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El Cordero de Dios

Juan 1, 29-34

La escena está casi al inicio del cuarto Evangelio, y es la primera en la que aparece Jesús, tras la presentación de Juan el Bautista y de su ministerio. La gente insistía en que Juan dijera quién era él, como si fuera Susanita, la amiga de Mafalda, que cuando jugaba a los vaqueros y le cayó el balazo de mentiritas, dijo: "Oh, muero... hondo pesar causa entre la gente a la que se granjeó son su afecto y su cariño... deja un vacío difícil de llenar, por naturaleza bondadosa...", y sus amigos la dejaron sola. Juan no dio testimonio de sí mismo, sino de Jesús: "Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo." Después dirá que ha visto descender sobre él al Espíritu Santo, que bautizaría no con agua, sino con Espíritu Santo, y que era el Hijo de Dios.

La figura del Cordero de Dios no es cualquier figura. Se trata quizá de uno de los signos religiosos más importantes del judaísmo. El cordero es la cena de la noche de Pascua, la noche de la libertad, la cena con la que el pueblo hebreo recordaba que había dejado de ser un puñado de esclavos, para ser ahora un pueblo y pueblo de Dios. La historia la encontramos en el libro del Éxodo. En el libro del Levítico, sin embargo, encontramos otro desarrollo de la figura del cordero. Se trata del chivo expiatorio. El pueblo judío tenía una día muy solemne para pedir perdón a Dios por los pecados cometidos. En ese día, se presentaban al sacerdote en el santuario dos chivos, que se sorteaban, uno sería para el Señor, y otro para Azazel. El chivo del Señor era sacrificado para la expiación de los pecados. El otro chivo era presentado vivo, el sacerdote imponía sus manos sobre él y confesaba los pecados del pueblo; después este chivo era enviado al desierto, llevando consigo los pecados perdonados por Dios.

De aquí surgió la costumbre de llamar "chivo expiatorio" a la persona sobre quien se echaba la culpa de faltas que habían cometido otras personas. Lo terriblemente trágico es que el mecanismo del chivo expiatorio explica muchas de nuestras conductas y actitudes. Sigue sin gustarnos asumir las propias responsabilidades, con todas sus consecuencias. Nos sigue siendo más fácil tener a quien culpar de lo que no sale bien, según nuestras conveniencias. De este modo, terminamos violentando y excluyendo a nuestros "chivos expiatorios", que generalmente son quienes viven bajo el sello de lo diverso: los distintos, los de otras ideas, otros gustos, los que no son como yo, los que no piensan como yo, los que no comparten mis valores; y generalmente son también parte de las minorías, de los que no tienen la fuerza ni la voz de la mayoría. Porque son pocos y distintos, son los culpables de nuestros males, porque siempre son los inconformes, los revoltosos, los inadaptados... Antes se decía que hasta por su culpa temblaba. Pero siempre son los otros.

El otro chivo, el que no era arrojado al desierto, tampoco tenía un final feliz: sacrificado por el perdón de los pecados, la violencia como mecanismo para recuperar la paz. No suena lógico, a menos que Dios fuera un dios cruel, violento y sanguinario. ¿Con cuál de estos dos chivos hay que comparar a Jesús como Cordero de Dios? Pienso que con los dos y con ninguno. Con los dos en cuanto, efectivamente, murió violentamente, como chivo expiatorio, para mantener el orden social establecido por el imperio de Roma; crucificado en las afueras de Jerusalén, fue excluido del mundo de los "puros", de lo sagrado, de los vivos.

Con ninguno, en el sentido de que Jesús no murió para aplacar con su sangre la ira de Dios. La total aceptación de su pasión y muerte, su negativa a responder con violencia a la violencia de la persecución y de la cruz, la absoluta gratuidad de su perdón, muestran que no fue la violencia de Dios, sino la del ser humano, la que lo llevó a la muerte. La resurrección, por su parte, muestra la recuperación que el Padre hizo del Hijo violentado y excluido. La resurrección es la fuerte protesta de Dios, su total invalidación ante el mecanismo del chivo expiatorio. Dios no quiere chivos expiatorios. Dios quiere que todos sus hijos se sienten a la misma mesa, sin exclusiones, y en fraternidad, sin violencia, compartan la misma comida, la misma copa, la misma vida.

La presentación de Jesús por parte del Bautista parece decir: "¡Éste es el Cordero de Dios!, no es el chivo expiatorio de los humanos!" En él no hay violencia ni exclusión, hay perdón gratuito, reconciliación, inclusión, comunión, respeto y aprecio por lo distinto, por lo que de Dios y de su amor hay en cada uno de los seres humanos, hechos todos a su imagen y semejanza. En la cruz nos dio su Espíritu, Espíritu en el que nos sumergimos para vivir en familia desde la no violencia y la reconciliación.
 
Y en esta semana en que pedimos la unidad de todos los cristianos, el Papa Francisco pone a nuestra consideración una frase de san Pablo a los Corintios (1,17): "¿Puede acaso estar dividido Cristo?" La Iglesia es familia, una familia dividida por la doctrina, como a veces las familias se dividen por lo menos importante. Qué bueno que el Papa hable con gestos que inviten a la unidad en la caridad, a la primacía de su amor.

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