Lucas 20,27-38
La escena tiene lugar en el Templo de Jerusalén, y narra el debate sostenido entre Jesús y los saduceos, de los cuales se nos aclara que no creían en la resurrección, y para defender su idea se apoyan en la Ley de Moisés; concretamente, en la ley del levirato, según la cual cuando un varón casado muere sin hijos, el hermano del difunto debe casarse con la viuda para tener hijos con ella, que legalmente serían hijos del difunto, de manera que no se pierda su descendencia.
Así, a Jesús le plantean el hipotético caso de una nujer a la cual se le muere el marido sin tener hijos, se casa con el segundo, y lo mismo, y luego con el tercero, y lo mismo; y así, hasta llegar al séptimo de siete hermanos, y con ninguno tuvo hijos, y la pregunta planteada a Jesús es de quién será esposa la mujer. Y uno no sabe a quién culpar de la mala suerte, si a la múltiple viuda, o a la familia de los siete difuntos hermanos sin hijos, condenada a morir para siempre, como la estirpe de los Buendía, en Cien años de soledad.
Jesús rechaza que en la vida futura los hombres y mujeres vayan a casarse porque ya no morirán, pues son hijos de Dios. Definitivamente la respuesta de Jesús no es ni con mucho una prueba científica incontestable de la existencia de la vida más allá de la muerte. Pero es perfectamente comprensible en su contexto social, machista y dominador, en el que la mujer pertenece siempre al varón, y entre varones se jerarquiza entre los hermanos según su orden de nacimiento, de manera que el menor nunca tendrá la dignidad del mayor. Aunque todos comparten la dignidad y el honor de su padre.
La respuesta de Jesús no prueba la vida futura, pero nos dice cómo es la vida futura en el plan de Dios, y en ella los hombres y las mujeres no se casarán porque no morirán, y no morirán porque son hijos de Dios. Lo que Jesús dice es que la vida futura, la vida plena, la vida verdadera, es nuestra por ser hijos de Dios. Dios nos comparte su vida, y no hay honor más grande que el ser hijos suyos, y este honor es instransferible, nada nos lo quita, porque el amor de Dios es fiel, absoluto e incondicional, de ahí que Jesús diga que en la vida futura no habrá matrimonio porque no hay nada fuera de Dios que sea capaz de dar vida plena, y cuando se tienen, no hay nada que la arrebate.
Cuando Jesús niega que haya matrimonio en la vida futura, está negando el matrimonio de su época, machista y patriarcal, en el que la mujer pertenece al varón; en la vida futura, la mujer es libre. La ley del levirato muestra además la subordinación del menor ante el mayor. Su inoperancia para la vida futura significa la perfecta igualdad entre los hijos de Dios, sin jerarquía de menores y mayores.
Si para los saduceos la vida futura era una simple prolongación de esta vida, tendríamos que apoyarlos y negar la vida futura, ¡qué terrible prolongar el machismo y la subordinación por toda la eternidad! Pero la vida futura presentada por Jesús ofrece como realidad el anhelo de dignidad y de igualdad para toda la humanidad. Y así sí da esperanza la fe en la vida futura. La fe da esperanza, y la esperanza da fuerza y alegría, tanta que no nos quedamos sentados esperando a que llegue el reino de justicia e igualdad, sino que nos ponemos de pie y caminamos hacia la plenitud jalándola hacia nosotros.
La fe en la vida futura y en la resurrección de los muertos es algo que hay que mantener a toda costa no por cuestión ideológica, sino porque necesitamos de la esperanza. Da fuerza saber que no caminamos hacia el absurdo del sinsentido, sino hacia la consecución de una humanidad nueva y una sociedad nueva, sin injusticias, sin dolor, sin muerte.
Por eso el Papa Francisco insiste mucho en la alegría y la esperanza como notas distintivas del cristiano. Frente a todo lo que hoy desalienta, desanima; frente a lo mucho que parece dar muerte al ser humano desde lo injusto de nuestra sociedad, el evangelio ratifica que detrás ello está viniendo la vida plena, y hay que ayudarle a que venga ya, en la certeza de que efectivamente vendrá. Si no, ¿qué razón tendría venir a un capítulo provincial de los Misioneros Josefinos, si no existe la posibilidad de incidir un poco en la vida de este mundo, para que sea más humana, más plena, más vida?
Yo creo en la vida después de la muerte, y ello significa que creo en la posibilidad de una sociedad nueva, por la que vale la pena luchar; esperar a llegar al ciel,o a que
caiga del cielo sin mayor esfuerzo es tan indigno como levantar la copa sin haber sudado la camiseta ni apoyar al titular con los gritos y el corazón desde la banca. No es casualidad, creo yo, que Jesús pruebe la vivacidad plena de Dios evocando el pasaje en que Dios se presenta ante Moisés como el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, precisamente para decirle que ha visto el sufrimiento de su pueblo en Egipto y ha sentido compasión de su dolor, y le pida liberar de la esclavitud a los hijos de Abraham, de Isaac y de Jacob.
Sin libertad, sin justicia, sin igualdad, sin el esfuerzo sincero porque el cielo baje y se asiente entre nosotros, no hay vida plena; y Dios es Dios de vida y vida en abundancia.
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