Lucas 9,51-62
Una doble escena la de esta secuencia narrativa. Leo las dos desde la misma clave: el futuro de Dios. En la primera escena, Jesús va de camino a Jerusalén, debe pasar por Samaria, pero los samaritanos lo rechazan: judíos y samaritanos defendían como único lugar para adorar a Dios su propio templo; entre unos y otros, existe una enemistad religiosa. Dos de los discípulos de Jesús, los hermanos Santiago y Juan (de los que por el evangelio de Marcos sabemos que Jesús los llamaba hijos del trueno) se ofrecen a invocar fuego del cielo para castigarlos; pero Jesús los reprendió.
En la segunda parte, hay un triple diálogo de Jesús con tres personajes distintos, anónimos y no descritos, con la clara finalidad de que cada lector se identifique con uno de ellos o con los tres. El primero se acerca a Jesús lleno de entusiasmo y le promete seguirlo toda la vida, con la misma pasión con que uno entra al seminario o da el sí ante el altar. Jesús le pone los pies en la tierra y le habla de las dificultades que vendrán.
El segundo es uno llamado directamente por Jesús, “¡sígueme!”, “nada más que entierre a mi padre”, le contestó; es decir, sí, pero no ahora, pues hay que hacerse cargo de papá, espera a que muera y le dé la última honra de una sepultura; “que los muertos entierren a sus muertos, tú ve a anunciar el Reino de Dios”, enigmática y contundente la respuesta de Jesús.
El tercero también se presenta voluntariamente a Jesús, “te seguiré, pero deja primero me despido de mi familia”; y la respuesta de Jesús es igualmente tajante: “el que pone la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios”. En una zona como la Palestina de entonces, con terrenos pedregosos, arar y ver hacia atrás implicaba exponerse a un accidente. Bien. Desde esta tercer respuesta de Jesús leo el conjunto de esta narración.
Dios es siempre Dios de vida, y la vida siempre está en constante evolución, si el agua no corre se enturbia; la vida tiene una trayectoria, y es siempre una trayectoria hacia adelante. Es bueno conocer el pasado, es bueno comprenderlo y tenerlo como punto de referencia. Pero no se puede vivir del pasado, ni podemos vivir instalados eternamente en el pasado. No se puede pensar en el siglo XXI como si la electricidad no existiera, como si la tecnología no se hubiera desarrollado, como si la evolución no fuera también parte de la acción de Dios. Como tampoco nunca podríamos decir “ya hice lo que tenía que hacer” y seguir viviendo. Cada día de hoy es una nueva oportunidad para transformar el ayer en mañana.
Entender el pasado sólo es ayuda para mejor proyectar el futuro y caminar hacia él. Dios siempre está poniendo el acento en el futuro: en lo nuevo que puede crear, en lo viejo que puede recrear. Por eso Jesús se niega a que baje fuego sobre Samaria, porque en el futuro de Dios, en la vida de Dios, siempre hay lugar para el cambio, los que hoy no son hospitalarios, mañana pueden reconocer en el otro el rostro de su hermano, y desde ahí abrirles las puertas de su casa y de su corazón. Quien dice del otro: “así es y no va a cambiar”, o de sí mismo: “así soy, si les parece… genio y figura…” está cerrándose a la acción de Dios, que siempre es capaz de hacer nuevas todas las cosas. ¡Se puede cambiar y se puede crecer! ¡Se puede evolucionar! Y la evolución nunca es un cambio cualquiera, siempre será un cambio para bien, si la canalizamos desde el Evangelio.
“Te seguiré adondequiera que vayas”; “el hijo del hombre no tiene ni dónde reclinar la cabeza”. La evolución no es fácil ni romántica, la vida tiene sus propias dificultades, y hay que estar conscientes de ello; Jesús no promete vida fácil: no tiene nada, ni ofrece nada a quien lo sigue; nada, excepto él mismo. Se puede no tener madrigueras ni piedras para reclinar la cabeza, pero se está con él, con Jesús, el Señor; y el estar con él lo cambia todo: con él todo, sin él nada, dicen los santos de todos los tiempos. Y si se está con Él, entonces el presente tiene futuro, porque Él es el Señor Resucitado, el Señor de la historia, que comunica vida nueva desde el dolor vencido en la cruz.
“Deja que primero entierre a mi padre”, la intención es noble: hacerse cargo del padre hasta que muera, no es que el señor ya estuviera muerto, y el personaje del evangelio estuviera pidiendo un ratito para el funeral; es absurdo, simplemente porque este personaje estaría en el sepelio y no con Jesús. El desafío de Jesús hacia él es fuerte: si realmente quieres seguirme, si en verdad crees en mí, acepta que el futuro de Dios trae consigo una nueva manera de reconocernos y organizarnos como familia; a ti te toca anunciar el Reino de Dios, te toca anunciar que ha llegado el tiempo de formar una nueva familia; otros, que hasta hoy te han sido extraños, te llamarán hermano y se harán cargo de tu padre.
No deja de ser interesante la frase: “deja que los muertos entierren a sus muertos”; pareciera que dice: deja que muera lo que hay de muerte en tu corazón; aléjate de lo que es muerte, y ¡vive!, que toda vida es gloria de Dios. ¿Y si efectivamente ya estuviera muerto el padre? Pues hasta los muertos tienen que ser vistos y contemplados desde el futuro de Dios, no se les puede llorar siempre como si fueran muertos para siempre; mi papá murió el 22 de octubre de 1997; mi mamá, el 8 de octubre de 1999. Dejar que los muertos entierren a sus muertos; lo que hubo de muerte en ellos quedó enterrado en las horas siguientes. Pero desde esos días de octubre, ellos y yo tenemos una cita para la eternidad, no sé exactamente para cuando, pero sé que no llegaré tarde y que ellos me estarán esperando.
Y quien quiere sembrar vida con Jesús, quien acepta que se cosechará lo mismo que se sembró, pero no igual, sino maduro y evolucionado; quien acepta en su corazón que Dios es Dios de vida y, por lo tanto, de futuro; quien acepta el futuro y la evolución como don de Dios y parte de su reinado; quien se deja transformar por Dios, acepta colaborar con Él para que esta sociedad de violencia, injusticia y muerte se transforme según el plan de Dios de vida digna y plena para todos; quien cree esto, no se deja ganar ni amedrentar por el pasado, deja de pensar en castigos y penas de muerte para pensar en construir caminos de conversión hacia la paz y la justicia verdaderas; lo contrario sería sólo ver para atrás.
¿Dónde tenemos puesta la mano, y dónde la mirada? Porque sabemos que quien pone la mano en el arado y ve para atrás, no sirve para el Reino de Dios.
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