inserto en el corazón humano.
La segunda propuesta tiene que ver con el despojo. Al que te lleve a juicio para quitarte la túnica, dale también el manto. En aquel tiempo, un pobre podía dejar su manto como garantía ante un préstamo; si el pobre no podía pagar, debía recibir de todos modos su manto al anochecer para cubrirse del frío. De ahí que pudiese ser demandado por el acreedor, para poder embargarlo y cobrarse el préstamo. La enseñanza de Jesús es la de entregar el manto y la túnica, es decir, la ropa exterior y la interior. De este modo, la desnudez del embargado es la denuncia silenciosa, pero activa y escandalosa, que manifiesta la humanidad que comparten deudor y acreedor, y que muestra al pobre despojado de sus bienes y de lo que éstos representan, pero no de su dignidad.
La tercera propuesta va en la misma tesitura. Era práctica de los soldados romanos (y no podemos perder de vista que la comunidad cristiana de Mateo, en Antioquía, vive bajo la dominación del Imperio Romano) obligaran a alguien a cargar con todo su equipo más o menos mil pasos. Para negar la humillación y mantener la dignidad, Jesús pide a sus seguidores caminar otros mil; no es el otro quien se ha aprovechado, sino el pretendido ofendido quien camina con la frente en alto pasando por encima de la pretendida superioridad del opresor.
La cuarta propuesta presupone un sistema de organización socioeconómica injusto, que es la raíz más honda de la pobreza. Dar a quien pide no es gesto de lástima y ni siquiera de generosidad, es un acto de misericordia y solidaridad. Pero la propuesta de Jesús no se queda en el "dar la limosna". Por eso pide no volver la espalda al que pide prestado (y asumo que se trata de gente honesta que pide empeñando su palabra, no de quienes juegan al chantaje sentimental a veces sin necesidad, que también los hay, ¿por qué?), para no perder de vista que el dar limosna no es solución a la pobreza, eso puede calmar la conciencia un rato, pero no resuelve el problema, que sólo se resolverá verdaderamente cuando se rompan los ciclos de dominación, humillación y violencia.
¿Cuál es la razón profunda para no responder con violencia a la violencia? ¿Cuál es el sentido de defender la propia dignidad con acciones y gestos de resistencia activa no violenta? No es, sin duda, una estrategia de supervivencia individual, eso sería muy egoísta. La razón, según la lógica del discurso de Jesús, está en que todos somos por igual hijos de Dios, en que Dios a todos nos ha dado la misma dignidad y por todos siente el mismo amor. Por eso nos pide no dejar de amarnos nunca, ni siquiera cuando olvidamos que somos hermanos y nos volvemos enemigos unos de otros. Porque así nos ama Dios, que hace salir el sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia sobre justos e injustos.
Comentarios
Publicar un comentario