Mt 24,36-44
Con todo, desde los primeros tiempos de la Iglesia, se ha pensado en una venida más del Señor, no sólo la primera, cuando nació al tiempo y a la historia, ni la del fin del mundo, sino una tercera venida, una venida tan misteriosa como discreta. Una venida a la que pueden aplicarse las palabras del evangelio de Mateo: el Señor vendrá como el diluvio en tiempos de Noé, mientras la gente come, bebe y se casa y no sospechaban el chubasco que se les venía. Sería equivocado creer que el diluvio sobrevino porque la gente comía, bebía y se casaba, eso es lo más normal para mantener la vida. Son actividades cotidianas, muy ordinarias. Porque así es el Señor, irrumpe en nuestra vida no de manera espectacular, sino discreta, en medio de lo cotidiano. El gran peligro es que estemos tan metidos en la rutina que no estemos lo suficientemente atentos para descubrirlo en lo común del sudor de los que trabajan, en la mirada de los que se quieren, en la lealtad y la valentía de los que dan su vida por la justicia social.
El Hijo del Hombre, dice Jesús, vendrá y tomará a uno de cada dos varones que estén en el campo, y a una de cada dos mujeres que estén en el molino. Y claro, aquí no hay que reclamarle al evangelio discriminación hacia los hombres y las mujeres que vivimos y trabajamos en la ciudad; lo más probable es que Jesús contara esto a los hombres mientras trabajaban la tierra; y a las mujeres mientras molían el trigo para preparar el pan. Y unos y otras entendían que algo de Dios estaba llegando a sus vidas en esos momentos, quizá los más esforzados de la jornada, y que era justo en ellos donde podían asentir o rechazar el mensaje de Jesús.
Es esta tercer venida de Jesús la que realmente debe preocuparnos; la primera ya sucedió y hay que celebrarla con gozo y gratitud; la segunda, la del final del mundo hay que verla no con miedo, sino con esperanza: un día Dios será la última palabra en la historia, y el cuándo de esta venida es asunto de los científicos y de los astrólogos, unos por genuino afán de conocimiento y otros por mero afán de lucro. Es la tercera venida la que a nosotros debe importarnos, porque no es cosa del pasado ni del futuro, sino del presente. Porque Jesús no sólo vino hace más de dos mil años, y vendrá en sabrá Dios cuántos, sino que está viniendo, hoy, cada instante, en lo cotidiano de nuestra historia, en la persona de aquellos que en, en la oscuridad de su noche, esperan el calor de nuestra luz. Y no viene a llevarnos lejos, así que más vale no aventar el alma a las lejanías de las nubes. El Señor viene a nosotros, y espera que tengamos la luz y la valentía suficientes para reconocerlo en los últimos de la historia, en los cuales nos toca a la puerta. "Mira que estoy a la puerta y llamo -dice el libro del Apocalipsis-, si escuchas mi voz y me abres, entraré en tu casa y cenaremos juntos."
Primer Domingo de Adviento. El año litúrgico se rige por el recuerdo de la vida del Señor Jesús, por eso comienza haciendo memoria de su nacimiento, pero para celebrarlo hay un periodo previo de preparación, que es el adviento. Empero, el adviento no sólo nos prepara para celebrar el nacimiento de Jesús, también nos alista para la venida de Jesús al final de los tiempos, cuyo pronóstico se ha venido recorriendo paulatinamente, la última cita conocida con el fin del mundo fue el año pasado, y aquí seguimos.
Con todo, desde los primeros tiempos de la Iglesia, se ha pensado en una venida más del Señor, no sólo la primera, cuando nació al tiempo y a la historia, ni la del fin del mundo, sino una tercera venida, una venida tan misteriosa como discreta. Una venida a la que pueden aplicarse las palabras del evangelio de Mateo: el Señor vendrá como el diluvio en tiempos de Noé, mientras la gente come, bebe y se casa y no sospechaban el chubasco que se les venía. Sería equivocado creer que el diluvio sobrevino porque la gente comía, bebía y se casaba, eso es lo más normal para mantener la vida. Son actividades cotidianas, muy ordinarias. Porque así es el Señor, irrumpe en nuestra vida no de manera espectacular, sino discreta, en medio de lo cotidiano. El gran peligro es que estemos tan metidos en la rutina que no estemos lo suficientemente atentos para descubrirlo en lo común del sudor de los que trabajan, en la mirada de los que se quieren, en la lealtad y la valentía de los que dan su vida por la justicia social.
El Hijo del Hombre, dice Jesús, vendrá y tomará a uno de cada dos varones que estén en el campo, y a una de cada dos mujeres que estén en el molino. Y claro, aquí no hay que reclamarle al evangelio discriminación hacia los hombres y las mujeres que vivimos y trabajamos en la ciudad; lo más probable es que Jesús contara esto a los hombres mientras trabajaban la tierra; y a las mujeres mientras molían el trigo para preparar el pan. Y unos y otras entendían que algo de Dios estaba llegando a sus vidas en esos momentos, quizá los más esforzados de la jornada, y que era justo en ellos donde podían asentir o rechazar el mensaje de Jesús.
Lo que no me acaba de quedar claro es si el hombre y la mujer que serán llevados corren con major suerte que los que serán dejados. De repente pareciera que es el Señor el que viene por unos y los lleva consigo. Pero en la comparación inmediatamente anterior, de la gente del tiempo de Noé, los que fueron llevados, fueron llevados por el diluvio; y los que se quedaron, Noé y su familia, fueron los que disfrutaron del favor del Dios. Si lo pensamos bien, la lógica del adviento es celebrar que el Señor viene a nosotros, no que nos lleve con Él. El evangelio de Juan expresa esta idea con una bella imagen: "La Palabra se hizo humano, y puso su tienda entre nosotros." Dios viene a nosotros para habitar entre nosotros y caminar con nosotros el largo camino de la historia.
Sorprende Jesús cuando dice que el Hijo del Hombre llegará como un ladrón, en medio de la noche. Aunque bien vista, la historia, particularmente la historia de nuestro México, es una larga noche de violencia y de injusticia, en la que muchos humillados, ajusticiados, despojados, ultimados, despreciados, ignorados y ninguneados, vienen a "robarnos" la falsa tranquilidad que nos da la triste comodidad del egoismo. Un día Susanita le dijo a Mafalda que a ella de grande le gustaría ser alguien; Mafalda le dijo que todos somos alguien; alguien con nombre, dijo Susanita; todos tenemos nombre, reviró Mafalda; alguien con apellido, continuó Susanita; todos tenemos apellido, defendió Mafalda; alguien de los que tienen en la vida la sartén por el mango, estocó Susanita, y Mafalda se quedó callada. Y en ellos, en los que en esta vida no tienen la sartén por el mango, Jesús a nosotros.
Es esta tercer venida de Jesús la que realmente debe preocuparnos; la primera ya sucedió y hay que celebrarla con gozo y gratitud; la segunda, la del final del mundo hay que verla no con miedo, sino con esperanza: un día Dios será la última palabra en la historia, y el cuándo de esta venida es asunto de los científicos y de los astrólogos, unos por genuino afán de conocimiento y otros por mero afán de lucro. Es la tercera venida la que a nosotros debe importarnos, porque no es cosa del pasado ni del futuro, sino del presente. Porque Jesús no sólo vino hace más de dos mil años, y vendrá en sabrá Dios cuántos, sino que está viniendo, hoy, cada instante, en lo cotidiano de nuestra historia, en la persona de aquellos que en, en la oscuridad de su noche, esperan el calor de nuestra luz. Y no viene a llevarnos lejos, así que más vale no aventar el alma a las lejanías de las nubes. El Señor viene a nosotros, y espera que tengamos la luz y la valentía suficientes para reconocerlo en los últimos de la historia, en los cuales nos toca a la puerta. "Mira que estoy a la puerta y llamo -dice el libro del Apocalipsis-, si escuchas mi voz y me abres, entraré en tu casa y cenaremos juntos."
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